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El almirante que se volvió senador (I)

Una tarde de febrero de 2001, el diputado de la UDI Jorge Ulloa entra al complejo habitacional de Las Salinas y se dirige a la casa más eminente del conjunto: la que ocupa el comandante en jefe de la Armada, que desde fines de 1997 es el almirante Jorge Arancibia Reyes. "Más Reyes que Arancibia", murmuran sus oficiales, por el estilo abierto, directo y expansivo del comandante en jefe, que tanto contrasta con el de su antecesor, el severo Jorge Martínez Busch, designado en 1990 por el propio Pinochet.

El diputado Ulloa viene con una misión al borde de la legalidad: proponerle que sea candidato senatorial con el apoyo de la UDI en la Quinta Región Costa. El comandante en jefe reacciona con enojo. ¡Cómo se le ocurre a este diputado plantearle un asunto de política electoral cuando está en el pleno ejercicio de su mando! Arancibia cree ser enfático, pero Ulloa, a quien apodan "El Almirante" por sus contactos con la Armada en la Segunda Zona Naval, ha sido informado de que el comandante en jefe está deseoso de entrar en la política.

Dos conversaciones más sostiene el diputado con el comandante en jefe, hasta que el enojo toma un giro crucial:

-Mire, diputado, si tanto les interesa, ¡que venga la directiva de la UDI a proponérmelo! Pero todos, no a través de mensajeros oficiosos...

El líder de la UDI, Pablo Longueira, entiende que ha obtenido un nuevo candidato cuando recibe la noticia. La directiva se organiza para seducir oficialmente al almirante.

Todos sus miembros concurren a la casa de Las Salinas a comienzos de abril.

Longueira explica: en estas elecciones parlamentarias sólo participan las circunscripciones senatoriales de las regiones impares; la más grande en población es la de la V Región Costa. Es la única que puede proporcionar una mayoría de carácter nacional, un resultado que convierta al ganador en una alternativa al liderazgo instalado de Lavín.

El senador de la UDI, Beltrán Urenda, ha decidido retirarse y Sebastián Piñera piensa presentarse como candidato por RN en su lugar. La UDI estima que su propósito es salir al paso de Joaquín Lavín en la presidencial de 2005. El candidato de la UDI, el diputado Gonzalo Ibáñez, le ha enviado a Longueira una encuesta en la que pierde frente a Piñera y le ha dicho que prefiere retirarse.

Lo que está implícito en la oferta a Arancibia es que no es necesario que triunfe. Basta con que reduzca los votos de Piñera. Es una misión con cierta modestia.

-Conforme -dice al fin Arancibia-, si se trata de proteger la candidatura de Lavín, estoy dispuesto a asumir el desafío. Pero si se llega a saber una letra de esto antes del fin de mayo, esta conversación queda en nada. ¿Entendido?

-Así será, almirante -responde Longueira-. Pero usted tiene claro que si la UDI se embarca en esto es hasta el final, ¿usted no va arrugar a última hora?

-¡Señor! ¡Usted habla con un almirante de la Armada chilena!

***

El Mes del Mar pasa sin que nada de esto se conozca. A comienzos de junio, Arancibia regresa de un viaje institucional a Panamá y llama al ministro de Defensa Mario Fernández, que tiene prevista una reunión en el Congreso, para invitarlo a almorzar en Valparaíso. Se han conocido en los 1990, cuando Arancibia fue jefe del Estado Mayor de la Defensa y Fernández, subsecretario de Marina. Fernández aprecia las singularidades de Arancibia en la Armada: igual que Martínez, es hijo de un general de Ejército, no integra la "aristocracia naval" y su estilo abierto, manteniendo el nudo de los rasgos conservadores de la institución, ha traído cierto aire fresco al cerrado ambiente naval.

Fernández recuerda que cuando unos marinos del buque escuela "Esmeralda" se trenzaron en una riña en Malta y el gobierno de ese país exigió al Ministerio de Relaciones Exteriores que se permitiera a su policía abordar la nave para arrestarlos, Arancibia convenció al ministro Pérez Yoma de que el incidente era positivo, porque representaba un retorno a las viejas tradiciones de la Marina. Más tarde lo vieron empujar la adecuación del currículo de los cadetes -retardar su ingreso hasta el fin de la enseñanza media- y la incorporación de las mujeres a la carrera naval.

