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Portales frente al

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El crimen y ejecución del capitán Paddock visto en términos generales aparece como un ejemplo de la mano dura e imparcial de la justicia respecto a los extranjeros. Más en detalle, nos muestra las complejidades que existen en cada uno de los casos".


crimen de un extranjero

En medio de la crisis migratoria que estamos viviendo y justo cuando todavía aún sentimos coletazos del horroroso crimen del camionero Byron Castillo en Antofagasta, resulta relevante recordar que ciudades como Valparaíso pasaron de ser una caleta al principal puerto del Pacífico sur gracias, precisamente, al aporte de inmigrantes de distintas partes del mundo.

En esta línea, uno de los gobiernos que promovió la llegada de extranjeros, en especial, de Europa Occidental, fue el del general Joaquín Prieto hace casi dos siglos. La creación de almacenes para el resguardo de los bienes y las mejoras en las condiciones aduaneras sirvió de impulso para que las casas comerciales se instalaran en Valparaíso.

En medio de este ambiente, era inevitable que se produjeran conflictos. Un caso emblemático fue el del capitán norteamericano Enrique Paddock en 1833. Paddock, uno de los cientos de marinos que circulaban por las calles del puerto, se encontraba con falta de circulante, por lo que comenzó a buscar ayuda en algunas de las casas comerciales que existían en la ciudad. Ante la negativa constante de concederle un préstamo, concurrió a la famosa Casa Alsop y, frente a un nuevo rechazo, no halló nada mejor que asesinar a dos de sus empleados, matar a un transeúnte y herir a otros dos.

Mientras la defensa del capitán alegaba que la acción de Paddock había sido el resultado de un estado de locura temporal, el tribunal porteño abogaba por dar el castigo que merecía en esos tiempos: la pena de muerte.

La presión del cónsul logró impedir de forma temporal la ejecución, pero, para mala suerte del capitán, Diego Portales había asumido como gobernador de Valparaíso y en una carta, daba a conocer su opinión sobre este tema:

"Con la suspensión que se ha hecho hoy de la ejecución de la sentencia, no se oye decir otra cosa entre ciertas gentes que si el reo fuera chileno ya estaría olvidado. Así se disponen los ánimos insensiblemente y un día, al hacer fusilar un roto, puede levantarse el grito de que para ellos solo hay justicia ".

Siguiendo la línea del futuro Ministro, los tribunales porteños, desoyendo los alegatos en favor de Paddock, cumplieron con la condena y lo ejecutaron, tal como lo habrían hecho si el que cometió el crimen hubiera sido un "roto".

La lectura tradicional de este caso, destaca a Diego Portales y esa postura de rectitud e inflexibilidad que le asignaba la historiografía conservadora al gobernador. No obstante, la revisión más en detalle de los hechos nos muestran otras circunstancias que envolvieron el crimen y que permiten comprender, en su verdadera dimensión, la determinación con que actuó Portales.

Aunque a grandes rasgos, la condena a muerte del capitán norteamericano Paddock fue el mejor ejemplo del interés del gobernador por demostrar a la ciudadanía que no había contemplación con los asesinos, independiente de su nacionalidad o condición social, en el análisis más fino, tenemos que considerar que los asesinados, Joaquín Larraín y José Squella, y uno de los tres heridos, Guillermo Wheelwright, eran, si no amigos, conocidos de Portales. Larraín y Squella trabajaban para la casa Alsop y Cía., con quien Portales había hecho negocios y a quienes les había encargado la construcción de sus cárceles móviles. Wheelwright, en tanto, comenzaba a hacer sus primeros contactos comerciales con el gobierno, transformándose luego en un socio influyente. Esta cercanía con el hecho, aunque bastante menos idealista de como lo han querido presentar sus hagiógrafos, permite entender el afán de Portales por condenar a la muerte al capitán. Se trataba de hombres queridos y conocidos por la élite de la ciudad. ¿Habría actuado de la misma forma si las asesinadas por Paddock hubiesen sido prostitutas?

A este análisis se suma un último factor. A inicios de 1830, el rol que jugaba Estados Unidos todavía era muy menor, por ejemplo, en comparación con la influencia que tenían para nuestro país Gran Bretaña, Francia o España. Ejecutar a un yanqui no tenía la misma carga que hacerlo contra el súbdito de alguna de las coronas europeas, de ahí que no había mayor riesgo en castigar al culpable.

En definitiva, el crimen y ejecución del capitán Paddock visto en términos generales aparece como un ejemplo de la mano dura e imparcial de la justicia respecto a los extranjeros. Más en detalle, nos muestra las complejidades que existen en cada uno de los casos y que resulta necesario atender para conocer los problemas en su real dimensión. Lo mismo es válido para el terrible crimen de Byron Castillo y del fenómeno de la inmigración, en general. 2

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Testimonios de sobrevivientes

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40 minutos después del terremoto, un lugareño a caballo vio que el mar se recogía y cabalgó al pueblo instando a la gente a escapar al cerro. "En aquel entonces, nadie sabía lo que era un tsunami", enfatiza, y segura que la intuición del jinete fue providencial".

