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A menos de 100 días del Apruebo o el Rechazo

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Chile es un país muy curioso, en el cual los civiles andan disfrazados de militares (...) ¡Todas las estatuas serán pocas para este hombre!", explicaba, escéptico, el poeta Vicente Huidobro en referencia a una imaginaria entrada de

Mr. Edwin Kemmerer en su diario".

Por distintas razones, 1925 fue un año clave para Chile. En el mes de abril, el presidente Arturo Alessandri convocó a una comisión de expertos para que redactara un proyecto de constitución que, de aprobarse en un plebiscito, reemplazaría al texto de 1833. Sin embargo, no era el único gran cambio que quería realizar. Antes de que se entregara el texto final y ante la urgencia de mejorar el déficit económico, llegó al país la comisión Kemmerer.

¿De qué se trataba? El presidente, preocupado por la situación económica del país, aprovechó el prestigio internacional del profesor de la Universidad de Princeton, Edwin Kemmerer, para solicitar su ayuda a través de una visita internacional. El objetivo, como se hizo en otros países, era que un grupo de expertos hiciera un análisis acabado de las deficiencias del sistema económico chileno y, a partir de este diagnóstico, propusiera algunas medidas para modernizar el Estado e impulsar la economía.

Antes de que la misión pudiera terminar su informe, más específicamente el 30 de agosto de 1925, el noventa por ciento de quienes fueron a votar ese día en el plebiscito por la nueva Constitución, optaron por la cédula roja, lo que implicaba la aceptación del proyecto presentado por la comisión. De esta forma, la primera gran reforma del presidente Alessandri se había logrado tal como lo había soñado (y forzado) con la firma de él en el nuevo texto.

El mismo día de la inobjetable victoria constitucional, algunos miembros de la misión estadounidense regresaban a su país con una radiografía clara de los cambios que se debían ejecutar para sacar a Chile del estancamiento en que estaba: había que hacer varias reformas, entre ellas, crear una superintendencia de bancos y dar autonomía al Banco Central.

La aplicación de las reformas económicas no habría sido posible sin la presencia de los militares. Vicente Huidobro, en una columna sobre la llegada de Mr. Kemmerer, lo imaginaba apuntando en su diario, a propósito de su llegada al país: "Chile es un país muy curioso, en el cual los civiles andan disfrazados de militares". "¡Todas las estatuas serán pocas para este hombre!" exclamaba, escéptico, el poeta.

A pesar de esto, gracias a la misión Kemmerer, la inversión externa, en especial de Estados Unidos, permitió al presidente Carlos Ibáñez del Campo, unos años después, llevar a cabo un ambicioso plan en obras públicas en el que nuestra región, Viña del Mar sobre todo, fue una de las más beneficiadas.

El castillo que había construido Kemmerer a través de distintas misiones en Chile, Colombia, Polonia, Sudáfrica e incluso China, comenzó a desmoronarse el 24 de octubre de 1929 en la bolsa de Nueva York. Después del jueves negro, los inversionistas norteamericanos, cuyos capitales habían sido llevados a distintas partes del mundo, contraían sus recursos para enfrentar la crisis bursátil. Aquellos países más débiles, como Chile, fueron presa fácil de esta corrida. La misión Kemmerer se transformó, entonces, en un arma de doble filo.

El general Carlos Ibáñez del Campo sufrió los efectos de esta crisis en 1931 y también se vio obligado a renunciar por la falta de gobernabilidad surgida, más que por una crisis constitucional, por los problemas económicos. Recién, en 1932, la Constitución de 1925, con Alessandri nuevamente como presidente, comenzaba a operar en Chile. De ahí se inició una serie de transformaciones y mejoras para el país. La nueva carta magna establecía claridad respecto a las reglas del juego, marco regulatorio que le permitía al ministro Gustavo Ross sumar acciones para salir de la crisis, que lo hicieron acreedor del apodo de "mago de las finanzas". ¿Por qué recuerdo estos hechos ahora? Más allá de lo que puedan indicar las encuestas, me parece que el resultado del plebiscito del 4 de septiembre estará determinado, más que por la virtudes o defectos del borrador o la campaña a favor del apruebo o el rechazo, por la situación económica. Y este, a su vez, por el curso que pueda tomar la guerra entre Rusia y Ucrania dentro de los tres meses que quedan. Ninguna encuesta podrá prever ese escenario. No obstante, la incertidumbre internacional tiene una repercusión directa en la inestabilidad de los mercados y, por consecuencia, en un alza de la inflación. Un escenario de crisis, similar al periodo que se extendió entre 1924-1925 y 1931-1932, son poco auspiciosos para reformas políticas de largo plazo que no son percibidas como urgentes. Restan 98 días para el plebiscito, menos de cien días en los que pueden suceder muchas cosas. 2

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La soberbia del todo o nada

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Al final, pareciera que gran parte de la energía de la Convención -o al menos de los que meten más ruido mediático- está puesta en cómo evitar cualquier opinión, disenso o alternativa, y no en hacer la mejor Constitución posible, previendo todos los escenarios del próximo 4 de septiembre".

