LA TRIBUNA DEL LECTOR Más allá de la Línea de la Concordia
DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXEMBAJADOR
El interesante artículo escrito por mis buenos amigos Francisco Cruz y Jorge Heine sobre la crisis peruana aparecido en El Mercurio de Valparaíso del domingo 11 de este mes, invita a elaborar algunas ideas adicionales que puedan ayudar a explicarnos a los chilenos cómo un país puede dar tantos tumbos institucionales en tan poco tiempo. Lo anterior, sin que se produzca una debacle mayor en la economía y sin que en los días iniciales hayan sucedido hechos luctuosos. No hay que descartar que esta aparente tranquilidad pueda mutar.
Pienso que en breve la respuesta sobre esta realidad que nos cuesta comprender se encuentra en la historia misma del Perú y en su sistema político. Nuestros vecinos del norte durante su historia han tenido una vida política absolutamente diferente a la chilena. Para fundar ese aserto basta mencionar que cuando el Presidente Fernando Belaúnde entregó el poder en el año 1985, era el segundo Jefe de Estado en toda la historia peruana que pasaba la banda presidencial a un sucesor electo democráticamente. Había el caso único de uno de los períodos del Presidente Pardo en que ello acaeció. El resto de la historia de nuestro vecino del norte nos muestra que el poder era entregado por alguien que se había hecho de él sin que mediara elección alguna y después de algunas turbulencias políticas encabezadas y llevadas a cabo por militares. Después de Belaúnde todos pensamos que se abría un estadio nuevo en la historia peruana en que se seguiría el procedimiento democrático de recibir el cargo de parte de un Jefe de Estado electo a otro seleccionado por el mismo método. Pero la realidad nos ha demostrado que ello estaba muy lejos de ser así, con la variable que las interrupciones se han producido sin la participación de los militares.
¿Cuál es la razón de fondo para que suceda esta constate alteración del procedimiento democrático fraguada por los propios políticos? Se sostiene, por algunos, que la actitud enraizada de las capas dominantes de ser poco probas en el manejo de los asuntos público es la razón que motiva lo anterior. Sin desconocer esa carencia de probidad, estimo que hay en el fondo un factor que va más allá de eso y que está en las raíces mismas de la historia política del país. En el Perú ha sido casi imposible formar partidos políticos estables con cierto sustento ideológico que se transformen en corrientes de opinión que permanezcan en la vida nacional más allá de sus creadores. Todos han estado ligados a personas y desaparecida ésta, deja de existir el movimiento político que encabezó. Esto pasó con el pradismo, con el odriísmo, con el fujimorismo y con tantos otros que, aunque hayan cambiado su chapa, no han sobrevivido a su fundador. Fernando Belaúnde, cuando fue elegido en su primer gobierno, tuvo una recepción espectacular no solo en Lima, sino en toda América. En Chile gobernaba don Eduardo Frei Montalva y en el resto de los países de América Latina había Jefes de Estado de pensamiento similar. Sin embargo, ello no fue obstáculo para que un general como Juan Velasco Alvarado lo sacara poco menos que en pijama del Palacio Pizarro. Luego, Belaúnde fue electo en forma democrática por un segundo período, pero muerto él, el proyecto se acabó. Otro buen ejemplo es lo acaecido con el Partido Democratacristiano, que tuvo en su momento una representación política importante. Sin embargo, no fue capaz de sobrevivir, pues sus dos principales líderes no pudieron vivir bajo el mismo techo y cada uno formó tienda aparte. Cornejo Chávez y Bedoya acabaron con esa posibilidad que parecía auspiciosa. La gran excepción fue el Apra, fundado por Haya de la Torre en 1924, que se constituyó en una fuerza política de gran influencia no solo en todo el Perú, sino que también en el resto de los países de América Latina. Sucede que cuando muere Haya de la Torre, por esas cosas de la vida y gracias a la habilidad de un joven político muy cercano al fundador, el Apra sobrevive de la mano de Alan García, quien había hecho un trabajo silencioso pero eficiente al interior del conglomerado para quedarse a cargo del partido. Una vez que García se suicidó, el Apra poco a poco fue perdiendo su papel sustantivo en la política limeña y no sobrevivió al heredero del fundador. Hoy es un conglomerado disminuido dentro de la multiplicidad de grupos en el caleidoscopio político peruano. Han proliferado pequeñas agrupaciones que representan a caciques locales que habitan en todas las provincias a lo largo y ancho del país. El caso de Castillo es el mejor ejemplo de ello. Fue elegido por el jefe de una pequeña agrupación del norte, pues él personalmente no podía ser candidato por tener cuentas con la justicia. Cuando el Presidente recién depuesto se vio en el Palacio Pizarro le gustó la posición y rompió con sus creadores, quedando entonces en una orfandad que lo dejó a merced de las mayorías opositoras del Congreso. El final lo conocemos.
Pero ante el fenómeno descrito hay que dejar establecido que ha habido desde la época de la Independencia, hace ya casi doscientos años, una institución que más allá de su labor profesional ha sido la única que mantiene gran influencia política y que ha permanecido en el tiempo, y a la cual miran constantemente los diferentes grupos sociales del Perú. A veces los de izquierda y otras los de derecha. Esta es el Ejército. Durante toda la vida de nuestro vecino, el Ejército ha sido el gran jugador político que ha decidido el futuro del país y que ha puesto o depuesto presidentes. Es cierto que desde la Revolución encabezada por el general Velasco Alvarado y luego terminada por Morales Bermúdez ha permanecido ausente del quehacer directo del acaecer gubernamental, pero la anarquía constante hace que muchos peruanos cada vez que se crea una situación como la que se vive hoy en Lima miren hacia los cuarteles. Este hecho objetivo está ahí, silencioso pero latente. No olvidado.
Lo señalado lleva a concluir que la crisis política peruana constituye una especie de germen maligno enquistado en una realidad del país y la cual es casi imposible de erradicar. No hay intención de crear un sistema que desemboque en la aparición de partidos fuertes que vayan más allá de la existencia de sus creadores. Como si lo anterior fuera poco, ha habido Jefes de Estado que han agregado elementos nocivos para el manejo constitucional. A vía de ejemplo es del caso mencionar a Fujimori, quien antes de abandonar el país hizo aprobar una Constitución Política que ha acelerado este vacío institucional. Entre otras cosas, eliminó el Senado, creando una Cámara única, que es el lugar donde se consolida la incapacidad de que aparezcan mayorías estables. Está compuesta por un sinnúmero de partidos políticos sin mayor representación nacional y es el lugar donde se fragua la destitución de cualquier Jefe de Estado que haya sido electo. Seis Presidentes en seis años es un récord difícil de igualar.
Una última reflexión. Cuando se ve que en Chile una Convención Constituyente elegida tuvo la ceguera de intentar reemplazar el Senado por una especie de organismo sin ninguna transcendencia en la vida política y cuando constatamos que caudillos sin mayor trascendencia han sido capaces de crear pequeños grupos que lo único que hacen es dividir y dificultar cualquier acuerdo, fundándose para ello en consignas irreales y populistas pasadas de moda, pienso que es bueno no olvidar la realidad que existe más allá de la Línea de la Concordia.