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Cancelación del odio

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No se puede convertir la libertad de expresión en una herramienta ideológica, pero tampoco se puede aceptar la incitación -o práctica- de la violencia, sobre todo en las instituciones que deben proteger la democracia y a las minorías".

Todavía ni siquiera cumple siete meses instalado en el hemiciclo de la Cámara de Diputadas y Diputados, y ya Gonzalo De la Carrera se ha posicionado como el personaje más violento, polémico, irrespetuoso y maleducado de la corporación. Tanto así, que ni siquiera en su expartido, Republicano, lo toleraron y terminaron por expulsarlo.

Esta vez la víctima del parlamentario fue su par de Comunes, Emilia Schneider, a quien le dedicó duras palabras burlándose de ella por ser una mujer trans. "Ud. no puede exigir su derecho a abortar, porque jamás podrá abortar, y tampoco puede exigir su derecho a menstruar", dijo el congresista de ultraderecha, tras lo cual le apagaron -menos mal- el micrófono.

Antes, ya De la Carrera había golpeado al vicepresidente de la Cámara, agredido físicamente a un diputado PS y embestido verbalmente contra un buen número de sus colegas. En la misma sesión en la que le faltó el respeto a Schneider, trató a todas las diputadas que lo increparon de "feminazis", un concepto que pretende denostar a un movimiento que, ni siquiera en sus facetas más radicales, ha asesinado a nadie, como lo hizo el nazismo con millones de judíos.

Pero a De la Carrera le da lo mismo. Él es una especie de divinidad caída del cielo, padeciendo al igual que lo hizo Jesús, como él mismo lo planteó cuando fue expulsado del PR. Una y otra vez ha pasado a llevar la honra de sus pares, para luego victimizarse y considerarse un mártir de la cultura de la cancelación.

Para ser justos, él no es el primero en tirar un par de combos en el hemiciclo -ya lo han hecho varios desde el regreso a la democracia-, pero sí ha sido el más violento física y psicológicamente. En buen chileno, se ha ido al chancho. No es que, en un momento de frustración, único e irrepetible, haya explotado. Lo suyo es una actitud constante de denostación y vulneración del prójimo.

Tanto así que sus excesos han motivado a algunos de sus pares a presentar proyectos que permitan sancionar a parlamentarios que incurran en violencia o discursos de odio e incluso el Ejecutivo anunció que pondrá urgencia a esta iniciativa, de manera de poner freno a estas conductas.

Ahí viene una discusión de fondo. Tan de fondo, que ni siquiera en el primer mundo se han puesto de acuerdo. ¿Son antagónicos el limitar discursos de odio y garantizar, a la vez, la libertad de expresión? La discusión al respecto es amplia, pero la ONU es clara en afirmar que no hay una contraposición entre ambos, pues "hacer frente al discurso de odio no significa limitar la libertad de expresión ni prohibir su ejercicio, sino impedir que este tipo de discurso degenere en algo más peligroso, como la incitación a la discriminación, la hostilidad y la violencia, que están prohibidas por el derecho internacional".

Porque limitar la incitación a la violencia y la defensa de crímenes de lesa humanidad no significa cancelar opiniones simplemente por no estar de acuerdo con ellas. De hecho, eso no es lo que ha pasado con De la Carrera. No le están censurando opiniones inocuas y que sean parte de un debate con altura de miras, sino simplemente palabras de odio, falta de respeto y de educación.

Pero hay otros casos -la mayor parte del tiempo en el Congreso- en los que la discusión precisamente es lo que enriquece el producto legal que de allí sale, tal como sucede en todos los planos, desde familiares hasta educacionales. El debate ha sido utilizado desde la antigüedad como forma de encontrar la verdad y de generar aprendizaje. Establecer, entonces, una limitación a la libertad de expresión -la que debiera, por cierto, autorregularse- podría afectar la capacidad que tenemos de explicar el mundo a través de opiniones diversas que permiten engrandecer las definiciones y consensos.

En ese sentido, una legislación que apunte a evitar a otros "De la Carrera" -donde debieran también incluir a Johannes Kayser, por cierto- debe ser muy finamente tejida, de manera de no abrir la puerta a situaciones en las que una iniciativa que pretende promover el respeto hacia las minorías y evitar el negacionismo de violaciones a los DD.HH., termine siendo utilizada para coartar la libertad de opinión y, por ende, la democracia que tanto ha costado construir.