La soberbia nunca es buena consejera, dice el dicho popular. Sin embargo, pareciera ser que ha sido una invitada constante en estos diez meses de funcionamiento de la Convención Constituyente. Desde sus inicios, la entidad se dedicó a dejar en claro que el poder constituido era supremo y nada ni nadie tenía facultades para meterse ahí. Ninguna otra institución podía opinar, ni el Presidente, ni el Congreso, ni el Poder Judicial, pues no tenían la legitimidad para hacerlo y, además, cualquier propuesta era considerada como una intromisión.

Pasó también al interior de la convención, entre los mismos constituyentes, que nunca lograron trabajar como un equipo en pos de esta nueva Constitución, sino que rápidamente se autodividieron entre buenos y malos, entre defensores del pueblo y protectores de los poderosos. Y con situaciones constantes y derechamente chabacanas, como las discusiones entre Teresa Marinovic, por dar un ejemplo, y cualquiera que se le cruzara por delante, que fueron vergonzosas. Cómo olvidar cuando trató a la propia entidad con insultos irreproducibles en este medio.Durante este tiempo, además, fue parte del panorama que aquellos que -legítimamente- disentían de lo que planteaba la todopoderosa mayoría eran rápidamente tildados de amarillos, entre los epítetos más suaves. El trato entre los mismos convencionales era a ratos despiadado, muy lejos del espíritu del "Acuerdo por la Paz" con el que se inició el proceso.

Ha pasado con Agustín Squella, del que nadie podría negar su calidad de tremendo intelectual y conocedor del proceso, pero al que -sin embargo- se lo ha ninguneado en reiteradas ocasiones. Él mismo comentó esta situación, por ejemplo, cuando denunció en una carta a los medios que nadie fue capaz de responder la petición de siete constitucionales para generar una jornada de reflexión que ordenara el trabajo del denominado "segundo tiempo" de la entidad. "Ni sí, ni no, ni tal vez, ni vamos a consultar al pleno. Nada", comentaba en esa ocasión.

Ha sucedido también con otros e, incluso, con sectores tradicionalmente de izquierda, como los representantes del Partido Socialista, que fueron llamados públicamente traidores por haber rechazado uno de los informes de la comisión de Medio Ambiente.Pasó asimismo con la negativa de plano, antes siquiera de pensarlo ni darle una vuelta, cuando se planteó la idea de establecer una tercera vía para el plebiscito del 4 de septiembre, atendido que las encuestas muestran un aumento de la opción Rechazo. La posibilidad de que una opción medie entre el Apruebo y la total negativa podría convertirse en una salida salomónica, que permita encontrar un camino a quienes no estén de acuerdo con el texto propuesto por la convención, pero que tampoco quieran continuar con la Constitución de 1980, gestada en dictadura.

Una opción así efectivamente podría morigerar la dinámica extremadamente dañina del todo o nada, de la división del país entre buenos y malos, entre blanco y negro, cualquiera sea el punto en el que se pare quien juzga la situación. Pero la iniciativa fue rápidamente rechazada.

La sola posibilidad de establecer una alternativa distinta dio para que se acusara inmediatamente a quienes concordaban con aquello de estar intentando deslegitimar el trabajo de la convención e imponer el poder tradicional por sobre la entidad. Y esta semana la discusión continuó en los mismos términos -buenos contra malos- a partir de la posibilidad planteada por algunos de que -en caso de ganar el Rechazo- sea el Congreso el que reforme la actual Carta Fundamental, lo que fue inmediatamente descartado desde la convención y desde el Gobierno, mientras otros apuntaban a que era una forma de querer influir en los resultados del plebiscito. Todo esto mientras se analizaba que entre las normas transitorias se estableciera un quórum de 2/3 para que el Parlamento en ejercicio no pueda hacer cambios a la nueva Carta Fundamental. Se trata de una cifra imposible en la situación actual y que ha sido comparada por algunos con las leyes de amarre de los '80. Al final, pareciera que gran parte de la energía de la convención -o al menos de los que meten más ruido mediático- está puesta en cómo evitar cualquier opinión, disenso o alternativa, y no en hacer la mejor Constitución posible, previendo todos los escenarios que pueden suceder el 4 de septiembre y sin ponerle a la ciudadanía la pistola en el pecho: o aprueban o se quedan con la Constitución de Pinochet. O son buenos o son malos. 2

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