Secciones

  • Portada
  • Actualidad
  • Opinión
  • Actualidad general
  • Deportes
  • Clasificados
  • Cartelera y Tv
  • Servicios
  • Espectáculos

Alegre, pero no tanto

E-mail Compartir

Cipolla elabora un modelo matemático que le permite configurar sus 'Leyes fundamentales de la estupidez humana'. El punto de partida y primera ley que plantea el historiador es que 'siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo".

Pocas veces uno tiene la suerte de encontrarse con libros extraordinarios. Textos que nos hacen pensar, disfrutar y reír. Me refiero, en específico, al libro "Allegro ma non troppo" de Carlo M. Cipolla, una obra genial. Lo interesante es que Cipolla (1922-2000) fue un renombrado historiador económico, autor de "Entre la historia y la economía. Introducción a la historia económica" e "Historia económica de la población mundial", por nombrar solo las obras más importantes.

Sin embargo, en este ensayo, Cipolla abandona el rigor y la erudición propios del trabajo del historiador, para dedicarse a utilizar el mismo método y rigurosidad en dos temáticas completamente atípicas. La primera tiene que ver con la relevancia que pudo haber tenido el consumo de plomo en la caída de Roma. El consumo de este metal presente en las cañerías de la época, habría sido clave, según Cipolla, en la disminución de la población romana, hasta hacerla presa fácil de los bárbaros. En contrapartida, la búsqueda de pimienta, según el autor, una especia afrodisiaca (me enteré por este libro), habría sido fundamental en la apertura de rutas en el mundo medieval.

Sin embargo, la parte extraordinaria del libro es la segunda. Aquí Cipolla elabora un modelo matemático que le permite configurar sus "Leyes fundamentales de la estupidez humana". El punto de partida y primera ley que plantea el historiador es que "siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo".

Más adelante, aborda una tercera ley fundamental: "Todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos".

Siendo su tema central la estupidez, resulta relevante conocer qué define a un estúpido: "Es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas, sin obtener al mismo tiempo un provecho para sí o incluso obteniendo un perjuicio".

En el caso del inteligente, su acción lo beneficia a él y a un tercero. En la vereda contraria está el malvado, que se beneficia a sí mismo en perjuicio de otro, mientras que el incauto hace tonteras que a nadie dañan.

El problema principal, advierte Cipolla, es que "la distribución de la frecuencia de personas estúpidas es completamente diferente de la distribución de los malvados, de los inteligentes y de los incautos. La gran mayoría de personas estúpidas son fundamentalmente y firmemente estúpidas. En otras palabras, insisten con perseverancia en causar daño o pérdidas a otras personas, sin obtener ninguna ganancia para sí".

De acuerdo a esta distribución, los estúpidos están en todas partes, en el Estado, en los colegios, en las universidades, en los medios de comunicación, en el Congreso, etc. Siendo las elecciones generales, "instrumentos de gran eficacia para asegurar el mantenimiento estable de la fracción de estúpidos entre los poderosos".

Ninguna de estas advertencias que hace Cipolla resultan útiles frente al actuar de los estúpidos, pues "no existe modo alguno racional de prever cuándo, cómo y por qué una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Frente a un individuo estúpido uno está completamente desarmado".

Hacia el final de su ensayo, el historiador nos conduce a una realidad perturbadora: "La persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es un malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez. Al contrario que todos estos personajes, el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora".

Finalmente, establece Cipolla a modo de hipótesis -siempre medio en broma, medio en serio-, que la decadencia de una sociedad no se debe al aumento del número de estúpidos, por el contrario, lo define como una constante (e). Lo que hace que un país o una sociedad decaigan es un coctel fatal. La combinación entre el aumento de los malvados y de los incautos, sumado a la acción permisiva de los inteligentes frente a los estúpidos. Aplicado al caso de Chile, la tesis de Cipolla resulta inquietante y quizás sea esta la razón que explique el título del libro: "Alegre, pero no tanto". 2

"

¿Por qué dudamos de la evidencia climática y no del diagnóstico de un especialista en cardiología?