Se trata de un tema que se equilibra frágilmente en un borde entre el respeto y la censura, pero que ciertamente como sociedad debemos discutir. No se puede convertir la libertad de expresión en una herramienta ideológica, pero tampoco se puede aceptar la incitación -o práctica- de la violencia, sobre todo en las instituciones que deben proteger la democracia y a las minorías. No hay que cancelar la palabra, pero sí el odio. 2

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Revalorizando el 12 de octubre

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Si quisiéramos dimensionar lo que hizo Colón, tendríamos que imaginar que alguna de las sondas espaciales diera por casualidad con una civilización similar a la nuestra, aunque con distintos idiomas, costumbres, infinitas riquezas y, desde un punto de vista histórico, un menor grado de desarrollo".

El 12 de octubre se conmemoran los 530 años de la llegada de Cristóbal Colón a estas tierras. Aunque en un comienzo se hablaba del "Descubrimiento de América", la mirada eurocéntrica fue reemplazada por el "Día de la Raza" para terminar siendo un "Encuentro de dos Mundos". Conforme han ido pasando los años, el sentimiento de culpa que pareciera existir sobre este hecho ha ido en aumento, cambiando los nombres, reubicando la fecha del feriado, en fin, intentando, en la medida, de lo posible, que pase prácticamente desapercibido. Por esta razón, no me extraña que muchos ni siquiera sepan por qué mañana es feriado.

Me parece, en cambio, que deberíamos ir en contra de esta tendencia y revalorizar este acontecimiento por lo que significó en su momento. Si quisiéramos dimensionar lo que hizo Colón por estos días, tendríamos que imaginar que, en el viaje de alguna de las sondas espaciales que surcan por la galaxia, una de ellas por casualidad diera con una civilización similar a la nuestra, aunque con distintos idiomas, costumbres, infinitas riquezas y, desde un punto de vista histórico, un menor grado de desarrollo.

Para nosotros sería un "descubrimiento", lo que nos permite comprender, desde ya, la unilateralidad del concepto. De igual forma, el país dueño de la sonda tendría que buscar la forma de conectar, administrar y aprovechar este hallazgo en beneficio propio con la amenaza de quienes intenten arrebatárselo.

Resulta interesante ponernos en los zapatos de los españoles que, a fines del siglo XV, se vieron tentados a buscar nuevos horizontes. Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a dejar el mundo conocido, en un viaje lleno de riesgos, para llegar a una tierra ignota, tan repleta de riquezas como de peligros, que iban desde la mortífera rana dorada de Colombia hasta los habitantes locales que veían, con justa razón, a los extraños visitantes como una amenaza.

Imagine lo que cuesta salir de la zona de confort aun cuando tenemos toda la información e imágenes a mano para asumir o no los riesgos de un viaje hacia un lugar que pudiese ser un mejor destino. En 1492, por el contrario, solo había vacíos, dudas y retazos, crónicas escritas y relatos de viajeros que se iban distorsionando a medida que se alejaban del continente americano.

Para poder comprender el proceso de conquista en su complejidad, debemos además considerar dos factores de orden espiritual que permiten entender que lo que movilizó a estos hombres cinco siglos atrás iba mucho más allá del oro. Me refiero al rol que jugaba la religión y el monarca.

Comencemos por esto último. El rey tenía una dimensión política, pero también espiritual. (Ya lo vimos en los funerales de la reina Isabel II). Si los españoles estaban a miles de kilómetros de su tierra, por qué no independizarse, ser su propio monarca, cortando vínculos con la Corona. Hubo casos en los que esto sucedió, pero fueron los menos. Los españoles no cortaron el cordón umbilical porque la mayoría vino a América pensando en volver. El villano de algún pueblito que soñaba con bautizar alguna tierra con el nombre de su pueblo (Valparaíso, por dar un ejemplo) y regresar a sus tierras, pero ahora convertido en un "don" gracias al reconocimiento del rey por las peripecias en el nuevo continente.

Por otro lado, está el factor religioso. Los españoles que vinieron a América eran católicos. Creían en la existencia de una vida eterna donde serían recompensados o castigados por sus actos. El cielo y el infierno estaban a la vuelta de la esquina. Todo lo que hacían era visto por los ojos del Señor. Esto no los convertía en buenas personas, como ha quedado evidenciado, pero sí actuaban con la conciencia de que, si no cambiaban o, bien, se arrepentían, serían juzgados.

Asumiendo que la conquista es un hecho de carácter histórico inevitable y que la América pre colombina, sus distintos pueblos y civilizaciones estaban lejos de ser un paraíso terrenal, me parece que, a diferencia de lo ocurrido con África, la conquista se llevó a cabo con la convicción honesta de querer mejorar la vida de las personas desde el punto de vista espiritual, a través de la religión; cultural, por medio de la educación; y material, gracias a la tecnología. Se cometieron excesos, por supuesto que los hubo, no obstante, esto no justifica derribar las estatuas y pasar por alto este día, omitiendo la relevancia que tuvo esta gesta en la historia de la humanidad. 2

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