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POR SEGISMUNDO

RELOJ DE ARENA Historias de sintientes y sufrientes

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Aparece o aparecía -a lo mejor lo borran- un artículo en el proyecto constitucional sobre los animales "sintientes". Se lee que "los animales son sujetos de especial atención. El Estado los protegerá reconociendo su sintiencia y derecho a la vida libre de maltrato". Guiño a los animalistas y un riesgo a quienes mirando por el lado del ser humano usan animalitos para experiencias científica destinadas a salvar la vida humana. Y amenaza también para algunas gratas experiencias gastronómicas.

En la historia de la medicina porteña hay víctimas sintientes de algunas experiencias. En un interesante y entretenido librito escrito en 1973 por el doctor Adolfo Reccius E. "Historia de un hospital del puerto, recuerdo histórico del Hospital Alemán y su época", encontramos un caso en la lucha contra la tisis, la tuberculosis. Estamos en 1875. Para esa enfermedad, afirma el autor, "no existía remedio alguno". Pero la solución, según experiencias realizada en Rusia y Alemania, estaba en la transfusión de sangre. Relata:

-"La sangre que se inoculaba debía ser sana y robusta, extraída de un cordero… El Dr. Enrique von Dessauer -primer director del Hospital Alemán- practicó la transfusión un día domingo, en el capitán Koch, piloto de puerto, natural de Dinamarca, que padecía de una terrible tisis pulmonar, habiendo tenido grandes hemorragias. La operación, que fue presenciada por eminentes personalidades, duró hora y cuarto, pero el tiempo empleado únicamente en la transfusión fue de minuto y medio. El cordero, al que se le extrajo la sangre, era de diez meses y a pesar de estar muy gordo, se desvaneció después de la operación, pero a los pocos días gozaba nuevamente de buena salud".

El pobre cordero, herido en una de sus venas para sacar su sangre fresca y sana ante numeroso público, era "sintiente".

Citando una información de este Diario el doctor Reccius afirma que el médico alemán esperaba sanar a su paciente en una 4 a 6 semanas, practicándole una nueva transfusión, pero añade "creemos, según nuestros conocimientos actuales, que no cabe duda alguna sobre cual fue este resultado final". Deben haber fallecido el marino danés y, evidentemente, el agredido cordero, uno más víctima de sacrificios desde los tiempos bíblicos.

Rescate de la vitalidad

Pero hay otro caso porteño más reciente en que la víctima fue un mono que con su cuerpo "sintiente" contribuyó a que un señor de la tercera edad recuperará su vitalidad varonil. Audaz protagonista de la intervención fue el conocido médico porteño Edwin P. Reed en diciembre de 1922. En los años 80 del siglo pasado, en entrevista con el periodista de este Diario Rodolfo Garcés Guzmán, el médico cuenta que había estado haciendo en animales varias experiencias con el sistema Voronoff, médico ruso que siguiendo los trabajos de un británico, el doctor Brown-Séquard, ensayó en sí mismo y con mucho éxito el llamado "jugo testicular. Como contexto de la entrevista con Reed consigna Garcés que "en el libro 'Greffes testiculares', aparece la demostración gráfica de los ensayos hechos por Voronoff, en animales primero y en seres humanos después. Pueden verse fotografías de hombres y animales en plena decadencia antes del injerto y un año después de la operación totalmente rejuvenecidos".

El porteño doctor Reed, alumno de los Padres Franceses de Valparaíso y luego del Instituto Nacional, entró a estudiar medicina en 1905. Ya profesional maduro, inspirado en las teorías del ruso y el británico hizo sus experiencias y las aplica en el entonces Hospital San Juan de Dios, hoy Van Buren. Reed detalla el caso al periodista:

-"Era un caballero de 70 años. Los estudios del sabio Voronoff para prolongar las energías de la juventud habían tenido para mi especial atención. Por eso cuando el paciente me hizo la petición, la acogí con agrado y apasionamiento. Fue el primer caso en que se empleó un mono americano, pues el doctor Voronoff y sus discípulos de Europa y Norteamérica realizaban sus experiencias en monos chimpancés. Me ayudaron los doctores Silvano Sepúlveda y Wells".

La interrogante era si había resultado y Reed responde tajante:

-Por supuesto...Vivió solo hasta los 72 años y el epílogo no me atañe y es más bien sorprendente… Sucedió que ese cliente, que vivía en Quillota, comenzó a hacer una vida atrozmente disipada. Salía de juerga, frecuentaba muchachas. Bebía y bailaba como trompo. Su mujer vino en varias oportunidades a quejarse, como si yo fuera culpable de todo. "¿Por qué no me opera a mí?", decía llorosa. Él se siente joven y yo decrépita. No puedo seguirle los pasos".

Cuenta el médico que el sufrimiento de la esposa término cuando tras una fría noche de jolgorio el paciente sufrió una bronconeumonía y falleció.

