RELOJ DE ARENA Los tribunos desaparecidos
Las redes sociales, los matinales y los debates han terminado con los grandes oradores políticos, esos que hacían vibrar a las multitudes. En la campaña que culmina no han estado esos tribunos y, perdone usted la franqueza, ni de grandes ideas. El candidato aquel, interpelado, debe contestar rapidito tratando de no equivocarse y, de paso, meter algún misil contra su contendor.
Han desaparecido también las concentraciones masivas, esas con miles de personas que inspiraban al candidato con frases certeras y con silencios que daban espacio para el aplauso y hasta para la reflexión de sus seguidores.
Las concentraciones, además, daban al candidato una medida de sus posibilidades, pero a veces eran tan traicioneras como las actuales encuestas.
En Valparaíso, los grandes escenarios, elegidos con pinzas, eran la avenida Pedro y la avenida Argentina. Toda una logística de instalación de los escenarios, los amplificadores y los parlantes. La medida de los asistentes, la precisa es de tres personas por metro cuadrado. Por eso la receta para esas concentraciones realmente masivas y para las actuales no tan numerosas, eran "esponjarlas", inflarlas con columnas distanciadas, vehículos y pancartas con el objeto de cubrir varias cuadras y luego proclamar, a través de los medios, cantidades de partidarios evidentemente infladas.
Oradores y teloneros
A veces valía la pena asistir a esas concentraciones para oír en persona al gran orador precedido por teloneros trepando en la escalera de la política.
Grandes tribunos del pasado político chileno: Arturo Alessandri Palma, precursor del género, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende. Otros llegaron a la Presidencia y no eran grandes oradores. Deben de haber sufrido mucho preparando sus intervenciones y acogiendo el texto preparado por algún speech writter improvisado cuando esa hoy recurrida profesión aun no existía.
Carlos Ibáñez del Campo no fue campeón del discurso orador, pero llegó a La Moneda con una respetable mayoría. Tampoco era incendiario en el uso de la palabra Jorge Alessandri, hijo de don Arturo.
"El odio nada engendra, solo el amor es fecundo", sentencia valiosa de Emilio Castelar, gran orador, presidente del Congreso de los Diputados por allá por 1873 durante la Primera República Española, de breve duración.
Décadas después, en la campaña presidencial chilena de 1920, la frase fue descubierta y reiteradamente utilizada con éxito precisamente por Arturo Alessandri Palma.
Castelar, ignorado en Chile, y Alessandri, protagonista de primera línea de la política chilena.
"Sangre, sudor y lágrimas", famosa arenga de Winston Churchill en el parlamento británico en 1940, cuando el avance nazi en Europa es arrollador, cae Francia y se realiza la dramática y sangrienta evacuación de Dunkerque. En esa frase estaba contenida, con franqueza, lo único que el recién nombrado Primer Ministro exigía a Gran Bretaña para lograr una victoria que parecía no solo lejana, sino que imposible.
Las citas peligrosas
Rastrojeando la historia, algunos investigadores afirman que la frase no es de Churchill y tiene orígenes en arengas y hasta en poesías anteriores. El hecho es que Churchill la usó en el momento preciso y en esto de las citas y frases famosas no valen los derechos de autor.
Así, son exitosos los libros de citas, muy útiles para los fabricantes de discursos. La gracia está, como Alessandri o Churchill lo hicieron, en saber usar la cita o la evocación histórica en el momento y lugar oportuno y sin equivocarse.
Sin equivocarse es la regla de oro. En algún matinal por ahí, cierto candidato recurrió al "sangre, sudor y lágrimas", añadiendo "como dijo el poeta", sepultando así a Sir Winston, que aparece como el usuario más famoso.
Reciente y recurrida es la sentencia de cierre del discurso triunfal de Barack Obama: "Yes we can!"
Hace más tiempo, cierto candidato de gira en San Felipe expresó que se sentía honrado por estar en la ciudad donde había funcionado la primera universidad del país. Lo cierto es que la primera universidad de Chile fue la Universidad de San Felipe, creada en 1747, que llevaba ese nombre en honor a Felipe V, Rey de Castilla, pero funcionaba en Santiago. Es la precursora de la actual Universidad de Chile.
En esto de las citas y los discursos hay que ser cuidadosos. Un mito urbano porteño cuenta que había un señor que ansioso de llamar la atención llegaba a los funerales de alguna persona conocida y pronunciaba, sin que se lo hubiesen pedido, un bien logrado discurso. En una oportunidad este orador fúnebre, con su atuendo de duelo, leyó una pieza oratoria en la puerta de un mausoleo aludiendo a los méritos de este distinguido comerciante, ejemplo de honestidad… Se había confundido entre los tres cementerios vecinos del cerro Panteón y sus versos al fallecido favorecieron a una respetable dama que de comerciante nada.
Y hay que ser respetuoso del tiempo de los auditores. Recomendaba Renzo Pecchenino, Lukas, maestro del dibujo, del humor y del sentido común, que si durante una conferencia se notaba cierta inquietud y algunas personas miraban discretamente el reloj, se debía acortar la exposición y terminar en unos cinco minutos como máximo. Pero si alguien se llevaba el reloj al oído, obviamente para constatar si se estaba detenido, había que cortar la perorata de inmediato.
Válida para oradores de todos los pelajes la sentencia formulada en el siglo XV por el escritor español Baltasar Gracián: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno".