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cabeza. En el año 1970, el hombre de negocios y buceador había asistido a un concurso sudamericano de caza submarina en Perú, donde le llamó la atención la actividad que practicaban en la costa. Compró entonces un montón de quillas, que, de vuelta en la región, quedaron tiradas.

Hasta que conoció a Isaac "Icha" Tapia, oriundo de esa comuna y buzo desde los 6 años, quien ayudaba a los hombres de mar en la caleta. A él Claudio le compartió su inquietud sembrada en Perú, de que en Chile había olas para correrlas.

Castro y sus amigos empezaron entonces a construir las tablas en la orilla de la playa, llenándolo todo de polvo, manufacturando pesadas y grandes estructuras hechas a partir de modelos mentales -o de revistas- y experimentación, modificando las quillas, probando las tablas en las playas de Loncura, en El Bato, armando de a poco una fábrica experimental de surf.

Isaac y un amigo suyo, Luis Tello, fueron los primeros en ver flotar esos armatostes de plumavit, fibra de vidrio y madera, y decir "¡yo quiero una!". Se hicieron al menos 30 en esa sentada, del modelo bautizado como "Loncura", en honor a la costa homónima. El dúo se deslizó entonces ataviado con sendos trajes de buceo y con sus pesadas tablas en mano, tropezándose, cayendo, debatiéndose con las olas y con la espuma. Insistiendo.

Luego, en el año 73, Álvaro Abarca se estableció en Quintero. El vacío de la alacena lo sumergió entre los mariscos del océano, de los que se alimentó mientras desarrollaba el buceo. Así conoció a Claudio, quien le invitó a cargar sus botellas de aire comprimido en su tienda. En ella, encontró una de las enormes tablas, e intrigado, la pidió prestada. Para Abarca, esa tabla, que posteriormente perdería y devolvería, selló el surf como un elemento pivotal en su vida, en torno al cual se articularon sus amistades, sus medios de vida y sus aventuras.

Fue cosa de tiempo para que estos tres surfistas -Abarca, Tello y Tapia- se encontraran en la playa y se hicieran amigos, compartiéndose secretos y desarrollando una técnica juntos. En los años que siguieron, conocieron al cuarto miembro de su grupo en las mismas arenas. Un californiano -Calá Vicuña- que había aprendido a surfear en Estados Unidos y le abrió al grupo los ojos al mundo.

A bordo de una camioneta, playa por playa camino al norte, iniciaron una expedición de descubrimiento, donde encontrar una buena playa, con olas largas y hermosas, se convirtió en un objetivo que, inadvertidamente, fue sembrando semillas en toda la extensión del litoral nacional.

En Iquique, sin ir más lejos, se instalaron frente al colegio Don Bosco. En las ventanas del edificio se aglomeraban los estudiantes a ver a los forasteros correr por el océano sobre esas planchas afiladas. Pronto estuvieron junto a ellos en la costa, compartiendo.

En Pichilemu, por otra parte, un fotógrafo les describió olas matemáticas. Largos patrones repetitivos de olas perfectas que se extendían durante metros antes de hacerse espuma. Allí surfearon, a pesar del frío, por lo extraordinario de la experiencia.

Posteriormente fueron otras playas, obscuras y obstruidas, apenas un punto en un mapa viejo al que debían llegar bajando las tablas en burro, bebiendo agua de vertientes y alimentándose de mariscos, descubriendo algo nuevo.

La última ola de los cuatro de Loncura La historia de estos pioneros concluye en dos hitos.

El primero fue una otitis que incapacitó a Álvaro para surfear durante dos años. Empezó a vender sus propias tablas al tiempo que conseguía una concesión del complejo municipal Las Terrazas donde levantó la primera Escuela de Surf en Pichilemu. La primera base de operaciones para otros deportistas.

El segundo fue la celebración del primer Campeonato Nacional de Surf en Chile, un torneo abierto llevado a cabo en la localidad de Las Machas, Pichilemu, al que llegaron 40 competidores, entre ellos un importante número de representantes forasteros. El campeón de este primer certamen fue Ricardo Thompson, un iquiqueño.

