Gran polémica ha suscitado el anuncio por parte del productor general del Festival de la Canción de Viña del Mar, Daniel Merino, de la eliminación unilateral e inconsulta de la tradicional orquesta en vivo, conformada por 30 músicos nacionales, por una malentendida "optimización de costos" que echa por tierra una historia de más de sesenta y dos años en torno al principal evento de la música en Chile y, por qué no, en América Latina.

Muchos levantaron la voz para criticar la decisión, entre ellos la Sociedad Chilena de Autores e Intérpretes Musicales (SCD), ente para el cual la medida representa un atentado contra las bases del Festival y una "absoluta contradicción entre un evento que busca poner a la música en el centro de su contenido, pero que esta vez reduce su presencia con acciones como éstas".

Más allá del poder de los canales de televisión (Canal 13 y TVN) y la productora Bizarro, la Municipalidad de Viña del Mar alega que fue una decisión que no les compete, aun cuando es innegable que la Casa Consistorial debe tener una última palabra al respecto. Según la alcaldesa Ripamonti, el marco jurídico les permite a los concesionarios tomar ese tipo de decisiones sin la opinión del municipio. "¿Es lo que queremos? ¿Es pertinente? ¿Es adecuado? ¿Está bien que el municipio no tenga decisión sobre estas decisiones? Es algo que vamos a evaluar para las próximas licitaciones del evento", asevera sin que nadie responda.

Para nadie es un misterio que el Festival Internacional de la Canción de los primeros años ha ido siendo paulatinamente desplazado por el show internacional, e incluso el jurado -antiguamente más relacionado al género en sí- se fue tornando en un cómodo sistema para posicionar rostros de teleseries, resucitar artistas de mediano calibre, modelos de ocasión y otros menesteres bastante discutibles.

Asimismo, en los populares Premios Caleuche transmitidos antenoche por televisión, los actores Bastián Bodenhöffer y Carolina Arregui también fustigaron a la producción, lo que habla del alto impacto que la noticia ha causado en el mundo del arte y el espectáculo, gremio visiblemente perjudicado por los dos años de pandemia.

Una cosa, sabemos bien, pueden ser los contratos y el manifiesto poder que han tenido en el último tiempo los canales de televisión sobre el evento e incluso la propia ciudad, como la pomposa rutina de que todas las noches se salude a los directores de las estaciones al mismo nivel de la alcaldesa y el propio jurado. Otra, muy distinta, es lo que pretende establecer Macarena Ripamonti con sus preguntas sobre si está bien que el municipio no tenga injerencia sobre ese tipo de decisiones. ¿En serio se ahorran tanto dinero envasando la música en vez de contar con la orquesta? ¿Era necesario decirlo así, tan campantes, en una entrevista a un medio capitalino?

Troncal Sur, Autopista concesionada Rutas del Pacífico que une las ciudades del interior de nuestra región con Viña del Mar. Hagamos un pequeño ejercicio fílmico. Día uno: un perro atropellado al borde de la autopista, despanzurrado y sangriento. Día dos: mismo perro al borde la carretera. Día tres: comienza el proceso de descomposición. Día cuatro: rigidez, hedor, cambio de aspecto en la piel. Día cinco: el perro sigue ahí. Apretemos forward y avancemos en los días. Día quince: el perro se empieza a achicar bajo la acción del sol y el viento. Día treinta: queda muy poco del perro, un pelaje irreconocible pegoteado al asfalto. La "película" se repite a lo largo de toda la autopista.

Hagamos uso del zoom y agrandemos la perspectiva fílmica. La autopista está acompañada a lo largo de todo su borde por poblaciones callampas que crecen y crecen. Mismo ejercicio fílmico diario podría hacerse con las tomas y luego ver el cambio ocurrido con el paso del tiempo. Rejas separan a las poblaciones de la carretera, pero sus habitantes hacen orificios en ellas para cruzar de un lado a otro. Por estos se cuelan los perros y gatos que son atropellados a diario. ¿Y…..? Es la pequeña barbarie de cada día, esa que nos acompaña pegajosamente y que nos revela, a quién quiera ver, que hay algo que no está bien.

Vamos por partes: ¿por qué los funcionarios de la Autopista concesionada no recogen a los animales muertos que se acumulan día tras día en sus orillas? El cobro de su uso está ya en los 900 pesos y entiendo que el mantenimiento de esta implica el aseo y el despeje de posibles peligros para evitar accidentes. Pero no, no se nos ahorra la escabrosa película. La pequeña barbarie de cada día nos revela que a nadie le importa ese pequeño drama diario encerrado en el largo y lento proceso de descomposición de un cuerpo animal atropellado en una autopista en la que supuestamente se podría manejar a 120 kilómetros por hora.

Es una pequeña barbarie de nuestro estado de higiene, de nuestros límites como sociedad y de lo que estamos dispuestos a aceptar sin importarnos. Esa pequeña barbarie diaria nos revela la barbarie mayor: que nunca hacemos las cosas que tenemos que hacer, que tomamos medidas de modo improvisado de acuerdo a la marcha de los acontecimientos, que nuestras autoridades y servicios son indolentes frente a ese continuo pero persistente deterioro social y cultural de nuestros espacios. La indolencia frente a los cadáveres de animales muertos que se descomponen lentamente en una Autopista concesionada es la misma que tenemos frente a un sinnúmero de situaciones cotidianas: madres extranjeras que piden dinero en los semáforos con niños que no asisten al colegio, puntos de reciclaje que se desbordan y que no son vaciados con la periodicidad que se debiera y un largo etcétera con el que ya sobrepaso los caracteres que me permite esta columna.