"La nostalgia de la Mujer Anfibio"
Cristina Sánchez-Andrade
Editorial Anagrama
272 páginas
$21.000
Cristina Sánchez-Andrade
Editorial Anagrama
272 páginas
$21.000
La escritora española Cristina Sánchez-Andrade es además traductora, crítica literaria, docente universitaria y escribe regularmente para El País y La Voz de Galicia. En 2004 ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por "Ya no pisa la tierra tu rey", una novela donde resaltan sus dotes inventivas, así como en su libro de cuentos "El niño que comía lana".
Con "La nostalgia de la Mujer Anfibio" recrea un hecho histórico que golpeó el Atlántico gallego: el naufragio del vapor Santa Isabel en la madrugada del 1 de enero de 1921. Como gallega de tomo y lomo que es, dice que esta historia forma parte de la tradición oral que de niña escuchó en sus veraneos en un pueblecito de las Rías Bajas, justo frente a la hermosa isla de Sálvora donde aconteció todo.
"Fue de una de las mayores tragedias marítimas civiles de la historia de Galicia: el vapor Santa Isabel se hundió dejando como consecuencia la pérdida de 213 de las 269 personas que viajaban a bordo", explica.
"En aquella época, la isla estaba ocupada por 54 colonos que trabajaban sus tierras, más el farero. Fue este, asustado por los gritos de los viajeros, el primero en darse cuenta de lo que sucedía y en acercarse hasta las casas de la aldea para avisar a los vecinos de la isla. Pero más de la mitad de los mismos se hallaba en tierra firme en los pueblos vecinos de Aguiño y Carreira, celebrando el Año Nuevo. De Sálvora partieron tres dornas, pequeñas embarcaciones de pesca típicas de las Rías Baixas, una hacia Ribeira para dar aviso y las otras dos al rescate de los pasajeros del Santa Isabel", sintetiza la autora.
-¿Fueron mujeres las rescatistas?
-Sí, y el hecho de que tres mujeres se convirtieran en las heroínas de esta historia me atrajo desde el principio. Su valor les valió el reconocimiento como heroínas, les prometieron rentas vitalicias y otras prerrogativas que nunca llegaron. Y no solo esto: las empezaron a acusar de robar joyas y otros objetos valiosos a los muertos, cuestión que luego se demostró que no era cierta.
-¿Cómo ficcionó este hecho?
-Recreé libremente la historia de una de las heroínas, con el nombre ficticio de Lucha Amorodio. La primera parte de la novela tiene como escenario la isla de Sálvora. A través de los personajes, quería dar a conocer la vida y costumbres de esta comunidad pesquera que yo conocía un poco.
Lucha, de dieciséis años, estaba a punto de contraer matrimonio con un hombre de la isla, de quien no está enamorada. La madrugada del naufragio, el viento se llevó su velo de novia y ella salió a buscarlo; esto cambió su destino para siempre.
La joven encuentra a un hombre desnudo, cubierto de algas y medusas, junto a una caja de música. Es un apuesto músico inglés, con quien vive un tórrido encuentro que nunca más vuelve a repetirse. Ella se casa y no sigue en contacto con el desconocido, pero sí comienza a anidar en su alma una enorme nostalgia. Lo de Mujer Anfibio es el apodo que le da el inglés ya que las mujeres de su aldea acostumbran a mariscar en el mar muchas horas al día.
-¿Cuál es su lazo con el Atlántico gallego?
-Bajo la higuera de la casa de mi abuela, en donde veraneábamos, empecé a escuchar las historias de boca de estas mujeres, la mayoría mariscadoras, recogedoras de algas, percebeiras o vendedoras de pescado, que luego se convertirían en los personajes de mis novelas. Mi abuela, por otro lado, también era una gran contadora y de ella saqué muchas historias para mis libros (...) en Galicia la tradición oral viene de lejos. Mientras se deshojaba el maíz, se asaban las castañas o se calcetaban jerséis, se contaban relatos insólitos y maravillosos: una loba que entraba en la aldea para llevarse a los recién nacidos; una serpiente que mamaba de las ubres de una vaca o fabulosas historias de unas burras cargadas de alforjas repletas de monedas de oro.
-¿Y cómo es la mujer gallega?
-Es una mujer de muchas facetas, es la que con el mandilón puesto desde la mañana hasta la noche se ocupa de todo: la casa, la cocina, el cuidado de los mayores, los hijos, el campo. Es también la ganadera que cada mañana pasa hablando a sus vacas, es madre y padre a la vez, porque los maridos se embarcan en mercantes y petroleros extranjeros durante meses. Con las faldas arremangadas, se hinca de rodillas en el lavadero para frotar la ropa, se levanta a las cuatro de la mañana para ir a trabajar a la conservera, deambula ofreciendo las capturas marinas por bares. Equilibrando la cesta de pescado en la cabeza es una cariátide en continuo movimiento, mujer anfibio que trabaja entre la tierra y el mar. Mujer de manos agrietadas por el lavado de la ropa y el tacto áspero de las redes.
RECORDAR PARA CONTAR
-¿Qué pudo reflexionar sobre la nostalgia?
-Para la construcción de la nostalgia y la memoria fui cogiendo ideas de muchos sitios. La memoria es nuestra identidad, nuestro bien más preciado. Nuestro cerebro elabora historias minuciosamente y se las cree para que nuestra existencia no sea solo existencia, sino vida, para que nos parezca que sigue una trayectoria, que se corresponde con un destino, que tiene sentido. La nostalgia es, etimológicamente, el regreso al dolor. Pero la nostalgia borra los malos recuerdos y magnifica los nuevos. ¿Acaso es una ficción creada por cada uno de nosotros para sobrevivir a nuestro pasado? O, como diría García Márquez: "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla".
-¿Y qué hacemos con las trampas que nos hace la memoria?
-Es muy normal sorprender a nuestro cerebro contándonos mentiras, sobre todo cuando hay un suceso traumático que no nos interesa recordar porque nos hace daño. Sin darnos cuenta, nuestros recuerdos se alteran. Es muy frecuente que, entre hermanos que vivieron lo mismo, unos recuerden una cosa y otros otra. Para "ser", tenemos que narrarnos y en ese cuento de nosotros mismos hay muchísimo cuento: nos mentimos, nos imaginamos, nos engañamos.
La escritora Cristina Sánchez andrade ganó el Premio setenil y el sor juana inés de la cruz.
Por Amelia Carvallo
carlos porras
"Las empezaron a acusar de robar joyas y otros objetos valiosos a los muertos, cuestión que
no era cierta".