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POR SEGISMUNDO

RELOJ DE ARENA Mitos, fake news del pasado

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Los mitos son una versión originaria de las fake news. Son hechos grandes o pequeños que surgen en el imaginario colectivo, a veces basados en la realidad, pero mejorados por la creatividad y, a veces, por la mala fe del ser humano.

Los mitos suelen ser entretenidos y con el paso del tiempo se alejan de su base real.

Por allá por 1966, el escritor Alfonso Calderón editó una recopilación de artículos periodísticos de Joaquín Edwards Bello bajo el título "El subterráneo de los jesuitas y otros mitos", en el cual se recogen entretenidos textos en los que el escritor recoge esas versiones, a veces disparatadas, de hechos que con el paso de tiempo se convierten en reales. La misma obra fue reeditada por Nascimento en 1973, bajo el acertado título de "Mitópolis".

Muchos de esos artículos refieren a leyendas de Valparaíso, ciudad natal del gran escritor, Premio Nacional de Literatura 1943 y posteriormente de Periodismo.

Entre esos mitos está el caso de un señor llamado Manuel Marillanca, dueño de una carnicería en el cerro Barón, quien en 1956 vendió su negocio con el fin de invertir en la búsqueda del tesoro del pirata Drake, que estaría oculto en una quebrada situada en un fundo entre Playa Ancha y Laguna Verde. Utilizó 200 tiros de dinamita moviendo toneladas de tierra en el lugar.

Finalmente, murió al caer en la quebrada donde estaría el tal tesoro que nunca existió. Fue víctima de un mito, más que de la caída en ese escarpado lugar.

Rescata además Edwards Bello un mito sobre la estatua de la Justicia que se levanta frente a la Corte de Apelaciones de Valparaíso.

Escribe que en una sesión municipal de diciembre de 1939, el regidor Abelardo Contreras declaró que "la antigua estatua no representaba la justicia, sino, por el contrario, a la injusticia". Según don Abelardo, "un acaudalado caballero peruano, después de perder un pleito que según él debió ganar, mandó a hacer dicha estatua de la Justicia al revés, en forma burlesca, sin los ojos vendados y sin mantener la balanza en equilibrio. La estatua, ornamento de Lima hasta la fecha de la entrada de nuestras tropas a dicha capital, habría llegado a Chile entre los trofeos de guerra de nuestro ejército, en los años de 1880 a 1881. En vista de esto el regidor propuso retirar la estatua, a la que llamó 'agravio constante al poder judicial'. Le acompañó en su propuesta el regidor don Eugenio Fernández".

Consigna Edwards Bello que esta afirmación fue rebatida por el infatigable y documentado periodista Roberto Hernández, en el diario La Unión. Afirma este periodista que en 1872, el intendente Francisco Echaurren Huidobro encargó varias estatuas a Europa, entre ellas Las Cuatro Estaciones, la de Colón y la de la Justicia, que sería emplazada frente a los tribunales que funcionaban en un edificio anterior al actual en ese mismo lugar.

Así se desvirtúa la versión del origen limeño de nuestra Justicia y también de las cuatro figuras de la Plaza Victoria.

Esas figuras, según escribe Santos Tornero en "Chile Ilustrado", 1872, con su "poética desnudez alarmaron un tanto el reconocido recato de algunas damas vecinas de la plaza". El mito de la estatua de la Justicia también contagió a Las Cuatro Estaciones, situando su origen en la capital peruana.

Agrega Edwards Bello, documentado también, que "las estatuas en cuestión fueron fundidas por Val D'Osne, en París, y pagadas por la Municipalidad. En 1876, el pedestal de la justicia estaba listo. El 20 de agosto, en el centenario del nacimiento de O'Higgins, fue inaugurado el monumento. La altura es de tres metros y el pedestal, de dos. Representa a la diosa Themis, con traje talar, la frente ceñida con una diadema. Porte majestuoso. La diosa Themis no podía estar vendada por cuanto, según la fábula, tenía en sus hermosos ojos el don de ver dónde estaba la verdad. Amantes de la justicia, sus hijas fueron la Equidad, la Ley y la Paz".

Una plaza porteña recuerda a Echaurren que en sus tiempos se hizo famoso por su ánimo progresista y por su autoritarismo. Interesado en la salubridad popular en tiempos de letales epidemias, hizo construir letrinas públicas que popularmente se llamaban "chaurrinas".

La casa misteriosa

Vamos a otro mito porteño más cercano que nos entrega el destacado periodista y profesor, hoy fallecido, Hugo Rolando Cortés. La casa misteriosa de Playa Ancha.

Relata que hasta los años 40 del siglo pasado, en la calle Alcalde Barrios "se levantaba una casa de estilo colonial. Un antejardín la aislaba de la calle principal y severos muros de cemento le daban un aspecto señorial. Sus pequeñas ventanas, protegidas por gruesas barras de hierro las hacían casi imperceptibles, y para sus moradores casi imposible asomarse. Un aire de lejanía y silencio la cubría desde el amanecer hasta el crepúsculo". Esa era la casa misteriosa.