Ahora, Fernández cree que hablarán acerca de su viaje y algún tema presupuestario, como es de costumbre. Pero Arancibia anticipa la sorpresa por el teléfono:

-Oye, Mario, ya que tú eres el conducto regular, te quiero pedir una audiencia con el Presidente. Es para presentarle mi renuncia, porque he tenido ciertas aproximaciones electorales...

-No tengo que oír más, Jorge. El resto se lo tienes que decir al Presidente. Voy a pedir tu audiencia. Pero en este caso no podemos almorzar.

El ministro sale a la calle Errázuriz y, ya seguro de que nadie lo escucha, llama desde su celular al Presidente.

-Muy bien -dice Lagos-. Cítalo para esta tarde. Y vente para acá. Lo recibimos juntos en La Moneda.

La relación entre Lagos y Arancibia ha pasado por un momento amargo unos pocos meses antes. El año anterior, durante la visita anual de inspección del jefe de Estado Mayor, vicealmirante Jorge Swett, el comandante naval de Arica, Michael Manley, le había hecho ver la necesidad de desplazar la caseta de vigilancia emplazada cerca de la frontera con Perú, porque en cada invierno boliviano, las subidas de la Quebrada de Escritos la dejaban sin visibilidad por unos días. Swett respondió más tarde con un oficio que ordenaba "estudiar e informar".

La caseta vigilaba la frontera, pero sobre todo controlaba la inmigración ilegal por la playa. Tiempo atrás se había detectado que por esa vía operaba la mafia del "narcoloco", un intercambio de locos chilenos por droga peruana.

Durante el año que transcurrió, el comandante de la IV Zona Naval -con base en Iquique-, vicealmirante Rodolfo Codina, sufrió un infarto y estuvo ausente por varios meses. En el nuevo año asumiría ese cargo el vicealmirante Guillermo Montero Triviño, un hombre reservado y enérgico. El comandante Manley decidió que, antes de que llegara el invierno boliviano y antes de que viniera la nueva visita de inspección, había que completar el traslado de la caseta.

El staff de la Cuarta Zona se organizó para que la sección de Infantería de Marina -unos treinta hombres- que debía cumplir su turno en el cuartel fronterizo del Faro Limar se hiciera cargo de la misión. Los oficiales fijaron el nuevo punto de observación más cerca de la playa y el límite terrestre, al lado norte de la Quebrada de Escritos. Para poder hacer la instalación, debían construir un pequeño puente sobre la quebrada y realizar un barrido de minas antipersonal, que solían desplazarse en los inviernos bolivianos.

En marzo, días antes del regreso de vacaciones del almirante Montero, los marinos retiraron la caseta antigua y levantaron la nueva unos metros más allá, dentro del llamado "triángulo terrestre", una terra nullius no declarada, nacida de la discrepancia planteada por Perú sobre la demarcación precisa de la frontera terrestre. Los militares peruanos apostados en el cuartel Bolognesi, al otro lado del límite, observaron la maniobra. Semanas después, en Tacna se anunció una marcha sobre la frontera, convocada por Antauro Humala, uno de los líderes del "etnocacerismo".

El vicealmirante Swett fue informado al otro día y advirtió que había un problema: él había ordenado "estudiar e informar", no "ejecutar". Dado que el comandante en jefe estaba regresando de un viaje, esa noche debió reemplazarlo en una cena diplomática en La Moneda, que aprovechó para informar al presidente. Extrañado, Lagos consultó inmediatamente a la Cancillería. Nadie sabía de esto.

Al día siguiente, Lagos volvió a hablar con el vicealmirante. Le pareció que no entendía las implicancias del asunto y le pidió que el almirante Arancibia se presentara en La Moneda en cuanto terminara sus vacaciones, esa misma tarde. El presidente estaba furioso. Y se sulfuró aún más cuando el almirante le dijo que asumía la responsabilidad y que la supervigilancia de la costa, incluyendo los ochenta metros de playa, era prerrogativa de la Armada*.

* Mañana, segunda parte y final.

Título: "La Historia Oculta de la Década Socialista".

Autores: Ascanio Cavallo y Rocío Montes.

Editorial: Uqbar.

Extensión: 416 páginas.

Precio: $ 33.000 (precio Internet).

* El presente es un extracto del capítulo 8 del citado libro. Se le publica por su vínculo local y el lógico interés que el episodio conlleva.