LA TRIBUNA DEL LECTOR
PHD CONSEJERO REGIONAL Y VICEPRESIDENTE DE LA COMISIÓN DE MEDIO AMBIENTE, PATRIMONIO NATURAL Y CAMBIO CLIMÁTICO Marcos Tricallotis,
Un desafortunado efecto colateral de la grave crisis hídrica actual es la baja disponibilidad de agua en embalses y represas de la zona centro-sur del país para la generación de electricidad. Es decir, no solo se estaría perjudicando la disponibilidad de este recurso para el consumo humano y la producción de alimentos, sino que también la disponibilidad de fuentes limpias de energía.
Incluso, podríamos emitir mayores volúmenes de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera, contribuyendo aún más al cambio climático gatillado por el aumento de la temperatura global promedio. ¿Cómo es esto posible?
Según la evidencia disponible, en los últimos 200 años se han emitido alrededor de 500 billones de toneladas de CO2 a la atmósfera debido a actividades industriales humanas. Este CO2 industrial es de características particulares, comparado con el CO2 que es emitido naturalmente, según lo prueban las burbujas de aire extraídas desde muestras de hielo milenario atrapado en la Antártica.
Empeorando aún más el escenario, cada año se emiten alrededor de 30 billones de toneladas adicionales de CO2, acelerando el proceso de cambio climático. Sin embargo, aún podemos hacer algo.
Desde ya hace un buen tiempo Chile se viene embarcando -bajo distintos gobiernos - en el "boom" por las energías renovables no convencionales. Destacan por sus tan cacareadas bondades los proyectos de energía eólica, solar y, últimamente, el hidrógeno verde. Si bien aplaudo que así sea, estas fuentes alternativas no alcanzan en conjunto ni el 5% de la matriz de generación primaria de energía. Además, no están exentas de problemas: son discontinuas y altamente variables. Ni el sol brilla en las noches ni el viento sopla siempre a la misma hora y lugar con la misma intensidad. El hidrógeno verde, si bien promisorio, aún está en fase de desarrollo experimental.
Consecuentemente, las energías renovables no convencionales son un buen complemento para diversificar nuestra matriz energética que requiere fuentes seguras y limpias de energía de respaldo. Lamentablemente, la mayor parte de la matriz (68%) en Chile está constituida por combustibles fósiles, lo que no solo es contaminante, sino que está sujeto a los vaivenes internacionales, como lo es el caso del petróleo y el gas, que se han disparado luego del conflicto en Ucrania. Las energías renovables no convencionales necesitan ser respaldadas por fuentes limpias, seguras y a bajos precios.
La energía proveniente de centrales nucleares cumple varios de los requisitos anteriores. Es limpia, pues no emite CO2 ni ninguna otra sustancia contaminante. Es segura en su suministro, pues existen reservas de uranio en la tierra que abastecerían hasta 4 veces la demanda actual proyectada a unos 80 a 100 años. Y el torio, el segundo elemento que se ocupa actualmente como combustible, es hasta 4 veces más abundante que el uranio. Por último, es competitiva, pues debido a que el proceso de fisión nuclear es altamente eficiente y controlado, permite obtener energía a precios tan bajos como aquellos ofrecidos por una central termoeléctrica tradicional a carbón.
En países que han retirado plantas nucleares completamente funcionales por terror a accidentes absolutamente sobredimensionados, han tenido que recurrir a fuentes sucias de abastecimiento como el petróleo y el carbón. Un terror infundado porque en Fukushima las personas murieron más bien por el tsunami y en Chernóbil eran centrales que no cumplían los estándares más mínimos de seguridad: ni siquiera tenían un techo de concreto, algo propio de la miseria de los regímenes totalitarios comunistas.
Hoy existen centrales nucleares de cuarta generación, de mucho menor costo de inversión inicial: aproximadamente US$ 1.500 millones de dólares versus los más de US$ 5.000 millones de un reactor tradicional. Un reactor típico tiene una capacidad de generar 582 MW por 24 horas y son más seguros que nunca, pues tienen al menos 3 a 4 barreras de seguridad. A prueba de niños, tsunamis y terremotos. Además, hoy los residuos radiactivos representan un mucho menor impacto ambiental, pues se pueden reciclar.
En Chile, perfectamente se podría proporcionar todas las facilidades posibles a consorcios internacionales para que instalen centrales nucleares en un emplazamiento costero en la región de Valparaíso. Con esto se iría terminando de una vez por todas con las zonas de sacrificio al retirar centrales termoeléctricas obsoletas, particularmente en el área de Quintero y Puchuncaví. Las ventajas de esta ubicación están a la vista: cercanía al mar (el agua es necesaria para el enfriamiento de los reactores) y a grandes centros urbanos en la Región de Valparaíso y Metropolitana, como fuentes de demanda.
Confiar solamente en las energías renovables alternativas nos restará competitividad, generará altos precios, o bien nos llevará a depender de fuentes sucias basadas en carbón y petróleo. Es hora de dejar de escuchar los cantos de sirena de supuestos ecologistas que han caído en el más absoluto descrédito, como se demostró en la última crisis energética ocurrida en el hemisferio norte en 2021.