
Para escuchar a las voces de una zona de sacrificio
"Náusea" (La Pollera) es la crónica escrita por Esteban David Contardo sobre los hitos de la contaminación en Quintero-Puchuncaví. El autor fue casa por casa anotando testimonios e historias.
"Todo está cubierto de ceniza industrial, las hojas de los árboles, los techos, los corredores. La Escuela de La Greda está desmantelada, de las puertas y ventanas solo quedan sus umbrales". Así comienza "Náusea" (La Pollera), el primer libro de Esteban David Contardo (Talca, 1992), una crónica que reconstruye -con apoyo de testimonios de habitantes de Quintero-Puchuncaví- la vida bajo una nube de contaminación.
"Náusea" obtuvo el año pasado una mención honrosa en el concurso de Escrituras de la memoria del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Esteban David Contardo comenzó a visitar la zona el año 2018, fecha en que suceden las intoxicaciones masivas que en muchos casos afectaron a niños. Entonces, Contardo era presidente del centro de estudiantes de Letras Hispánicas en la Universidad Católica. "Mi intención era ver qué estaba pasando en Quintero, específicamente, para poder escribirlo en una revista".
Esa búsqueda se lee en la "Náusea", un reporteo con grabadora en mano para reunir todas las voces de la Zona de Sacrificio. El autor se mueve además por varios estados mentales en estos años de visitas e investigación.
"Yo quería poner en práctica lo académico. Quería traspasar esas herramientas para visibilizar los problemas".
"Encontré en la crónica una mezcla entre literatura y periodismo", dice.
No ficción
"A las personas a las que les contaba sobre 'los hombres verdes' de la Escuela de La Greda o del derrame de petróleo no conocían lo que yo había visto. O lo habían olvidado o desconocían totalmente lo que pasaba allá. Hasta ahora hay una invisibilización de las zonas de sacrificio", señala.
El trabajo de Contardo se intensificó dos años después de sus primeras visitas. "En 2020 fui a quedarme un mes a Horcón para hacer el trabajo en terreno, y al día siguiente de llegar sentí, por ejemplo, el olor a azufre. Ese sabor metálico que todos me comentaban, la ceniza industrial en las casas, los pisos, en los techos. Todo lo vi, lo viví", recuerda.
"Repaso en mi mente el relato de Claudia sobre lo ocurrido ese 23 de marzo de 2011: el primer alumno del cuarto básico que se levantó de su asiento y caminó hacia el escritorio de la profesora, ubicado a un costado de la pizarra. Del rollo sacó un trozo de papel, se limpió la nariz y se volvió a sentar para continuar con la lectura silenciosa. Un compañero repitió los movimientos y luego otro, y otro. Claudia se extrañó por esta marcha, caminó por los bancos -de los que no queda ninguno- y miró detenidamente a cada uno de los niños y niñas: muchos acercaban el rostro a la manga de la cotona para secarse la nariz. Estaban inquietos, se movían incómodos en sus asientos (...)
Claudia reconoció el sabor metálico -se había criado con él-, pero ese día fue distinto. Al regresar la mirada confirmó su peor temor y observó que de la boca de uno de sus alumnos salía un vómito compulsivo. Probablemente, algunos compañeros hicieron muecas de asco para molestar, pero otros, afligidos, le dijeron que sentían un dolor punzante en el estómago. Mareos. Náuseas", escribió Contardo en uno de los capítulos de su libro.
Zona de sacrificio
"Náusea" lleva el subtítulo "Crónica de una zona de sacrificio", asignación que Esteban David Contardo explica: "había cuatro termoeléctricas, una supuestamente inactiva, a 600 metros de una escuela".
Vivir allí, mientras escribía, lo hizo adentrarse en el cotidiano de sus entrevistados.
"Creo que la propia literatura ayuda a dilucidar las sensaciones que uno va generando a medida que recorre la zona. Yo creo que es inevitable hacer un acercamiento personal de lo que significa ver la industria, de sentir la contaminación. Eso ayuda a traspasar de mejor manera la experiencia para las personas que no han estado en Quintero-Puchuncaví o que quizás nunca irán. En cierta forma puede ser una ayuda sentir lo que se vive allí para que la gente comprenda y empatice en cierta forma con el territorio, con el ambiente en sí mismo, con el caminar o dormir entre industrias, o sembrar a tres kilómetros de un foco de contaminación", describe.
El libro incluye un capítulo entero dedicado al testimonio del trabajador Luis Pino.
Esteban Contardo explica las razones de esta elección: "De ese grupo de ex funcionarios quedan muy pocos vivos. El resto, está en condiciones de salud muy delicadas. Y bueno, lo elegí a él, porque cuenta una historia. Luis Pino es sobreviviente al plomo, al cáncer. Se enfermó trabajando. Tiene bastante lucidez y memoria de las historias".
"Náusea" obtuvo el año pasado una mención honrosa en concurso "escrituras de memoria".
Por Cristóbal Gaete
Antonia Fernández P.
"Yo quería poner en práctica lo académico. Quería traspasar esas herramientas para visibilizar los problemas".