Secciones

  • Portada
  • Actualidad
  • Opinión
  • Actualidad general
  • Deportes
  • Clasificados
  • Cartelera y Tv
  • Servicios
  • Espectáculos
POR SEGISMUNDO

RELOJ DE ARENA Engaños y "la gran curiosidad"

E-mail Compartir

El tipo del maletín entró en la sala de espera y sonrió a la secretaria. Tres personas aguardaban, impacientes, entrevistarse con el gerente. El tipo les hizo un gesto como pidiendo permiso para entrar brevemente. No se sentó en una de las sillas desocupadas. Se abrió la puerta, salió una persona y entró la secretaria. Salió y con la mano indicó al tipo que entrara. En la oficina del gerente, sin tomar asiento, abrió el maletín y sacó un paquete envuelto en grueso papel café.

-Don Jorge, aquí le traje lo que me pidió. Son dos botellas.

- Ya -leve sonrisa- cuanto le debó.

- Son…

- ¡Tan caro!

- No es tan caro, don Jorge, hay mucho problema en la Aduana y si a uno lo llegan a ver -no uso la fea palabra pillar, que era la exacta- se pierde la mercadería y se puede pasar un mal rato…

Sin insistir en un alegato que sabía inútil, el gerente sacó la cantidad indicada de su billetera. Nada de cheques que dejan huella.

Cerrada la transacción, el tipo salió con su maletín más liviano. En la sala de espera, al despedirse, le pasó a la secretaria un pequeño paquete. Casi susurrando dijo:

- Un Camay, señorita Inés.

Un jabón norteamericano Camay, muy cotizado por las damas de los años 50 o 60 del siglo pasado. Había que tener grata a la simpática secretaria que, como muchas secretarias, eran y son un poder fáctico más allá de calculadas paridades.

El hombre del maletín, correctamente vestido y, por cierto, con corbata, era un contrabandista, de esos que recorrían importantes oficinas o bares porteños ofreciendo aquellas mercaderías castigadas con altos aranceles que impedían su venta en el comercio normal. Y cuando aparecían en alguna vitrina, su valor era prohibitivo.

El mercado del contrabandista se centraba especialmente en whisky escocés, coñac francés, algunas conservas importadas, como las Buen Provecho, españolas, cigarrillos norteamericanos, Philip Morris, Lucky Strike, Camel o Pall Mall, entre muchos de los que se fumaban en las películas de Hollywood en tiempos en que los cigarrillos no estaban vetados. Para las mujeres, además de perfumes, estaban las medias de nylon a las que se les daba larga vida mediante el trabajo de joyería que hacías esa señoras que "tomaban puntos a las medias". Había una muy prestigiada en la entrada inferior del ascensor Reina Victoria de Valparaíso. Notable ejemplo de reciclaje en tiempos del cólera.

Y como la demanda de productos importados era alta y su consumo sello de distinción, había algunos malandrines que los falsificaban.

Artesanía a buen precio

Cuenta José Luis, experimentado mayordomo de una importante empresa porteña, que había un mercado de envases vacíos de licores importados, esos con dosificador que hoy tiene hasta el más modesto de los piscos. Eran perforadas en su parte inferior mediante una broca dental. Por el agujero resultante se rellenaban con restos de licor original o con alguno nacional. Se sellaba de alguna manera y se reconstruía cuidadosamente la parte superior. Toda una artesanía que se vendía a buen precio.

Engaños similares había con cigarrillos y también con las famosas medias. El buen contrabandista, sin embargo, jamás engañaba a sus fieles clientes habituales. Los estafados eran generalmente visitantes que habían llegado a Valparaíso en busca de experiencias portuarias, pues el contrabando en sus tiempos se convirtió en una verdadera atracción turística porteña, con vendedores informales que no ocupaban veredas ni espacios públicos.

El engañado, como ciertos maridos, no reconocía el timo y simulaba disfrutar de la bazofia por la cual había pagado en una buena suma. Otros, optimistas, esperaban que el tiempo hiciera lo suyo y mejorara el detestable licor.

El negocio se basaba a veces en verdaderos saqueos de la carga de importación en tiempos en que no existían los contenedores.

Cuenta don Teodoro, estimado periodista de este Diario ya fallecido y que conocía de cerca el puerto, que cargamentos de cajas de whisky, por ejemplo, eran levantados por la grúa desde la bodega del barco. Una vez colgando sobre el muelle mismo, por accidente, se soltaba el cable y las cajas caían con estrepito sobre el duro pavimento. En ese momento, sorpresivamente, aparecía alguien con un gran lavatorio en el que recogía el líquido que escurría entre restos de cajones, vidrios rotos, ganchos y redes. Era lo que se llamaba el "golpe de Aduana". Total, un accidente sin lesionados y pagaba el seguro.

