LA TRIBUNA DEL LECTOR Derechos humanos: ¿Los míos o los tuyos?
POR GONZALO IBÁÑEZ S.M., CENTRO VALPARAÍSO DE DEBATES IN MEMORIAM ALEJANDRO GUZMÁN BRITO, PROFESOR IN MEMORIAM ALEJANDRO GUZMÁN BRITO, PROFESOR
Durante las últimas décadas, un término parece haberse impuesto como piedra angular de todos los debates referidos al orden político y jurídico de las naciones, esto es, el de los derechos humanos. Por cierto, se trata de un nombre muy respetable; sin embargo, su uso durante este período genera muchas dudas, hasta el punto de poder pensarse que, en vez de ayudar a una convivencia pacífica y ordenada entre los miembros de una comunidad, él constituye el punto de partida de enfrentamientos y confrontaciones que pueden volverse irreconciliables.
En primer lugar, el afán de dividir la historia en un antes y un después de que este nombre fuera acuñado en 1789, como si antes, por ejemplo, el Derecho Romano no hubiera valido nada o si como, después, el que muchos miles de franceses hayan sido arrastrados al patíbulo por el pecado de mantener diferencias con quienes entonces detentaban el poder no hubiera sido algo digno de ser notado, sobre todo cuando de esas víctimas, no menos de quince mil fueron pasadas por la guillotina en los tres años del período significativamente llamado "del Terror", sin que hubiesen sido sometidas muchas veces ni siquiera a un simulacro de proceso. La Revolución Francesa exhibe como símbolo la famosa Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, pero la guillotina no le es menos representativa que esa declaración.
En el mundo contemporáneo, el uso de este nombre se ha desvirtuado de tal manera que, a la voz de derechos humanos, nos vemos obligados a tomar precauciones, porque no sabemos cuáles de nuestros derechos serán violentados para dar paso a aquellos exigidos por los vociferantes. El ejemplo más claro lo hemos vivido en Chile durante los últimos dos años, en los que al grito de derechos humanos fueron destruidos bienes públicos y privados en una magnitud nunca antes vista en nuestra historia. La destrucción del Metro fue presentada como el triunfo de los derechos humanos sin reparar cómo se violentaron los derechos al transporte seguro y eficiente de millones de chilenos. Cuando se quemaron iglesias nadie reparó en cómo se violentaba el derecho a la vida religiosa de también millones de chilenos. Grandes y pequeños comerciantes, artesanos, industriales, agricultores vieron desaparecer el resultado del esfuerzo de años, todo ¡en nombre de los derechos humanos! Pero ¿y los de ellos? Tanta es la contradicción, que ahora se quiere indultar a los violentistas que produjeron esos daños porque el derecho habría estado al lado de ellos.
Con todo, hay algo de más gravedad. Yasna Provoste, senadora y candidata a la Presidencia, no obstante su militancia en un partido que lleva el nombre de cristiano, no vaciló en manifestar su apoyo al proyecto de ley que legalizaba el aborto libre hasta las 14 semanas de embarazo, alegando que defendía un derecho humano de las madres al uso de su cuerpo. Pero ¿es tal ese derecho que autorizaría a la madre a ultimar el hijo que lleva en su seno? ¿Es que ese hijo no es un ser humano y, por lo tanto, dotado de todos los derechos que se declaran inherentes a quienes participamos de esa condición? Para explicar esta aparente contradicción, quienes apoyan este tipo de leyes avanzan en la idea de que sí, el ser concebido sería humano, pero iría entrando en el goce de sus derechos de manera paulatina los que se harían plenos con ocasión del nacimiento. Pero, en esa hipótesis, para ser consecuente, habría que sostener entonces que es la misma condición humana la que se va adquiriendo de manera paulatina, lo cual no resiste el menor análisis.
En fin, nuestra historia de las últimas décadas nos proporciona, asimismo, ejemplos de esta contradicción. Mucho caudal se ha hecho de actos de violación a derechos humanos por parte de funcionarios del gobierno militar que rigió en Chile entre 1973 y 1990. Sin duda, los abusos merecen la condena establecida en la ley. Pero ¿no fueron muchos de los que han reclamado por esas violaciones, los que poco antes del inicio del gobierno militar proclamaron la legitimidad de la violencia para imponer sus postulados ideológicos y amenazaron con ella a quienes osaran oponerse? También los hay quienes, condenando en estos últimos años esos abusos, han manifestado, sin embargo, su adhesión a los postulados del régimen imperante antes de 1973, incluyendo su doctrina sobre la violencia. Es decir que si yo ocupo la violencia para imponerme, estoy haciendo un uso de ella pro derechos humanos; pero si alguien la usa contra mí, aunque sea en legítima defensa, él está violando esos derechos.
En conclusión, los derechos humanos, más allá de la fraseología que los rodea, aparecen como un justificativo para hacer de la libertad el ejercicio que cada uno decida... en la medida que pueda. Confrontación, pues, de las libertades de unos contra las libertades de los otros.
Por cierto, no siempre ha sido así. La obra de la justicia es la paz, como reza el viejo aforismo bíblico. Pero ella exige, en primer lugar, que las personas reconozcamos nuestra ordenación a un fin común, que es nuestra perfección y que para producir esa perfección nos asociamos y necesitamos la acción mancomunada de todos. El ejercicio de la libertad, siendo de primera importancia, debe pues orientarse a conseguir esta finalidad, siendo reprobable si se orienta a otro fin. El segundo es que, en vistas de este fin, se han de repartir dentro del cuerpo social bienes, cargas, cargos, tareas, penas, honores... en proporción a los aportes, a las capacidades, la fuerza, los méritos y deméritos de cada uno. A esa proporción es a la que nuestra cultura jurídica denomina "el derecho", o lo suyo de cada uno, definiéndose así la justicia como la voluntad de dar a cada uno lo suyo, su proporción o su derecho, en cualquiera de los elementos ya señalados. Caso extremo: las penas. Lo suyo del delincuente es una determinada pena, a la cual se dice que él se ha hecho "acreedor".
Fue sobre estas bases que generaciones de juristas romanos asumieron, durante siglos, la enorme tarea de precisar las reglas que deben presidir ese reparto de modo que la justicia alcance a todos y con ella, la paz. Ese fue el Derecho Romano. A su cultivo, entre nosotros, consagró su vida el profesor Alejandro Guzmán Brito. Vayan, por eso, estas líneas como modesto y póstumo homenaje a tan insigne maestro.