RELOJ DE ARENA
Al comenzar el año nos llenábamos de calendarios, almanaques y agendas. Faltaban muros para colgar esos calendarios que mandaba un banco, alguna ferretería, librería, sastrería o variados negocios que hacían medio de promoción de esas páginas que muestran el implacable paso del tiempo.
En calendarios había unos de buen tono para poner en cualquier muro distinguido. Había también unos muy prácticos, de alguna carnicería, que en una sola hoja mostraban todo el año. En la parte superior el nombre del negocio, teléfono y una frase comercial antiquísima, "Precios sin competencia", lo que posiblemente no era cierto.
Ese verdadero mural de meses, sin mayor aporte artístico, daba un panorama instantáneo de como venía el año: fines de semana sándwich, santos para recordar y hasta fechas de pago de las deudas antes que apareciera aquello de "tres cuotas precio contado".
Entre los calendarios de buen tono estaban los que desde 1943 editó la Refinería de Azúcar de Viña del Mar, la fenecida CRAV. Sencillos, una página por mes y una superior la reproducción a todo color de un cuadro de buena firma nacional. En esa galería estaban Juan Francisco González, Arturo Gordon, Ana Cortés, Israel Roa, Fernando Morales Jordán, Pablo Burchard, Inés Puyó, Carlos Pedraza, Pascual Gambino, Carlos Isamitt, Dora Puelma, Hardy Wistuba y hasta el destacado periodista Byron Gigoux.
Calendarios de colección que sobreviven hasta el día de hoy y se venden a buen precio en alguna feria de antigüedades.
Claro que salían por ahí, dicen que todavía aparecen, algunos calendarios en buen papel y con indiscretas exhibiciones anatómicas, pero eran más frecuentes otros, bastante más castos, con paisajes y hasta con evocaciones religiosas.
Ahora, casi saliendo del segundo mes del año, ya no abundan los calendarios, a lo más en la calle se venden algunos a precio de liquidación. Cuesta conseguir uno de buen tono y, finalmente, ¿para qué? Si en el teléfono tenemos hora, fecha, plazos de vencimiento y hasta recetas de cocina. Únicamente los muy ordenados llevan un agenda, comprada, pues las promocionales se las llevó el viento con los recortes presupuestarios.
Valparaiso, 1876
Pero volvamos a los almanaques, libritos multipropósito que contenían de todo a partir del detalle del santoral de cada mes.
Los almanaques tienen larga historia que se inicia en 1448, en Maguncia, casi junto a la creación de la imprenta. Una sola página, llena de información válida para todo el año, que se colgaba en los muros.
Los almanaques, perfeccionados, se mantienen en el tiempo y a mediados del siglo XIX tenemos ediciones en Chile, de muchas páginas con información útil en su época, valiosa actualmente como fuente de la historia y de las costumbres del pasado.
Nos llegó por ahí uno de largo título: "Guía descriptivo de Valparaíso y almanaque comercial para el año bisiesto de 1876".
30 mil ejemplares de circulación y "aprobado y revisado por la autoridad eclesiástica", afirma su editor Carlos 2° Lathrop. De 164 páginas, el librito es financiado con numerosa y a veces sorprendente publicidad.
A página completa el "Gran almacén de armas" de Julio Gevelot ofrece "por mayor y menor" fusiles, carabinas, revólveres, pistolas, balas explosivas, escopetas, cañones de campaña y "todo lo necesario para la guerra, la caza y esgrima".
Signo de modernidad, hay amplia oferta de máquinas de coser y agrícolas además de cocinas a gas en reemplazo de las ya pasadas de moda a leña o carbón. Entre la múltiple oferta está también la de seis fábricas de ataúdes, y asociado a ello hay en una lista de 22 médicos y 17 boticas. Encontramos, además, los derechos parroquiales, de vida y muerte. El casamiento le sale a usted por $12.50, mismo valor para el pase de entierro con misa.
Para casarse, los menores de 25 años requerían en esos tiempos licencia paterna. Los viudos que recaen deben presentar "fe de muerte del cónyuje", en tanto que la viuda no puede casarse sino después de nueve meses.
Este útil almanaque lleva además tablas para calcular intereses, cambio de monedas y conversión de las complicadas medidas inglesas o españolas al flamante entonces sistema métrico.
En fin, amplia y necesaria información, modelo de Google siglo XIX "made en Valparaíso".
Constitución y guerra
Saltando en el tiempo encontramos en 1908 el "Anuario Zig Zag Almanaque-guía de Chile". Son 890 páginas, con completa información de todo el país y gran cantidad de publicidad con la oferta propia del progreso del principios del siglo XX, desde novedosos sistemas de iluminación hasta modernos artefactos de baño, como duchas y esas buscadas tinas con patas que hoy se lucen en algunos jardines.
Los interesados en el tema podían encontrar allí también el texto completo de la Constitución de 1833, sobreviviente hasta 1925 con parches variados, una sangrienta revolución y un parlamentarismo fracasado.
Saltamos a Francia, 1917, y tenemos el "Almanach Hachette", editado sin temor en medio de la Primera Guerra Mundial. Publicidad y contenido esencialmente bélico con ilustraciones de la naciente contienda aérea, el despliegue de grandes piezas de artillería, la vida en las trincheras, la sobreviviente caballería y las aún vigentes entonces palomas mensajeras para las comunicaciones.
En ese curioso almanaque se muestra en grabados toda la maquinaria bélica en acción en tiempos en que "los malos" eran los alemanes. Vendría luego el tratado de Versalles, donde se incuba la Segunda Guerra Mundial…
Volvamos a Chile y en 1920 aparece el popular Almanaque 18, que se vendía en las farmacias junto a los productos de Farmoquimica del Pacífico. Pequeño, entretenido con breves relatos, chistes, recetas, poesías y cada mes del año con sus santos, fases de la luna y al pie citas de autores famosos. Varias páginas dedicadas a los signos del Zodiaco permitían asomarse al futuro, imprudente ejercicio que nos ponía nerviosos y ansiosos.
La publicidad estaba dedicada a los productos de la firma editora que, supuestamente, curaban todos los males. Derrotado por otros medios de publicidad, su última edición fue el simbólico año 2000.
La caja de ahorros
Para marcar su decisiva presencia económica, en los años 30 del siglo pasado la Caja Nacional de Ahorros comenzó a editar un respetable almanaque. El tradicional "inventario" mensual incluía recetas de cocina, santoral, efemérides, horóscopo y hasta pronósticos del tiempo para todo el año. También se encontraban artículos nacionales y extranjeros de buenas firmas sobre economía, viajes, medicina y ciencia. La publicidad era numerosa. No se podía negar un aviso a un banco, sin embargo, esos avisos son un catálogo vivo de la economía de esos años, con la oferta de variados productos y servicios, incluyendo el naciente turismo liderado por los Ferrocarriles del Estado, sus trenes y hasta hoteles.
La vieja Caja Nacional de Ahorros, esa de las libretitas y las alcancías, dio paso al Banco del Estado que, a su vez, incubó al BancoEstado. Cambio de nombres y costumbres.
Cerramos esta historia con el "Libro del año, almanaque de la Revista del Domingo" de El Mercurio, editado en los años 70 bajo la dirección del genial Lukas, Renzo Pecchenino. Completa información internacional y nacional. Precursor, nos entrega información de la toponimia indígena de Chile con información que ni siquiera conocen quienes hoy izan banderas originarias.
Viejas publicaciones, pasadas de moda, pero que en su época fueron útil y orientador instrumento que acompañaba al inexorable e irrenunciable paso de los días, los meses y los años.