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"Hace veinte años, una andaba a cualquier hora y no le pasaba nada. Pero ahora, a las ocho de la noche ya está todo cerrado, no hay nadie caminando en la calle y hay que irse a la casa porque es peligroso andar sola afuera. Esto se ha ido agudizando en el tiempo, la gente tiene miedo", señala la dirigenta de la Unco quilpueína .
También apunta a la falta de locomoción. "Esa es la otra parte. No hay colectivos para los sectores que están alejados del centro y las micros ya empiezan a bajar su periodicidad, entonces, no hay cómo volver", pero esta situación, subraya, también ocurre en otras partes. "Yo sé que en Valparaíso a ciertas horas penan las ánimas y es mucho peor", afirma.
En sectores más alejados del centro, refiere, se dan atracos a transeúntes en la calle para robar el celular o la plata que lleva la persona. "El portonazo no es mucho lo que ocurre porque en las poblaciones que están alejadas del área urbana la gente no tiene vehículos de alta gama" que interesen a los delincuentes, "pero sí se registran robos a los transeúntes y sobre todo a los negocios".
A la presidenta de la Unco le preocupa el alto consumo de alcohol que observa entre muchos jóvenes que se juntan a beber y fumar marihuana en puntos bien específicos de la ciudad. Se pregunta por qué a los dirigentes vecinales no se les hace partícipes de una política de prevención basada en la entrega de valores, por ejemplo, en la mesa de seguridad comunal, a la cual, expresa, se la ha invitado una sola vez desde que asumió, en julio del año pasado.
Para la dirigenta, "aquí el tema de fondo tiene que ver con los valores" y menciona el caso de menores infractores de la ley que tras cometer algún delito son entregados a sus padres, que no necesariamente son las personas más idóneas para hacerse cargo, ya que se dan situaciones en que son ellos quienes incentivan o imponen a los niños esta clase de conductas.
Plantea que a la comunidad y los dirigentes los ha golpeado duramente el asesinato de la suboficial Olivares, que trabajaba directamente con ellos en el Plan Cuadrante. "Que mataran a un carabinero aquí en Quilpué, es muy, muy fuerte. Una mujer, sobre todo, esforzada, mamá de dos niños, es terrible".
Impacto de los vecinos
La calle donde ultimaron a la suboficial Rita Olivares recuerda al obispo Ramón Ángel Jara -de destacada trayectoria social y religiosa, quien fue amigo de San Juan Bosco-, está inserta en un barrio de gente de trabajo y en ella se emplazan al menos dos colegios y una capilla.
En una de las calles perpendiculares, está el almacén y botillería de don Luis Guerrero, quien emigró desde Santiago y encuentra que el barrio es efectivamente tranquilo, clima que se vio bruscamente alterado por el homicidio de la carabinera mártir.
Eso sí, hace unos tres años lo trataron de asaltar, pero se defendió desde atrás del mostrador-que ahora tiene protección- y logró frustar el robo. A diferencia de la generalidad de las botillerías, que atienden a través de una reja, su negocio tiene la puerta abierta y se puede entrar. "En Santiago sí que está difícil. Hace cuatro años no era tanto", declara.
También vive en el sector, en este caso en una parcela que queda frente al lugar del tiroteo, el matrimonio de profesores integrado por Pablo Soto y Regina Figueroa, quienes ya están retirados y dedicados a su familia, a sus nietos y a su casa.
Ella le hizo clases a la suboficial Olivares alrededor de quinto básico, cuando tenía unos 11 años, en la Escuela Gaspar Cabrales, como también a Manuel, uno de sus hermanos. Los recuerda como niños tranquilos, a la vez que declara su admiración por la entrega y la abnegación de su madre, con quien solía conversar.
Por eso la afectó profundamente lo ocurrido, de lo que ella y su esposo fueron testigos, sin saber quién era la persona baleada, de lo cual se enteraron solo al día siguiente.
Don Pablo relata que esa madrugada la balacera rompió el silencio del descanso. "Sentimos seis o siete disparos, nos percatamos de que había un vehículo policial y luego escuchamos la comunicación que repetía: 'salida de proyectil en la cabeza'. Después llegó la ambulancia y mientras la subían me pareció que era una mujer, y así se lo comenté a mi señora".
El profesor Soto compró la parcela hace 42 años, cuando el terreno se encontraba rodeado de bosques, tenía una vecina de origen diaguita que mantenía un rebaño de unas 30 cabras y nadie se imaginaba que existiría el Troncal Sur.
"Hemos podido vivir tranquilos aquí", dice. "Este fue un hecho que nos sacó de esa tranquilidad. Algo totalmente impactante". 2