E-mail Compartir

La medicina está centrada en el yo (o un cercano) y los procedimientos médicos se orientan a reducir el dolor. El cambio climático está centrado en un sujeto abstracto (la sociedad y los ecosistemas) y sus consecuencias se diluyen en el colectivo".

En el mundo de las aulas recurrimos de cuando en vez a analogías para explicar un fenómeno complejo con otro simple o cotidiano, y que le haga sentido al aprendiz. En mi experiencia de profe, recurro a la muchas veces utilizada analogía entre la Tierra y un paciente para explicar procesos como el cambio climático.

Así, empleo frases como "usamos nuestros estetoscopios", en vez de instrumentos meteorológicos, "para auscultar las dolencias de un paciente", representando a la atmósfera y su océano colindante. También suelo explotar trucos fáciles como que "los humedales experimentan una artrosis al ser estrangulados por edificaciones mal emplazadas", cuando en realidad apunto a que estos cuerpos de agua pierden capacidad de adaptación ante el aumento del nivel del mar. Estas analogías pueden tocar la tecla acertada en el momento correcto de una clase, o aclarar verdades científicas que compiten con las noticias falsas en las redes sociales.

Hace unos días, esperando el diagnóstico de un cardiólogo, me pregunté por qué a ratos se duda de la evidencia climática y no así de los designios del médico de turno, a quien confiamos nuestra suerte ciegamente. Intentando leer los resultados inescrutables de un examen de sangre, aventuro una respuesta.

En primer lugar, la medicina está centrada en el yo (o un cercano) y los procedimientos médicos se orientan a reducir el dolor. El cambio climático, en contraste, está centrado en un sujeto abstracto (la sociedad y los ecosistemas) y sus consecuencias se diluyen en el colectivo. Así, la relación causa-remedio-efecto en la medicina me parece más cercana que en las ciencias de la tierra.

Por otra parte, un tratamiento médico suele ser una acción focalizada en un órgano preciso, con una respuesta a veces rápida, en tanto las acciones de mitigación al cambio climático actúan a nivel planetario y en escalas de tiempo de décadas, que alejan al individuo de la sensación de urgencia. Convenciones internacionales como la COP26, son un ejemplo de una burocracia climática abstracta que se aleja mucho del pabellón de urgencia de un policlínico.

También la relación entre una doctora y el paciente es de uno a uno, en tanto que la interpretación del climatólogo requiere de un ejercicio de imaginación lejano a la cotidianeidad de un hijo de vecino. Paciente y doctora intercambian el uno la descripción de la dolencia y la otra el juicio experto, a través de un diálogo directo que, a pesar del metalenguaje propio de la medicina, debe ser eficiente para el beneficio del primero. El intercambio entre el climatólogo y el sujeto de estudio, en contraste, se basa sólo en la interpretación de una de las partes sobre la otra. En este caso, no existe diálogo entre ambos.

Como bien dice el profesor y premio nacional Juan Carlos Castilla, incluso gases de efecto invernadero como el CO2 son transparentes e inodoros, pero pienso que un tobillo roto tiene forma, textura, color y hasta olor luego de un accidente pichanguero. ¿Cómo entonces enseñarle a una niña algo que no se ve, huele, toca, escucha o saborea? ¿Qué analogía usamos en este caso? Tarea para la casa, profesoras!

Entre varios wapp, un buen amigo coincide con mis divagaciones diciendo que "nadie pone a debatir a un oncólogo con un escéptico del cáncer para ver si el riesgo es real", y en mi caso no cuestiono cuando el cardiólogo me enchufa un incómodo aparato para medir la presión sanguínea durante 24 horas, a sabiendas de que pasaré una mala noche. Finalmente, reflexiono: Si son usadas en forma prudente, las analogías constituyen una buena herramienta pedagógica mientras no sobre simplifiquen la realidad (o lo que concebimos de ella) y sean sucedidas por una mirada más profunda en clases, un laboratorio o alguna actividad práctica. Como "médicos de la tierra", entonces, debemos hacer esfuerzos por bajar ese metalenguaje científico a uno más coloquial, mediante analogías y otros recursos, de manera de traducir esa tremenda evidencia en un mensaje claro y efectivo. 2

"