En defensa del "mono peludo"
¿Tienen culpa los monos de que se les asocie con sujetos que la jerga política popular vincula con extremismo, radicalización o barras bravas? ¿Tienen culpa los circos cuando se les asociaba con prácticas negativas y recientes de la política desplegada a nivel constitucional?".
Las declaraciones de la presidenta del PPD, Natalia Piergentili, en referencia a que el Gobierno debía dejar de hablarle a "los monos peludos, al 30% que tiene y a les compañeres", generaron una serie de fuertes repercusiones hasta estas últimas horas. El tema está lejos de cerrarse. Se siguen evidenciando los problemas de las dos o más almas que habitan en el Gobierno, lo que termina afectando la conducción política del Ejecutivo y los esfuerzos comunicacionales se desgastan en aclarar, disputar e intentar controlar, de forma infructuosa, la agenda estratégica de atención sobre la opinión pública.
Probablemente, los efectos sobre el destino inmediato del PPD, pero también de otros partidos que se ubican en una posición satelital del Gobierno, cambiará drásticamente y terminará por, incluso, dilapidar la misma identidad de esas colectividades. Es decir, los dardos a los que apuntaban las dichos de Piergentili, cerrarán un ciclo de degradación inevitable para estos partidos, desorientados porque no logran interpretar los clivajes de las sociedades actuales.
Sin embargo, quiero terminar aquí el análisis político, para rescatar en las siguientes líneas la carga simbólica del lenguaje político y salir en defensa de lo que se denominó como "los monos peludos", aclarando, posteriormente Piergentili, que "fue una mala forma de expresar un reducto, cuando hay algunos que solo quieren hablarle a su barra, a su tribu, a su entorno".
Aspectos aprobados por la comisión de expertos constitucionales durante esta semana, nos indican que los partidos políticos van a quedar bastante blindados, algo natural para democracias estables. Pero eso no significa que como ciudadanía dejaremos de cuestionar, por ejemplo, ciertas declaraciones o conductas improcedentes que realicen los liderazgos de esos partidos.
¿Tienen culpa los monos de que se les asocie con sujetos que la jerga política popular vincula con extremismo, radicalización o barras bravas? O, como aconteció hace algunos meses, a propósito que vivimos los días de los patrimonios, ¿tienen culpa los circos cuando se les asociaba con prácticas negativas y recientes de la política desplegada a nivel constitucional o con individuos de aquel contexto como el "Pelao" Vade?
Es decir, lo mío es una defensa al mono real, al mono peludo que ha cumplido un rol en nuestra cultura, no al sujeto humano reaccionario. Probablemente, algunas generaciones crecimos con monos que nos marcaron, fruto de la imaginación de otros tiempos, cuando las redes sociales no existían y los libros de aventuras o las antiguas series de televisión animaron nuestras nociones de una incipiente "cultura pop" que construye realidades. En rigor, también es una defensa de ese tipo de contenidos, hoy tan denostados por el juego de la espectacularización y la virtualidad.
Estos primates que yo menciono, como la carismática "Cheetah" de Tarzán, el "Rey Louie" de El Libro de la Selva, o los simios del cine, como el compañero de Clint Eastwood en Duro de Pelar (1978), más recientemente el vidente "Rafiki" de El Rey León, entre muchos otros, son monos peludos interesantes, cercanos, con roles que aportan a las tramas de sus protagonistas. Mención aparte, el mono de Marco, de la serie animada De los Apeninos a los Andes. En la actualidad, uno de mis hijos acepta que nunca olvidará a "Jorge, el Curioso".
Pero claro, me dirá que es ficción. Tiene razón. Sin embargo, esto no resta que existan monos que han entregado un aporte y controversial sacrificio al avance humano. Por ejemplo, la carrera aeroespacial tiene grandes nombres de monos reales.
Por eso y más, salgo en defensa de los verdaderos "monos peludos". 2
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
"