Este 15 de enero, las costas del Pacífico fueron afectadas por un pequeño tsunami causado por la erupción de una isla volcánica en Tonga, a más de 10 mil kilómetros de Valdivia. Navegando por el río Cruces, recibí como muchos la alerta en el celular. Afortunadamente, no hubo muertos en Chile, pero la conmoción me hizo recordar el terremoto del 22 de mayo de 1960, que cambió la fisonomía de más de 800 kilómetros de costa sureña. A 62 años de la catástrofe, poco sabemos de las consecuencias del tsunami y, por ello, desde 2016 hemos buscado a los pocos sobrevivientes, cuya historia se urde en torno a cocinas a leña y oralidad. La historia de los hermanos Gómez Álvarez es de aquellas que sorprenden; una historia que vincula incluso la propia condición física de Paulino, quien cojea, a la del tsunami…

Una tarde nublada de octubre de 2018 visitamos a Arturo, quien fuera un atlético joven de 23 años cuando el tsunami arrasó el pueblo de Cucao. Su día transcurría en un hogar oscuro, con ese calor de cocina sureña y la televisión pública de fondo. A sus 81 años, Arturo sufría de un parkinson que no le permitía hablar, y por ello su hermano menor traducía lo que, a oídos nuestros, era un balbuceo ininteligible. Arturo recuerda que la primera ola llegó al pueblo unos 40 minutos después de ocurrido el sismo, y que alcanzó evacuar a un cerro cercano junto a varios vecinos, mientras la tierra ondulaba con las réplicas. "Siguió temblando un año", prosigue, y pasados varios más, vino "la riqueza del oro" que arrastrara el agua desde depósitos ubicados en la cuenca alta.

En un relato interrumpido, recuerda que ese mismo flujo exhumó osamentas en la antigua iglesia traída por los jesuitas desde Quellón, y que sucumbió ante el torrente. Menciona también que su tío David Álvarez, que vivía en una casa de madera tras la iglesia, se encomendó a la virgen del Carmen y subió al segundo piso para capear la inundación. "Arturo sálvate, déjame solo", le dijo David al joven deportista, quien corrió a un cerro ubicado a dos kilómetros del lugar, por terrenos en aquel tiempo nativos. Llegando a los pies del cerro vio una ola de más de dos metros y pensó que su tío David moría. En su fuero interno, Arturo está convencido que la plegaria sirvió, porque la casa permaneció casi intacta por la protección que le dio el templo, cuyas grandes dimensiones eran, según dice, como la actual iglesia de Achao.

Ante la discapacidad física de Arturo, que lo tiene recluido en su casa, Paulino nos invita a visitar el sitio donde estaba la antigua iglesia y donde hoy hay una nueva, de tejuelas anaranjadas, como símbolo de la resiliencia de los feligreses. Camino a la iglesia, Paulino nos cuenta que nació el 13 de mayo de 1960, y que para el terremoto tenía 9 días. Con una lucidez notable, relata que el caserío era cruzado por un arroyo que, como consecuencia del tsunami, se transformó en un río. Y que producto de las olas, el pueblo quedó bajo arena. Al igual que su hermano, cuenta que 40 minutos después del terremoto, un lugareño a caballo vio que el mar se recogía y cabalgó al pueblo instando a la gente a escapar al cerro. "En aquel entonces, nadie sabía lo que era un tsunami. No había una enseñanza en Chiloé", enfatiza, pero asegura que la intuición del jinete fue providencial. Relata que, en la desesperación, su madre pidió al jinete llevar a Paulino-bebé al cerro, y que el primero lo apretó con tal fuerza por las ancas, que le causó una cojera que le acompañaría de por vida. Paulino demoró más de 40 años en saber que esa lesión no había sido por el tsunami sino por una poliomielitis que le diagnosticó un médico del Hospital de Castro, cuando por primera vez se iba a atender a la ciudad.

Paulino retoma el relato de aquel triste día. Cuenta que en la parte sur de Cucao murieron tres niñitas, y en los meses que sucedieron, algunos vecinos migraron a lugares como Comodoro Rivadavia mientras que otros volvieron a construir sus casas en el mismo valle. Paulino ilustra el arraigo a la tierra con un temple nostálgico. "La gente ama su tierra. Se necesita una razón muy poderosa para irse", dice, ilustrando centenas de ejemplos de quienes, habiendo perdido todo, vuelven a poblar esos terrenos una vez que amaina la tempestad. "Siento que este es mi hogar. No lo cambio", concluye.

Este testimonio incompleto y a ratos esquivo, es un claro ejemplo de cómo, a pesar de los avances científicos, seguimos como especie siendo vulnerables ante la bella e impredecible naturaleza. 2

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