Dos hermosas mujeres, hermana, llegadas del norte eran sus ocupantes. Continúa el relato:

- "Dueñas de un negocio en las cercanías de la Plaza Echaurren, su belleza encendió el corazón de sus clientes. Su presencia era infaltable en las reuniones sociales de sus amigos. A pesar de los requiebros amorosos de los galanes -algunos de ellos de sólida situación económica- optaron por permanecer solteras, sin que a ninguno de ellos se les diera jamás la dirección de la casa… El negocio incendióse un mal día. Quedaron las hermanas atrapadas en medio de las llamas. Pudieron, milagrosamente, escapar de la muerte segura. Sin embargo, sus cuerpos y sus bellos rostros quedaron horrorosamente dañados. No hubo más alternativa que ocultarse en la casa… Siete llaves y gruesos cortinajes sellaron su existencia. Lentamente, el tiempo hizo su obra de conformidad ante el martirio. Tiempo después, de madrugada, discretos huéspedes, conductores de pomposos carruajes y elegantes tenidas, visitaban de noche en noche a las desdichadas hermanas. Aunque nunca, como queda dicho, nadie las vio. Las mujeres se desplazaban por la casa, sin hacer ruido, sigilosamente, en la penumbra, que los pesados cortinajes ayudaban a echar sombras sobre sus rostros desfigurados. Hasta que, imperceptible y misteriosamente, desaparecieron y su casona, la Casa Misteriosa, entró en la leyenda de Playa Ancha".

Personajes míticos

Pasemos a los personajes míticos, de los cuales hay muchos en Valparaíso, pero nos detenemos, por ahora, en dos.

¿Se acuerdan ustedes de Oscar Kirby? A lo mejor lo vieron o escucharon hablar de él a sus mayores. Era un tipo original, de agresiva prestancia con tenidas rompedoras en los años 40 o 50 del siglo pasado. Impecables ternos blancos, quizás de lino, con un pañuelo en el bolsillo superior izquierdo a la chaqueta que hacía juego con la corbata, o bien con un pañuelo al cuello. Por cierto, zapatos de dos colores. Andaba así por Condell, la calle en sus buenos tiempos elegantes. Se acompañaba algunas tardes por una dama y también por un perrito blanco de sumiso comportamiento.

En medio de tenidas varoniles discretas que no llamaban la atención, Kirby era un personaje indiferente a los comentarios sobre su original personalidad.

Se decía que había tenido figuración en el cine norteamericano. Que era hijo de un personaje importante de la vida nacional. Que tenía fortuna. Que era homosexual, condición que un inoportuno le echó en cara y que recibió como respuesta una instantánea demostración de pericia boxística que dejó al comentarista por los suelos.

Lo concreto es que dominaba la música. Semejaba con la voz a la ocarina. Le llamaban la "Ocarina humana". Buscando talentos musicales, tuvo un espacio en radio Presidente Prieto que tenía el título, medio rebuscado, de "El cofre de los tesoros musicales".

Vivía, como muchos solteros independientes, en un departamento del Hotel Prat.

Pasaron los años, las modas y las costumbres y Kirby y sus leyendas quedaron sepultadas al dejar de ser notorias. Sobrevive una imagen captada por Lukas en "Apuntes porteños", donde se le ve, de espaldas, anchas espaldas, paseando con su perro. Fallecido, sin duda, sobrevive el mito de su origen y personalidad.

Ese discapacitado

Debe haber sido el primer discapacitado que en Valparaíso tenía un vehículo propio para recorrer la ciudad. Un cochecito eléctrico que se desplazaba en medio del tranquilo tránsito de los años 50 del siglo pasado.

Su conductor, un español, Manuel Escorza del Val. Escribía acertadas críticas de cine en el diario La Estrella que firmaba como M. del Val. Se advertía en sus textos perfecto manejo del idioma y gran cultura.

Lo vimos en alguna oportunidad con su cochecito estacionado en calle Aldunate, en las puertas de la sede del Círculo de la Prensa, del que era miembro. Iba a votar en una elección y los dirigentes, gentilmente, le bajaban la urna hasta la calle para que emitiera su sufragio.

Pese a su discreta vida porteña, en torno a este personaje había misterio y leyenda. Había sido importante en el bando derrotado en la Guerra Civil española. En Valparaíso, vida normal y distancia con sus compatriotas que se reunían en la elegante sede hispana de avenida Brasil.

Fallece en 1968 y se pierde su recuerdo, pero en un libro, "Diario de un pistolero anarquista", descubrimos su papel protagónico. Escorza había sido directivo del comité investigador del FAI, Frente Anarquista Ibérico. En esa condición decidiría sentencias -vida o muerte- de los nacionalistas detenidos y manejaba los recursos incautados.

Miquel Mir, autor del libro, evoca el pensamiento de Manuel Escorza.

- "Para hacer una revolución libertaria había que limpiar la retaguardia de Cataluña de curas y burgueses, para conseguirlo solo hacía falta cavar fosas en los cementerios para enterrar los cadáveres".

Por su parte, el escritor Juan García Oliver lo califica "tullido de cuerpo y alma".

¿Fue en verdad tan malo este hombre que se afanaba en analizar filmes compartiendo así con los lectores atinados juicios y conocimientos?

Un mito más, trágico, que circulaba todavía por las calles porteñas tras su muerte en 1968.