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POR WINSTON

LA PELOTA NO SE MANCHA Amor a la camiseta

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Entre los muchos recuerdos que deja este torneo, uno que quiero destacar, tiene relación con el uso cada vez más extendido de camisetas que nada tienen que ver con los colores que antaño identificaban durante décadas a los equipos.

Me pasó en varios partidos. Cuando los vi, no entendía nada. Por ejemplo, me había preparado para ver a Unión La Calera contra Universidad Católica y, en vez de dar con un equipo entero de rojo y otro de blanco con una franja azul oscuro, vi a once tipos (en realidad 10) con una camiseta azul con verde y a otros de rosado. No había forma de entender tal paparrucha, ninguno necesitaba cambiar las camisetas originales, pero claro, un brillante ingeniero comercial debe haber advertido a los dirigentes que la tercera camiseta estaba acumulándose en la bodega, sin dejar espacio a otros souvenires.

El fenómeno de las remeras alternativas es relativamente nuevo y está transformando peligrosamente al fútbol. En los inicios, los equipos buscaban los colores más simples porque eran los más fáciles de conseguir, juntar diez camisetas blancas, siempre será menos dificultoso que 11 rojas con verde y blanco. Sin embargo, hoy la tecnología, el abaratamiento de los costos de los materiales, permite tener los colores que uno quiera, demasiados, a mi juicio.

Si a usted le gusta Everton, por ejemplo, tendrá que juntar bastante dinero si aspira a coincidir con los jugadores cada vez que entren a la cancha. A la versión tradicional, se suma la de aniversario por 112 años, la edición especial por el cáncer de mamas, la alternativa y una tercera camiseta, casi $150.000 pesos por andar como los oro y cielo, aunque de esos colores les quede bastante poco.

La moda, estilística y comercial, viene de Europa. Los equipos tienen poleras oficiales y alternativas para el torneo, la copa local, la copa internacional, amistosos, entrenamientos, cumpleaños y la alternativa de la alternativa. Da lo mismo, siempre habrá un asiático despistado que, con tal de llevar un recuerdo de Madrid, Milán o Manchester, estará dispuesto a comprar lo que sea, sin tener idea si algún día la usaron, usan o usarán.

El drama para los niños ocurre a inicio de año cuando ven que el regalo del viejo de pascua ha sido cambiado de forma unilateral por el club y que sus amados gladiadores ya no ocupan la misma camiseta que le trajo el viejito. Cambió el diseño, los cientos de auspiciadores y el tono del color que está detrás de todos esos parches.

Mi punto es que, a veces para ganar, hay que sacrificar algunas cosas. Tanta dispersión de tonos no hace más que a confundir y romper ese cordón umbilical más esencial que nos une con un equipo que es justamente el color de la camiseta. Hay que volver a tener dos juegos y usar el alternativo solo cuando sea estrictamente necesario.

En tiempos de Champions, cuando las grandes ligas comienzan a capturar la atención de los niños chilenos que hoy prefieren ser del Chelsea, Real Madrid o Liverpool, hay que cuidar el torneo y trabajar en señales claras que generen adhesión en los hinchas. Volver a los orígenes de las camisetas puede ser uno, quitarle tanto parche ordinario puede ser el siguiente, pero ya da para otra columna.