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POR SEGISMUNDO

RELOJ DE ARENA De Estambul a Valparaíso

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Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, evoca su niñez en Estambul, ciudad y recuerdos. La antigua Constantinopla, hoy Estambul, situada en los dos flancos del estrecho del Bósforo, ha sido por siglos un punto de encuentro entre oriente y occidente.

Su historia es sangrienta y a la vez opulenta. Fue hasta 1922 la capital del desaparecido imperio otomano cuando Turquía era una potencia. Perdió su condición y la capital se trasladó a Ankara, pero siguió siendo una gran ciudad con millones de habitantes, y cuando leemos a Pamuk, vemos que también está poblada de millones de recuerdos de glorias pasadas.

Pamuk nace en 1952 en una familia acomodada pero en decadencia debido a malos manejos de lo que fueron importantes empresas. El chico va a buenos colegios y desarrolla gran capacidad de observación de su ciudad natal, de su vitalidad y decadencia.

Relata: "Yo comencé la escuela en el palacete del príncipe Yusuf Izeddin Bajá (Liceo Isik) y la continué en el del gran visir Halil Rifat Bajá (Liceo Sisli Terakki). Ambos ardieron y fueron derruidos mientras yo estudiaba allí y jugaba al fútbol en sus jardines. El edificio frente a nuestra casa se construyó sobre las ruinas de la mansión del alto funcionario de palacio Faik Bey. El único caserón antiguo que aún se mantenía firme por los alrededores era una construcción de piedra y ladrillo hecha a finales del siglo XIX en la que en tiempos habían residido los grandes visires, y que, cuando el imperio otomano se hundió y la capital se trasladó a Ankara, les tocó en suerte a los gobernadores… El edificio de Exteriores en el que en la época el Estado otomano recibía a sus visitantes occidentales y las mansiones de las hijas de Abdülhamit, o, mejor dicho, sus restos quemados y hundidos -paredes de ladrillo, trozos de cristal, un par de escalones caídos y una espesura compuesta por helechos e higueras que todavía despiertan en mi ideas de melancolía e infancia-, aún no habían sido aniquilados por completo por los bloques de pisos".

Prosigue Pamuk sus evocaciones infantiles: "Otra cosa que para mí hacía la ciudad en blanco y negro eran las mansiones y las casas de madera; estas últimas, sin ser mansiones, también eran grandes y estaban medio hundidas. Como por los barrios de atrás había visto unas junto a otras muchas de aquellas casas que nunca se pintaban por pobreza y dejadez (cuya madera se iba ennegreciendo por el frío, la humedad, la suciedad y la edad, que al ennegrecerse exponían ese color y esa textura tan especiales, y que asumíase sombrío pero terriblemente hermoso blanco y negro), de pequeño pensaba que era el color original de dichas construcciones".

Continúa el autor su relato: "Pero los escritos de los viajeros occidentales que vinieron a Estambul a mediados del siglo XIX o antes testimonian que especialmente los colores o el aspecto reluciente de las mansiones de los más adinerados dotaban a la ciudad de una poderosa, plena y rica belleza".

Mirada del alemán

Pamuk recorre el pasado de la ciudad en las imágenes del pintor alemán de sangre francesa Antoine-Ignace Melling que aparecen en Voyage pittoresque de Constantinople et des rives du Bosphore", un libro de 1819.

Comenta: "Las pinturas, de las que examinaría cuidadosamente cada rincón durante horas, me daban la impresión de que aquello era lo que debía ser el perfecto Estambul otomano del pasado… Aunque solo sea cuando quiero convencerme de que el pasado fue magnífico, contemplar los grabados de Melling me resulta un gran consuelo. A este consuelo le acompaña la sensación de tristeza de que toda aquella belleza y la mayoría de aquellos edificios ya no existen".

Sin olvidar la escala, la comparación es inevitable y llegamos a Valparaíso. La gran ciudad que fue. En gran medida, como en el estrecho del Bósforo, encontramos una puerta, una comunicación entre dos mundos. La puerta hacia la inmensidad del Pacífico. De aquí partieron hacia ese mundo desde aventureros hasta misioneros pasando por malvados traficantes de esclavos.

Así como Constantinopla o Estambul fue la capital de un imperio, Valparaíso fue capital económica de la costa del Pacífico. Esta condición queda reflejada en edificios y fortunas. Y todo eso, tal lo consigna Pamuk, aparece hoy derruido y maltratado.

Pasado magnífico

Y emulando al Premio Nobel -¡frescura máxima!- rescatamos imágenes que nos llevan a ese pasado "magnífico".

Un ejemplo, el conocido cuadro de Somerscales Antiguo muelle de Valparaíso que muestra un ángulo del puerto con toda su actividad. Magníficos edificios. En segundo plano, uno de ellos la Bolsa Comercial, donde se reunían los empresarios, se recogían informaciones de diarios quizás con meses de atraso y se acometían osadas aventuras comerciales. Y en primer plano los trabajadores descalzos, posiblemente descansando tras una pesada faena. Vemos los botes que conducían tripulantes y pasajeros hasta las naves ancladas más afuera. Atrás están los almacenes, algunos sobrevivientes, y grúas precursoras de las modernas instalaciones actuales.

Este cuadro del pintor inglés que ancló en Valparaíso trasmite vitalidad y humanidad.

Nos remontamos al cerro y llegamos al Paseo Atkinson, en la mirada de Alfredo Helsby. La niña con el aro, juguete desaparecido, más atrás un vendedor. ¿Qué llevará en su canasto? En segundo plano una mujer con sombrilla junto a dos niños pequeños. Observa al chico un perrito. Las ventanas que miran al mar de casas aún dignamente sobrevivientes, se protegen del sol con toldos y persianas. Un farol de gas y la torre de una campana de los bomberos completan la escena.

Pintores y fotógrafos testimonian el pasado esplendor porteño, sin omitir miserias y desastres. Haga usted el ejercicio de recorrer esas viejas imágenes. Hay muchas al alcance de la mano y siempre entregan algo nuevo.

Convengamos que no conviene quedarse atrapado en el pasado y en la nostalgia, pero la mirada hacia atrás deja lecciones y muestra lo que pudimos construir y lo que ahora rescatamos para construir nuestras propias historias en la ruta de Pamuk, por cierto, sin su calidad.