Toda esta industria del "contrabando blando", ni pensar en drogas, fue aniquilada cuando algún malvado neoliberal dispuso la eliminación de los altos aranceles. Así, usted puede comprar un respetable Johnnie Walker en una modesta botillería de barrio.

Interrogante de don aníbal

- "Adiós. Ahora vamos a salir de la gran curiosidad". La "gran curiosidad" era saber qué pasaba después de la muerte, interrogante presente hasta nuestros días.

La frase es atribuida a Aníbal Pinto y la habría pronunciado agónico, rodeado por sus familiares y un sacerdote.

Falleció el expresidente en Valparaíso el 9 de junio de 1884. Una plaza bastante maltratada lo recuerda. Y se merece más que una plaza, pues le tocó conducir la Guerra del 79 en su etapa más compleja y, además, una crisis debido a la falta de circulante cuando las operaciones comerciales se hacían en monedas de oro y plata. El oro salía al exterior en compras diversas y se quedaba por allá… Así, el Gobierno, sin Banco Central ni cosa parecida, a través de una ley dio curso obligado al papel moneda, los billetes, en los cuales se leía una frase teórica, una mentira, vigente hasta el siglo pasado: "Convertible en oro conforme a la ley".

Los que intentaban tener moneditas relucientes "conforme a la ley" se quedaban con las ganas y con la frasecita aquella.

Pero volvamos a don Aníbal y al tema del oro que salía y no volvía. En 1876 llegó a Valparaíso, procedente de San Francisco, el químico francés Alfredo Paraff.

Joven, 34 años, de buena presencia y poder de convicción, afirmaba que tenía un sistema que permitía obtener grandes cantidades de oro de los restos de la explotación de minerales de plata y cobre. Era algo así como sacar oro poco menos que de la basura.

En el hecho, hay oro en esos desechos, pero en baja cantidad, realidad que Paraff rechazaba, pues con su sistema se lograba "estrujar" esos materiales.

Surgieron dudas: ¿Por qué no había desarrollado su sistema en California, de donde venía? Muy simple, en California el oro estaba botado -tiempos del gold rush-, casi al alcance de la mano, sin esfuerzos, de cualquier aventurero ignorante.

Insistiendo, montó una escena en la Casa de Moneda.

Examinan una muestra de restos minerales mediante el procedimiento habitual y se logró un dos por ciento de oro. Se toma otra porción de la muestra, se emplean ciertos reactivos propios de Paraff y se obtiene un 40 por ciento de oro. La prueba se repitió varias veces con resultado parecido.

El aval presidencial

El hallazgo de Paraff, ante un país pobre y endeudado por la obsesión de importaciones que iban desde muebles hasta auténtico champán francés, estremeció el mercado y valorizó aquellos desechos abandonados en las faenas mineras del norte.

Don Aníbal, el Presidente responsable del país en momentos críticos, recibió con entusiasmo a Paraff convencido que era algo así como el Mesías Prometido. El genial químico mostró al Presidente un lingote del metal logrado con su procedimiento. El aval de Pinto, que felicitó a Paraff, era importante, pues el mandatario era un hombre culto, con una gran biblioteca, dominaba varios idiomas y había sido alumno de Andrés Bello.

Se montó una empresa con la participación de Paraff con una fundición en la cual se procesarían los restos minerales. Todos invertían vendiendo a veces a vil precio valiosas propiedades.

No faltaron los desconfiados de la noticia de nuestra nueva riqueza. Dudas y comentarios irónicos que aludían en los intentos medievales en que los alquimistas lograban el precioso metal mediante la "piedra filosofal". Se habló también de un viejo tratado escrito por un monje, Alfonso Barba, donde estaba la fórmula, pero el libro desapareció de la Biblioteca Nacional.

"Entusiasmo delirante" cuando llegaba Paraff, escribe Encina: "En las calles y en los teatros, se hacía objeto de muestras de admiración… La sociedad de Santiago lo agasajó en forma sin precedentes".

Pero comenzaron los problemas cuando los accionistas de la empresa "productora de oro" comenzaron a exigir dividendos… en oro. No llegaban y las inspecciones personales a la fundición solo mostraban humo y gases irritantes.

Alguien estableció la verdad. En medio de palabras vibrantes, explicaciones difíciles de entender y rápidas manipulaciones de los materiales, Paraff y su ayudante, Francisco Rogel, que simulaba ser un retardado mental, introducían oro de verdad en el material de desecho. Así, momento de la prueba final aparecía en alto porcentaje ese oro legítimo.

La justicia actuó de oficio, Paraff condenado a prisión. Generosamente, el calabozo fue cambiado por una relegación a Valdivia. ¿Qué habrá sido de él?

Lo único cierto es que aparece como precursor en Chile del cuento del "balurdo", ese fajo de billetes bien apretado con un elástico que solo está "enchapado" en dinero, pero que en su interior es únicamente papel de diario recortado.

Y otra interrogante, ¿habrá salido don Aníbal de su "gran curiosidad?