RELOJ DE ARENA Historias de trenes y turismo
"Chile, fértil provincia, y señalada
en la región Antártica famosa…
Es Chile norte sur de gran longura
costa del nuevo mar, del Sur llamado".
Versos que recordamos de tiempos escolares y que ahora nos damos cuenta que fueron marketing precursor de nuestro turismo.
Alonso de Ercilla y Zúñiga, el autor por si lo olvidó, además de poeta y guerrero tenía capacidad de observación. Y en medio de los temores de las emboscadas araucanas descubrió los encantos de esta tierra nuestra y los relata en su obra dedicada, por ahí lo dice, al gran Felipe, "nuestro señor".
Similares reconocimientos encontramos en las cartas de Pedro de Valdivia dirigidas al soberano. Vaya a saber uno si el ocupado soberano las leía, pero el caso es que alguien por ahí las miraba y se entusiasmaba por un viaje hasta el fin del mundo con la esperanza de volver rico a la tierra natal o a veces con la intención de quedarse para siempre en esta "fértil provincia" o tal vez huyendo de los jueces y alguaciles de la Corona o de alguna complicación sentimental.
Y dentro de la promoción precursora de los siglos XVI y XVII tenemos la monumental obra del jesuita Alonso Ovalle "Histórica relación del Reyno de Chile", editada en Roma.
Avanzando en el tiempo, siglo XIX, nos encontramos con el estudioso Charles Darwin, aquel que escaló La Campana, y la audaz Mary Graham, la viuda amiga de los momentos de nostalgia de Lord Cochrane, posiblemente en Quintero, cronista entretenida y aguda de nuestros primeros años republicanos.
Pionero en el llamado a conocer el país es el infatigable Benjamín Vicuña Mackenna, quien en 1877 nos presenta "De Valparaíso a Santiago a través de los Andes". Simplemente un viaje entre esas dos ciudades detallando cada una de las localidades por las cuales pasa el tren. Entra en toda clase de detalles que hoy serían de interés turístico y hasta gastronómico, como los bizcochos de Quilpué, las chirimoyas de Quillota o los quesitos frescos de Montenegro. De paso, lanza a la popularidad a la milagrosa Beatita Benavides que se honra en Quillota. El libro, entretenido, tiene 742 páginas.
Todos estos autores nos ofrecen obras que, en el fondo, incitaban a venir a conocernos, cuando ni siquiera se conocía la palabra turismo y cuando cada viaje era una verdadera aventura. Son trabajos con valiosa información para la historia y la ciencia, pero que a la vez se pueden mirar como precursores de esas campañas que esgrimen todas las herramientas publicitarias conocidas para atraer visitantes, pues se ha descubierto, ya hace tiempo, que la llegada de viajeros constituye una importante fuente de ingresos.
Así, se va desarrollando el turismo, primero elitista y poco a poco se va masificando gracias a información que muestra en detalle los encantos de cada punto del país, orientando al viajero sobre facilidades de alojamiento, gastronomía y transporte.
Entrado el siglo pasado, aparecen varias guías de turismo, replicando una tendencia internacional donde sobresale la famosa Guía Michelin, que perfecciona profesionalmente la información al viajero y otorga distinciones gastronómicas, las famosas Estrellas Michelin, codiciadas en el mundo de la buena mesa.
"all inclusive"
Pionera en la entrega de información turística sistemática en nuestro país es la Empresa de los Ferrocarriles del Estado, que a partir de 1932 comienza a editar su Guía del Veraneante, que se publica anualmente hasta 1962.
Ya en 1931 la ferroviaria estatal había lanzado, con bastante éxito, "A través de Chile", un libro de casi 300 páginas prologado por el destacado periodista Carlos Silva Vildósola, director de El Mercurio de Santiago. El trabajo consigna que "además de haber efectuado personalmente la mayoría de las excursiones que se detallan, se han consultado las geografías de Espinosa, Astaburuaga y Risopatrón y diversas obras de viajes a través del país, cuyos datos han sido cuidadosamente comprobados, a fin de ofrecer al público un conjunto de informaciones exactas sobre ferrocarriles y turismo".
Esa era la dupla insoslayable en esos tiempos de malos caminos y de escasos y poco confiables automóviles: ferrocarriles y turismo.
Después de una completa exposición sobre Ferrocarriles del Estado, su desarrollo, redes y material rodante, tenemos un recorrido en detalle por todo el país, partiendo de Arica para rematar en Magallanes.
