RELOJ DE ARENA Las cruces de Queronque
En Peñablanca tomó un pasaje para el tren que venía desde Valparaíso. Hacía frío. Unas copas, quizás muchas, y se quedó dormido en una banca de la pequeña estación. Puntual llegó el tren. Se detuvo brevemente y continuó su viaje. El tipo no despertó. La suerte lo acompañaba esa noche. El tren donde debía viajar nunca llegó a su destino. Antes de llegar a la estación siguiente, el puente que cruzaba el estero de Limache se desplomó al paso del convoy.
Muertos y heridos. 6 julio de 1875. El lugar cercano a la más reciente catástrofe de Queronque. 58 muertos, la mayor tragedia ferroviaria del Chile, el 17 de febrero de 1986.
La primera tragedia de Queronque está detallada en el interesante libro de Benjamín Vicuña Mackenna "De Valparaíso a Santiago", escrito en Viña del Mar en 1877.
El infatigable escritor y político hace un entretenido recorrido por todas la estaciones que recorría la vía de 187 kilómetros inaugurada en 1863.
Dentro de los detalles y hechos propios de cada uno de los puntos que pasaban los rieles, con la precisión de un periodista de calidad, Vicuña Mackenna hace una descripción de la catástrofe con sus detalles humanos como es el caso del durmiente "curadito" que ignoraba el destino de quienes nunca fueron sus compañeros de viaje.
Pianos y espejos
Relata nuestro cronista que a las diez y media de la noche había salido de Valparaíso el tren mixto, carga y pasajeros, que debía llegar a Santiago a las 6 de la madrugada del día siguiente:
-"Componíase el convoy de catorce carros cargados con 979 bultos de valiosas mercaderías, espejos, pianos, sederías, artículos de todo lujo para la lujosa Santiago, que se aderezaba ya para su Dieciocho y su Exposición. Venía también un carro cargado con tarros de pintura de muralla y parafina, y otro con coke carbón de piedra concentrado para fragua".
El maquinista era Francisco Maccabe "vigoroso joven irlandés, radicado en el país y casado, como todos los irlandeses de Chile, con chilena". De los pasajeros solo uno había tomado boleto en primera clase el "animoso artista M. Cheri Labrocaire, empeñado en estos días en la instalación de su establecimiento Eldorado, de la capital". En segunda y tercera viajaban 23 personas, comerciantes, entre ellos "dos abasteros muy conocidos en el Cardonal, honrados padres de familia". La noche era fría, el cielo estrellado, el campo húmedo por las recientes lluvias, dice el relato de tiempos sin sequía. Sigue el viaje:
-"El convoy predestinado había continuado su marcha de media noche con la velocidad que le imprime el descenso de la gradiente de Peña Blanca hacia Limache Y llega al puente. Tenía aquel sesenta metros de largo y se hallaba sostenido por dos enormes vigas longitudinales de hierro batido, que reposaban, a su vez, sobre tres machones de sólida mampostería, soportes de pilares llamados de rosca, y todo era hierro y granito". Los aluviones de 1864 habían arrastrado un puente anterior "como una pluma". Fue reconstruido "con una solidez a toda prueba. La albañilería estaba intacta, la estructura de hierro en toda su pujanza. El solícito ingeniero en jefe lo había examinado prolijamente hacía tres meses (en Abril), encontrándolo en perfecto estado de seguridad". Pese a todo viene, inexplicable, la tragedia:
-"Pero apenas se ha lanzado el pesado tren en sus vigas, la construcción entera se estremece; el machón del centro se desmorona como una frágil miga; el puente se abre en toda su extensión y en un sentido longitudinal; y arrastrando el convoy entero, se desploma sobre su costado como un monstruo fatigado que se tiende y revuelca sobre la arena.
Sólo la máquina, con el empuje irresistible de sus caderas de hierro, ha salvado como de un salto el abismo, arrastrando consigo la mitad de un carro de mercaderías. El resto, cortadas las cadenas de amarra, ha caído en el estero desde la altura de siete metros y sobre una sábana de agua remansa de treinta a veinte centímetros de espesor. Los carros de carga se han tumbado en parte sobre la estructura de piedra y hierro y forman una especie de segundo puente sobre las ruinas. Sobre ese puente se ha precipitado a su turno el carro de tercera y el de segunda, y encima de éstos ha quedado el de primera con su único ocupante". El conductor y palanqueros del tren mueren en el llamado "carro colorado".
Relata don Benjamín que sobrevive el francés M. Cheri Labrocaire, quien "con la agilidad y heroísmo peculiar de su generosa raza, saltó al agua y corrió al socorro de los infelices pasajeros de tercera que estaban inmediatamente debajo del carro que él había ocupado, y era el último del tren. Salvó de esa suerte a una infeliz madre que estrechaba un niño de pecho contra el suyo, en seguida a otra mujer, que al tiempo de desprenderse de su asiento soltó a la criatura que abrazaba y que se ahogó… logró así rescatar de la muerte a seis personas, ayudado de un animoso palanquero llamado Felipe Salas, que escapó completamente ileso". Nueve fueron los muertos.
Entre tanto, el maquinista "comprendió la horrible catástrofe que dejaba a su espalda, desenganchó, ayudado del fogonero, el carro destrozado que arrastraba y lanzó su máquina, la Llay-Llay, como un relámpago hacia Limache".
La caída del puente había tenido lugar a las 11 y 45 minutos de la noche. Hora y cuarto después, el enérgico maquinista estaba de regreso desde la estación de Limache con socorro para los sobrevivientes. La noticia se conoció en Valparaíso a las cuatro de la mañana, pero ya nada había que hacer.
La vía armada
Pasan los años y más de un siglo después, la tragedia, casi en el mismo lugar, se repite, pero multiplicada. A las 19.45 horas del 17 de febrero de 1986 dos trenes con cerca de mil pasajeros chocan de frente. Uno procedía de Los Andes con destino a Puerto. Otro iba desde Valparaíso en dirección a Santiago. La energía de cada convoy significó la destrucción de los coches y la muerte de 58 de sus ocupantes. Los heridos fueron 510.
¿Qué había ocurrido? En ese tramo parte de la doble vía estaba cortada, inutilizada por un atentado. A ello se sumaba el robo de los cables del viejo sistema telefónico de Ferrocarriles, interrumpiéndose el enlace entre Peñablanca y Limache, lo que permitió el avance simultaneo, sin aviso alguno, por la misma vía, de los dos trenes que chocaron frontalmente.
Investigaciones, sumarios, detención de funcionarios ferroviarios y, finalmente, nada salvo la suspensión definitiva del servicio ferroviario a Santiago, según relata Ian Thomson en su "Historia del ferrocarril en Chile".
Por cierto, los autores del atentado, uno más durante el gobierno militar, causa basal de la tragedia, jamás fueron identificados y Pinochet se mantuvo en poder hasta el 11 de marzo de 1990. La vía armada no funcionó.
A lo largo de los años cruces en el lugar recuerdan a las víctimas lejanas y cercanas mientras aún circula el rumor sobre una conciencia atormentada que reconoce su participación en el atentado que finalmente desató la tragedia de 1986.