"El surf me enseñó mucho de mí mismo, crecí junto con él", asevera Álvaro Abarca, el último de los cuatro pioneros vivos, ligado estrechamente al mar, en el documental "Viejo Perro: Pioneros por esencia (2016)", donde se relatan en detalle los pormenores y detalles de esta historia.

De vuelta al presente, Abarca opina que las escuelas de surf son adversas al espíritu original de la actividad. "El surf que él hace me gusta, me gustaría aprender lo que hace", debería ser, según explica, la dinámica correcta, al estilo del maestro y el aprendiz. "Cuando tú vas a una escuela de surf -continúa- comienzas en una etapa en la que puedes mal aprender distintas prácticas simplemente porque tu instructor no es un buen surfista".

"Esto ha explotado y se maneja desde un punto de vista comercial", opina, refiriéndose a las escuelas de surf ubicadas en la costa, "y para mí todo lo comercial asociado al surf, lo ensucia".

Instructores y campeones: nuevas generaciones

Francisco Álvarez es uno de los instructores con mayor trayectoria en la Playa El Abanico. Su escuela se llama Academia Surf ProRider Maitencillo, y su prioridad es "enseñar el deporte de forma verídica, profesional y responsable. La seguridad es lo principal". El también salvavidas lleva más de 25 años ligado al océano, y casi 20 practicando surf.

Ganó su primera competencia en la categoría Junior en el año 1993. En el 2003 fue parte de un equipo de surfistas para la marca australiana Rip Curl, con quienes sigue trabajando hasta hoy. En el 2008 abrió la Academia. Ha alcanzado cuatro primeros lugares -máster- en Punta de Lobos (2008), Héroes de Mayo (2014), Puertecillo (2017) y en el circuito Open Master Olas del Desierto (2018).

Álvarez plantea la enseñanza del deporte en tres categorías fundamentales: básica, intermedia y profesional. Cada persona que ingresa a su institución llega a las manos de un especialista que buscará adaptar el contexto al aprendiz. "Los materiales se adecúan al principiante", asegura. "Una de las primeras cosas que te enseñamos es cómo ponerte de pie".

En relación a las posibilidades que representa para el deporte, Álvarez considera que El Abanico es un lugar perfecto para iniciarse. "Maitencillo es una buena escuela. De aquí han salido campeones que hoy compiten a nivel latinoamericano. Me gustaría que eso lo vieran las municipalidades, las autoridades, la prensa, que solo se queda en el fútbol", comenta.

Allí, por ejemplo, se formó Rafaella Montessi (14 años), quien forma parte del programa "Promesas Chile" en la Región de Valparaíso, y ya consiguió una medalla de bronce sudamericano en la sub 14 del 2020, y una de oro en la sub 12 del 2019.

Siguiendo un estrecho régimen de ejercicios y entrenamientos, Montessi se encuentra hoy en Florianópolis, donde debe levantarse a las cinco de la mañana para desarrollar una exigente rutina que, a lo más, logra diluir en un sunset con otros surfistas, una hora antes de descansar.

Rafaella empezó visitando las playas de Maitencillo durante los fines de semana, pero siempre fue muy deportista. "Mi primer deporte fue la equitación, pero siempre fui muy asidua al esquí. Toda mi familia hace esquí". Un fin de semana de invierno, de visita en la casa de su abuela, su padre la invitó a tomar una clase en una de las escuelas del sector.

"No estaba muy animada, hacía frío", recuerda la campeona, "pero tomé una clase grupal con mi papá y me encantó. De ahí no me salí más del agua".

La familia Montessi se estableció en Maitencillo en el 2019. Es el año que esta intrépida promesa del deporte olímpico define como el inicio de su carrera, que la ha llevado a playas como Huanchaco o Máncora -su favorita-, o a perderse en la jungla amazónica buscando olas largas y perfectas donde practicar nuevas maniobras, disfrutando del mar, al estilo de los jóvenes pioneros setenteros.

Su próximo desafío, un tentativo Latinoamericano en Reñaca, que sería entre el 25 y el 27... su prioridad será pasarlo bien. 2

El surf me enseñó mucho de mí mismo, crecí junto con él."

Enseñar el deporte de forma verídica, profesional y responsable. La seguridad es lo principal."

Siempre fui muy asidua a los deportes de tablas, y la primera vez que hice surf, me enamoré"

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