Desafíos de la transición energética
Se requerirán esfuerzos focalizados en países con importantes instalaciones de generación o de sectores intensivos en energía de difícil descarbonización, como la minería. Cualquier esfuerzo de esta naturaleza demandará importantes recursos humanos y financieros".
El Acuerdo de París sobre cambio climático apunta a limitar el calentamiento global a no más de 1,5 °C de los niveles pre-industriales y una economía descarbonizada para mediados de siglo. Ello implica inversiones de al menos US$16,5 billones, y una profunda transformación en las prácticas de producción y transporte, inversiones en energía renovable y otras acciones nunca vistas a la fecha.
La crisis gatillada en Europa por la suspensión del suministro de gas ruso, junto con decisiones para frenar la producción de hidrocarburos, ilustran la desvinculación de las acciones tomadas con las realidades geopolíticas. Estas han gatillado aumentos de precios a niveles récord, y un distanciamiento entre metas y logros de los acuerdos de París. Una transición hacia los objetivos convenidos requerirá un abordaje mucho más estratégico y coherente.
Ello requerirá una atención especial a economías dependientes del carbón como India y Sudáfrica -que generan más del 70 y 85 % de su electricidad, respectivamente, de dicha fuente-, con serias repercusiones sociales y económicas que necesitarán enfoques más matizados para la transición que los aplicados a la fecha.
Igualmente, se requerirán esfuerzos focalizados en países con importantes instalaciones de generación o de sectores intensivos en energía de difícil descarbonización, como la minería.
Cualquier esfuerzo de esta naturaleza demandará importantes recursos humanos y financieros para una evolución dentro de la capacidad de absorción de cada país. Forzar metas ambiciosas y lejanas, o desincentivar ciertas tecnologías con regulaciones arbitrarias, no generará progresos. Una vía más prometedora es alineando intereses con precios e impuestos que reflejen adecuadamente los costos ambientales, y faciliten inversiones que respondan a consumidores, evitando coordinaciones complicadas.
La falta de previsión, la baja seguridad energética que implicaba la matriz energética y la consecuente crisis gatillada por el conflicto en Ucrania, han impulsado a las 51 mayores economías a duplicar el apoyo a los combustibles fósiles a casi US$700 mil millones en 2021, y montos aún mayores en 2022
En el caso chileno, el costo fiscal asociado a financiar los combustibles fue de casi US$3 mil millones, lo que equivale a 74 mil viviendas sociales o 3,7 veces el subsidio anual al Transantiago.
Ello está minando la eliminación de subsidios ineficientes y distorsionantes a combustibles fósiles orientados a mitigar los impactos a consumidores.
Igualmente, el aumento de controles regulatorios, han generado resultados contraproducentes a través de instituciones con competencias cruzadas, a menudo contradictorias, donde se mezclan instancias técnicas y otras de conformación política. Ello ha generado costosas demoras, resultando en proyectos que tardan más en trámites de aprobación que en su construcción.
Claramente, la institucionalidad ambiental tiene un costo de ineficiencia, además de espacios de arbitrariedad, y potenciales riesgos de corrupción. Un objetivo central debiera ser el rediseño institucional para reducir esos espacios y ofrecer mayores niveles de certeza, que generen una oferta energética que sea asequible, confiable y más limpia. Así, decisiones medioambientales se vincularían más integradamente a imperativos de desarrollo económico y demandas de consumidores.
Igualmente, se deberá enfrentar simultáneamente las crecientes demandas de energía que tomará lugar principalmente en economías emergentes. Ello facilitará la introducción de tecnologías más avanzadas en nuevas plantas, que son menos engorrosas que la conversión de las ya existentes en países desarrollados, mejorando el impacto en la matriz energética mundial.
La obsesión de restringir los hidrocarburos y consecuente inversión insuficiente en energía convencional (para superar limitaciones de energías renovables, cuya dependencia de factores climáticos requieren respaldo de fuentes tradicionales), ha dañado la seguridad energética y una transición que responda al mismo tiempo a la mayor demanda.
Descarbonizar el sector energético y simultáneamente satisfacer la demanda de energía en rápida expansión, es quizás el desafío más importante que enfrenta el desarrollo mundial.
Por ello, el camino no debe limitarse a energías renovables, sino la reducción de emisiones de carbono con una variedad de tecnologías, el despliegue generalizado de captura, uso y almacenamiento de carbono, y la alineación de intereses con políticas de precios que facilite la movilización de recursos a inversiones que requiere la transición. 2
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