Una crónica periodística de la fecha de la intervención revela que el principal problema que debió afrontar el equipo que dirigía el doctor Reed fue la reacción del mono, desesperado, que se resistía a la intervención. Sintiente y sufriente se imaginaba lo que le harían…

Cuatro años después de la operación y ya fallecido el paciente seguía flotando en el ambiente el tema de la recuperación de la vitalidad perdida y, aprovechando el vuelo, dos hermanos porteños, Jacinto y José Cademartori, instalaron en la avenida Pedro Montt -"como tú no hay igual" dice la canción- esquina 12 de Febrero una sombrerería Woronoff, con doble V. El mensaje subliminal y marquetinero era "con nuestros sombreros usted rejuvenece". Sobrevive hasta el día de hoy.

Pero el ser humano, sintiente por naturaleza, a través a la historia busca y busca medios para aplacar sus sufrimientos a veces imaginarios. Así, a través del tiempo se hacen esfuerzos para aliviar al sintiente sufriente. Métodos, productos, ritos y protagonistas de esa necesaria tarea son infinitos y tenemos magia, charlatanería, ritos y curanderos, para pasar a los médicos, uno de cuyos predecesores eran los barberos.

El libro del doctor Reccius consigna las inquietudes de sus colegas de antaño. Cita al doctor Roberto Gajardo, investigador múltiple ya fallecido, quien escribe que "durante mucho tiempo en Valparaíso había más curanderos, compositores y meicas que doctores". Otro conocido médico porteño, Jean Thierry, relata el caso de un exestudiante de Medicina que "expulsado de la Escuela por borracho, pillo e ignorante, se ha instalado en plena calle Condell con el título de médico cirujano. Ha puesto avisos en los diarios y ejerce tranquilamente".

Fue requerido el juez del crimen, quien respondió: "Proceso largo. Muchos gastos. Si se llega a dictar sentencia, serán solo $ 100 de multa".

Otro médico de esos tiempos denunciaba a un curandero que diagnosticaba por el examen del pelo del paciente.

Entre los engaños se recuerda además a un doctor auténtico que ganaba poco y observando el éxito de los curanderos ocultó su diploma y comenzó a ejercer como médico chino.

Recaló en Valparaíso, febrero de 1890, Conrado Castellanos, un mexicano que presumía de médico. Sacaba lombrices, quizás con qué truco, del cuerpo de sus pobres pacientes. Un médico lo acusó y ante evidencias contundentes el juez del crimen Enrique Foster Recabarren dictó orden de prisión. Fuerte reacción pública y de la prensa en apoyo al charlatán y duros ataques a los médicos. Estos, casi arrinconados, se unieron y formaron en 1892 una precursora Asociación Médica.

Remedios para todos

Y la eterna y muy justificada búsqueda de alivio encuentra un nutrido respaldo en una amplia oferta de medicamentos que se publicita a partir del siglo XIX en diarios y revistas. Mayoritariamente importados, los avisos muchas van acompañados de testimonios que comprueban la efectividad de los productos.

Una página de la revista Zig Zag de noviembre de 1906 muestra la efectividad de la Solución Pautauberge "el remedio más eficaz para curar enfermedades del pecho, toses recientes y antiguas, bronquitis crónica". También está el Vino Rabot, "muy eficaz contra las enfermedades siguientes: anemia, clorosis, neurastenia, todas las fiebres, vértigos estomacales". Está, además, la Ovo-Lecithine Billon "que ha dado los mejores resultados en todos los ensayos hechos por las celebridades médicas francesas y en los hospitales de París contra las enfermedades siguientes: neurastenia, trabajo excesivo, convalecencia, raquitismo, escrófulas, detención de crecimiento, cloro-anemia, fosfaturia, diabetes, etc...". En otra página encontramos la oferta de Iperbiotina Malesci "regenerador de la nutrición y de la vitalidad nerviosa. Tonifica y estimula los tejidos debilitados, aumenta la actividad funcional y restaura todo el vigor del organismo".

Para las damas tenemos la promesa de un "hermoso pecho" mediante las "pilules orientales, las únicas que en dos meses desarrollan y endurecen los senos, hacen desaparecer las salidas huesosas de los hombros y dan al busto una graciosa lozanía. Aprobadas por las eminencias médicas, son benéficas para la salud y convienen a los más delicados temperamentos. Tratamiento fácil. Resultado duradero". El frasco con instrucciones costaba 6,35 francos y también lo vendía en Valparaíso Daube y Cía... En la misma página aparece un aviso de la doctora Ernestina Pérez, precursora de la incursión femenina en la medicina.

Destaca un aviso de Gonosan dirigido a los jóvenes que ofrece "una cura rápida e infalible de la enfermedades secretas". Agrega el aviso que "millones de hombres y mujeres ya se han curado con este específico".

El ciclo publicitario, lógicamente, considera el viaje final con un aviso de pompas fúnebres La Central, que presenta sus "elegantes carrozas fúnebres, urnas metálicas y de madera, importadas y ataúdes de todas clases". A la vez, presenta su "automóvil desinfectorio que llegará en breve y prestara los servicios a domicilio una vez salido el cortejo fúnebre". Así, se disipaban los efluvios de la muerte.

En fin, precursores "llame ya" dirigido a los sintientes que desde siempre han buscado una forma de disipar esos males que los convierten en sufrientes.