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DEBATES & IDEAS Gabriel Boric y el peligro de la rutinización del carisma

POR IGNACIO SERRANO DEL POZO FACULTAD DE EDUCACIÓN Y CIENCIAS SOCIALES UNIVERSIDAD NACIONAL ANDRÉS BELLO FACULTAD DE EDUCACIÓN Y CIENCIAS SOCIALES UNIVERSIDAD NACIONAL ANDRÉS BELLO
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Hace casi cien años el sociólogo alemán Max Weber analizó cómo las grandes personalidades carismáticas parecen tener un único destino: o se disuelven en la comunidad de seguidores bajo el recuerdo de un héroe o un profeta, o se transforman en la medida que institucionalizan su poder en una estructura u organización. A este último fenómeno le denominó -además- la «rutinización del carisma».

Me parece útil traer estas categorías para pensar la figura del presidente electo Gabriel Boric. Pues independiente de las preferencias políticas que uno pudiese tener, hay que reconocer que él ostenta no pocos rasgos del prototipo del líder carismático. Es una figura cercana, empática, asertiva y decidida. Ése es el sentido común de carisma. Boric es un líder carismático porque posee un cierto magnetismo. Obviamente no tiene la gracia de un Barack Obama o el temple de un Vladimir Putin, pero tiene un magnetismo juvenil de rockstar o de estudiante rebelde que habría que reconocerle, o reconocer que quienes lo ven o lo escuchan lo encuentran atractivo. Ya que más importante que sus cualidades naturales, es la simpatía que genera en sus seguidores.

Ahora bien, eso no basta para alcanzar el cariz de líder carismático. Es un líder carismático, especial y fundamentalmente, porque logró representar en su discurso con más o menos coherencia los sentimientos y aspiraciones de muchas personas que catalizaron en él un nuevo orden. No más orden, que es distinto.

Tampoco es necesario pensar aquí en figuras tan revolucionarias como Martin Luther King o Mahatma Gandhi. Basta con decir que su persona logró aglutinar los anhelos dispersos de tantos chilenos que empezaron a ver que con él era posible un sistema solidario y universal de pensiones, una mejor redistribución de la riqueza y el poder, el reconocimiento de la plurinacionalidad o la protección de los recursos naturales y cuidado del medio ambiente, por nombrar algunos de esos deseos colectivos. Y es que, de alguna manera, ese es el sentido del poder de un político carismático: convencer que es posible lo que parece imposible.

Pero volvamos a la primera parte de esta columna. ¿Cómo puede hacer Boric para que su poder carismático se conserve mientras dure su mandato? No digo para que puede cumplir su programa de gobierno, que esa es otra pregunta.

Nos parece que él mismo exdirigente estudiantil ha dado algunas claves para responder nuestra pregunta: así, en la nominación de ministros, señaló que la labor de un presidente no es estar encima de su gente, "respirándoles en la nuca", sino permitirles brillar y desplegar sus talentos. Y antes, como candidato, dijo que quería salir con menos poder que el sostenido al inicio de su mandato, y para tal efecto traspasaría facultades a los gobiernos regionales.

Es decir, una buena estrategia para conservar su poder carismático, es -por paradójico que parezca- distribuirlo hacia abajo, no conservarlo para sí, sino que empoderar para estos efectos a los estamentos subordinados en una red de liderazgos. Ciertamente alguien podría ver aquí más bien una estrategia de control de daños, que consiste en exponer a los de abajo para no comprometerse con sus fallos. Pero si no pensamos mal, podemos asentir que aquí está buena parte de un buen liderazgo.

¿Basta eso? La verdad es que este tipo de distribución es sólo la primera parte. Efectivamente casi la única forma de gobernar organizaciones complejas, con mayor razón si es una nación, es delegar funciones, redistribuir facultades, respetar la independencia de entidades autónomas, y reinyectar recursos a estructuras inferiores como intendencias, gobernaciones o municipalidades.

El problema es que esa forma de distribución, incluso si se despliega en distintos niveles, es siempre dependiente de un poder central que concede o delega poder.

Existe -además- otra forma más interesante de distribuir el poder, aunque también mucho más compleja. Se trata de empoderar desde abajo hacia arriba.

Eso significa dar las condiciones e impulsar la participación de organizaciones intermedias en la marcha de los procesos políticos, llámense poderes constituyentes, colegios profesionales, asociaciones gremiales, organizaciones no gubernamentales, corporaciones y fundaciones, movimientos ciudadanos y etnias.

¿Cuánto estará dispuesto el presidente electo a esta forma de distribución del poder? Sólo el futuro lo dirá. Pues la tentación de gobernar desde arriba para apurar los cambios es siempre alta.

Al menos tenemos su intención de ejercer su poder para darle más participación a la gente, en la que todos nos sintamos protagonistas del cambio y las trasformaciones que requiere Chile, para hacer de este país un lugar más justo y digno, donde podamos vivir mejor.