Plurilingüismo en la Constitución
El borrador de la nueva Carta Magna considera a Chile como un Estado plurilingüe, hito que ayudaría a instaurar el reconocimiento de las lenguas indígenas de nuestro país.
D esde su fundación, e incluso desde mucho antes de ésta, Chile ha sido un país plurilingüe. Muchos de los pueblos originarios de este territorio, preexistentes al Estado de Chile, han logrado conservar sus lenguas, las que siguen siendo habladas hasta el día de hoy, como el quechua, el aymara, el kunza, el mapuzugun, el rapanui, el kawéskar y el yagán.
Del mapuzugun, por ejemplo, ya en el año 1606, el jesuita Luis de Valdivia decía que "en todo el Reino de Chile no hay mas de esta lengua que corre desde la ciudad de Coquimbo y sus términos, hasta las islas de Chiloé y, mas adelante, por espacio de casi 400 leguas de norte a sur".
Atendiendo a este plurilingüismo de facto, así como también a la necesidad de fortalecer y proyectar hacia el futuro el uso de estas lenguas, es que el martes pasado el pleno de la Convención Constitucional (CC) aprobó el artículo 12 sobre plurilingüismo, que establece que "Chile es un Estado plurilingüe, su idioma oficial es el castellano y los idiomas de los pueblos indígenas serán oficiales en sus territorios y en zonas de alta densidad poblacional de cada pueblo indígena. El Estado promueve el conocimiento, revitalización, valoración y respeto de las lenguas indígenas de todos los pueblos del Estado Plurinacional".
La aprobación de este artículo no solo abre la puerta a lo que la expresidenta de la CC, Elisa Loncon, denominó "justicia lingüística para las naciones originarias de Chile", sino que es una oportunidad para que los chilenos y las chilenas puedan conocer las lenguas habladas en este territorio con anterioridad al idioma español. Estas lenguas, por un lado, son portadoras de la historia política y social, y, por otro, son la mejor expresión de la manera de entender el mundo de las comunidades que las usan.
LENGUA Y MEMORIA
La memoria de la que son guardadoras las lenguas nos permite conocer, por ejemplo, las divisiones político-administrativas anteriores de nuestro territorio, muchas de las cuales no coinciden con las actuales fronteras. Este es el caso de términos como Wallmapu y Tawantinsuyu. El primero, usado semanas atrás por la ministra del Interior, Izkia Siches, corresponde al nombre dado al territorio mapuche (del mapuzugun "wall"="alrededor" y "mapu"="territorio"), del que forman parte las subdivisiones de Gulumapu o tierra del oeste (tomando como punto de referencia la Cordillera de los Andes), que comprende parte del actual territorio chileno, y Puelmapu o "tierra del este", que comprende parte del actual territorio argentino. El segundo -Tawantinsuyu- es el hace referencia a las cuatro regiones en las que estaba dividido el imperio inca (del quechua "tawa"="cuatro" y "suyu" ="región"); la más austral de ellas era el Qullasuyu, que comprendía parte de los actuales territorios de Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
De la misma forma, estas lenguas dan cuenta de un conocimiento altamente especializado, milenario y profundo de los territorios (su clima, su flora y fauna, su geografía, etc), que podría llevarnos a tener una vida más equilibrada con nuestro ecosistema y a evitar tragedias como la ocurrida en el Centro Nuclear Almirante Álvaro Alberto de Brasil, en 1985. Ese año, en Angra dos Reis, Río de Janeiro, cerca de la aldea guaraní de Sapukai, llovió intensamente y el agua de lluvia provocó derrumbes en las laderas de la Serra do Mar, destruyendo el Laboratorio de Radioecología de la Central Nuclear Almirante Álvaro Alberto, construida en 1970 en un lugar que el pueblo Tupinambá -hace más de 500 años- llamó Itaorna. El daño se estimó en ese momento en 8 mil millones de cruzeiros. Los ingenieros encargados de construir la planta nuclear no sabían que el nombre dado por los Tupinambá contenía información sobre la estructura del suelo, minado por el agua de lluvia. Fue solo después del accidente que descubrieron que Itaorna, en lengua tupinambá, significaba "piedra podrida". Si el conocimiento que portan las lenguas originarias de los territorios hubiese sido considerado en la construcción de la central nuclear, este hubiese podría haber ayudado a predecir fenómenos naturales y a minimizar sus consecuencias.
La valoración de las lenguas originarias -en igualdad de condiciones con las lenguas dominantes- es, por tanto, una oportunidad para que todos y todas aprovechemos los distintos tipos de conocimiento almacenados en ellas; para que nos transformemos en sus nuevos guardadores y transmisores; para que traigamos al presente la memoria de los territorios; para que construyamos un futuro más sostenible.