LA TRIBUNA DEL LECTOR Caleta de Flores
POR PATRICIO WINCKLER GREZ, INGENIERÍA CIVIL OCEÁNICA, UNIVERSIDAD DE VALPARAÍSO, ASOCIACIÓN CHILENA DE INGENIERÍA DE PUERTOS Y COSTAS.
Barranquilla la nueva, la desértica, la chilena. La caleta de pescadores artesanales que extraen el congrio, lapas, jureles, cabrillas y pejeperros en este recodo de la Región de Atacama. Es la caleta de Warner Vera Alday, donde "los pescados parecían mariposas cuarenta y cuatro años atrás", cuando se hizo el título del primer colono de esta cala.
En aquellos tiempos la luna hipnotizaba a los cardúmenes de viejas y jureles, llevando el pulso de las redes en tiempos en que sólo los herederos changos habitaban esta costa. Pero las últimas décadas no han pasado en vano y lo que era un puñado de ranchas es hoy un caserío informal. En pocos meses el sol asoleará las nacientes tomas que hierven de visitantes fugaces en verano.
Esta y otras tomas costeras surgieron como viviendas estivales para el habitante mediterráneo cuyo bolsillo no daba para vacaciones lujosas.
La sábana de flores cubre los faldeos costeros en este octubre de un año lluvioso como pocos. Recorremos las caletas de pescadores atacameñas con estudiantes del taller de asentamientos costeros, liderado por el profe Emparanza, con quien hace años intentamos que la arquitectura conciba estas obras "desde el mar".
La conexión con el desierto dista mucho de las clases pandémicas que nos alejaron del olor a sal. Noto una mezcla de asombro y alegría en los gestos de estos veinteañeros.
En un ejercicio académico, venimos a proponer proyectos de infraestructura pesquera artesanal para Barranquilla, una de las casi quinientas caletas reconocidas por el Estado en el decreto 240. El documento formaliza estos lugares que utilizan los pescadores artesanales "para evitar la proliferación inorgánica y hacer más eficiente el empleo de los recursos fiscales destinados a apoyarlos". Esta es una más de las caletas que albergan a nivel nacional casi cincuenta mil pescadores y ocho mil buzos, según estadísticas de Sernapesca que procesamos hace unos años. También los hay miles de recolectores, muchos de ellos mujeres, que, de un oficio muy artesanal y pausado, han cedido ante la furiosa extracción de algas en camiones de calibre superior.
De estas caletas, 45% son urbanas y las restantes rurales, muchas de ellas desprovistas de infraestructura para albergar las embarcaciones, guardar las artes de pesca y atender al turista ocasional. Muchas de ellas, no obstante, gozan del paso cansino de la ruralidad, donde las matas de huiro palo aún se secan con la brisa de la tarde. Esta imagen novelesca, sin embargo, contrasta con problemas como el barreteo indiscriminado de los bosques de algas, cuyo objetivo final es "producir cosméticos en algún lugar de China", según me cuenta un alguero de buena fe.
En la locura estival escasea el agua potable, la electricidad se nutre de motores a petróleo, y prolifera la basura. La recolección de aguas servidas, que damos por sentada en las grandes conurbaciones, es una ilusión.
La Municipalidad de Caldera subvenciona a los locales establecidos en camiones aljibes, pero el servicio no da abasto para los retenes estivales y la población que estalla llegando el año nuevo.
La pequeña planta desaladora modular que el Estado dispuso en la localidad hace sólo cuatro años para paliar la escasez de agua ha dejado de operar producto de una marejada que destruyó el sistema de captación, transformando esta ayuda estatal en un problema de gestión, como muchos otros que se perciben en estos asentamientos.
El problema que enfrentan nuestros estudiantes, reflexiono, no es solo de infraestructura sino uno que abarca la complejidad propia de lugares donde el Estado llega tarde, donde la planificación parece una quimera. "Caleta de flores", pienso al mirar un paño blanco de flores que emulan nieve en el desierto más seco del mundo, mientras proceso unas mediciones topográficas que hicieron los chicos metiendo las patitas al agua. "Flor de caleta", replica Emparanza, pensando en cómo transformar esta travesía en una experiencia de aprendizaje significativo, más allá de las aulas.