Entre el abundante material, se presenta la oferta de un tren de turismo con coches dormitorio y comedor, un hotel rodante para el viajero. Parte desde Alameda el 26 de enero, año 1930, y llegaba de vuelta a Santiago el 6 de febrero en un recorrido que alcanzaba hasta Puerto Varas, con desvíos a Concepción y Valdivia y pasando por diversos puntos de interés, incluyendo navegaciones en vaporcitos por el río Valdivia y sus afluentes y por los lagos Llanquihue y Todos los Santos.
"All inclusive", usted no se preocupa de nada, salvo de pagar $ 960. Por $ 50 más podía partir y volver a Valparaíso en coche dormitorio. Eran los olvidados y añorados tiempos ferroviarios Puerto-Santiago que hoy, por cierto, no tendrían rentabilidad social. El mismo librito de 1931 nos cuenta que entre Puerto y Mapocho corrían diariamente cuatro trenes expresos, que hacían el recorrido en tres horas 10 minutos; un rápido, 2 horas 50 y dos ordinarios, cuatro horas 30. Viejos datos para una polémica que nunca pierde actualidad.
Pero sin ser amargados, pasemos a la mencionada Guía del Veraneante, un clásico de nuestra promoción turística y que se ha ganado una ubicación en Memoria Chilena.
Tenemos a la vista la edición 1958 de la Guía, numerosas fotografías de lugares de interés de todo el país junto a ilustraciones de destacados artistas nacionales y hasta un pequeño mapa del área de los lagos Llanquihue y Todos los Santos.
Entre las promociones destacan cinco imaginativas páginas a todo color sobre las atracciones de Viña del Mar.
La publicación, 368 páginas de cómodo formato, aparece bastante bien financiada, con numerosos avisos de hoteles, restaurantes y hasta de un astillero de Constitución que construye desde faluchos que se utilizaban para la descarga portuaria hasta lanchas de alta velocidad.
Se promueven también "caravanas de turismo social", idea precursora que con variantes está vigente hasta la actualidad.
La muerte del trasandino
Entre los numerosos servicios ferroviarios que presenta la guía, fuera de los recorridos nacionales, está la oferta del Ferrocarril Transandino por Juncal. El pasaje, con transbordos, desde Santiago o Valparaíso hasta Mendoza tiene un valor de 7.605 pesos, en moneda chilena, más 186 nacionales argentinos y a Buenos Aires los mismos 7.605 chilenos más 380 nacionales argentinos. El viaje cordillerano era bonito, impresionante, sobrecogedor, pero largo pese a su modernización mediante automotores diésel Schindler fabricados en Suiza. El Trasandino, "una maravilla para los ingenieros, pero un desastre para los contadores", escribe el experto ferroviario Ian Thomson, funcionó entre 1910 y 1984. Fue derrotado y desguazado por razones climáticas, largas interrupciones por enorme rodados, y también por una pésima gestión económica.
En cuanto a las líneas nacionales que se presentan en la guía, algunas increíblemente extensas, como la que partía en La Calera y remataba en Iquique, 1.889 kilómetros, dos días de viaje, muchas han ido desapareciendo. La mayoría tiene recorridos de carga, como Santiago-Valparaíso, pero han dejado a pie a los pasajeros… En fin, un tema de estos días para ministros dubitativos y senadores enojados.
Pero el interés de estas viejas guías, que llegaron a tener ediciones anuales de 50 mil ejemplares, reside en la completa oferta turística de todo el territorio nacional que presentaban hace décadas y la interesante publicidad de numerosos hoteles y restaurantes, algunos que aún subsisten y otros que son parte de la historia de esfuerzos precursores de una sufrida actividad que es componente importante de nuestra economía.
Y es Vicuña Mackenna en una de estas obras que conforman la historia del turismo nacional que nos presenta a Heinrich Bohn, un prusiano que al abrirse el servicio ferroviario entre Valparaíso y Viña del Mar, septiembre de 1855, instaló junto a la estación del naciente poblado una fonda, "La Estrella de Chile". Platos criollos y alemanes y cerveza artesanal de verdad. Junto a la fonda, ante la demanda de alojamiento, levantó algunas cabañas. En reconocimiento a su aporte fue nombrado jefe de estación de Viña del Mar.
Décadas después, como homenaje a este empresario y servidor público, se puso su nombre a la calle adyacente a la estación. Usted sin duda se acuerda, la calle Bohn, costado del Club de Viña, donde se ubicaba el tradicional Hotel Inglés.
Años después se soterra la vía ferroviaria, aparece el "Par Viana-Álvarez", desaparece la calle Bohn y entre los escombros se esfuma el nombre de este pionero del turismo. Una víctima más del progreso.