LA TRIBUNA DEL LECTOR Siempre estará la ciudad
POR RAFAEL TORRES ARREDONDO, DIRECTOR DEL MUSEO DE BELLAS ARTES DE VALPARAÍSO, PALACIO BABURIZZA
A lo ya considerablemente largo de mi vida, me ha tocado vivir en dos ocasiones en Santiago, la primera por temas personales y la segunda por trabajo, ambas son las únicas razones que podían llevarme a dejar mi amado Valparaíso. De las dos ocasiones guardo recuerdos medianamente gratos, casi olvidables; sin embargo, de la segunda vez tengo un recuerdo muy triste. Era el año 2003 y yo estaba viendo el noticiero del mediodía en mi casa de la capital, cuando escuché la noticia que tanto y tantos anhelábamos que llegara: la Unesco declaraba a Valparaíso Ciudad Patrimonio de la Humanidad (Sitio del Patrimonio Mundial exactamente es la denominación). No podía creer la buena nueva y me dolía profundamente no estar en mi ciudad de nacimiento y de vida en ese preciso instante que tanto tiempo esperaba ocurriera, que además sentía y siento de toda justicia para con este puerto que "amarra como el hambre", al decir del gitano Rodríguez. El organismo internacional reunido en París, acordaba incorporar a Valparaíso en el catálogo de grandes urbes como Sevilla, Quito, Colonia de Sacramento, sólo por nombrar algunas. Varios años habían pasado desde que la señora Marta Cruz-Coke, recientemente fallecida, entonces directora de la Dibam, hubiese puesto en marcha el primer expediente para llevar a la consideración de la entidad cultural.
Recuerdo que en ese minuto me imaginé la algarabía que debería haber en el Puerto, siempre tan bueno para celebrar. Por lo pronto las iglesias echaron a sonar sus campanas y los bomberos sus sirenas. Hubo mensajes oficiales de las autoridades de la época y mucha sensación de alegría y orgullo, ambas condiciones tan propias de los porteños y porteñas. Valparaíso estaba de fiesta, la propia, por sus inigualables condiciones de precursora de la globalización; por su condición multicultural y por la particular conformación de sus habitantes, tan bien integrados entre locales y extranjeros. El mundo entero, desde ese 2 de julio de 2003, comenzó a entender que, al fin del mundo había una ciudad puerto, cuyo barrio histórico debía preservarse para que las futuras generaciones lo conocieran.
El paso del tiempo es innegable, los 20 años han pasado para todos. La declaratoria trajo algunos beneficios con el ya mítico crédito BID (Banco Interamericano de Desarrollo), el que permitió algunas mejoras, entre ellas la restauración del Palacio Baburizza. Pero a este respecto de los beneficios y cuidados de la ciudad declarada Sitio del Patrimonio Mundial, a mi juicio siempre le ha faltado la preocupación más concreta del estado de Chile, quien lo llevó ante la Unesco. Ejemplo extraordinario de cómo los estados se involucran en la salvaguarda patrimonial ha sido a mi entender el caso del Fonsal (fondo del salvamento) para el casco histórico de Quito, Ecuador. Una experiencia extraordinaria, digna y necesaria de imitar. Chile está al debe con Valparaíso en varias materias, pero sin duda en lo patrimonial el saldo es bien paupérrimo. Como soy porfiado de optimista, creo y espero que este aniversario pueda ser un punto de inflexión. Que se tome debida cuenta de la responsabilidad otorgada con la designación, que es ni más ni menos que cuidar Valparaíso, para que las futuras generaciones lo puedan conocer, disfrutar y entender en ella cómo se hizo la vida de este puerto y su gente, que tanto le han dado al país. Valparaíso ha sido una de las ciudades más señeras de esta nación, eso no se puede desmerecer.
Hoy día quisiera aprovechar también de reconocer a aquellos que antes de la nominación ya creían que Valparaíso era único, mágico e irrepetible y que merecía ser destacado a nivel mundial, quienes además hoy día ya no están. La señorita Myriam Waisberg, Renzo Pecchenino, el inolvidable Lukas; Raúl Alcázar, Ennio Moltedo, Sara Vial, Osvaldo Rodríguez, entre tantos otros que le dedicaron su pasión y amor a nuestra ciudad. Seguir su ejemplo es un imperativo ético para cualquiera que se sienta porteño. La pasión porteña no se debe apagar ni un solo segundo de nuestras vidas, por lejos de la ciudad que podamos estar, Valparaíso nos reclama y nos interpela.
Hoy, con la alta responsabilidad de ser el director del Museo de Bellas Artes de la ciudad, más que nunca renuevo mi compromiso de amor con la ciudad de mi familia, de mi historia y de mis sueños. Fue aquí donde comenzó mi amor por el arte, la cultura, el patrimonio y la vida porteña, esa tan especial, tan propia y que tan orgullosos nos hace sentir siempre. Hoy le vuelvo a declarar mi amor a Valparaíso, sabiendo que por difíciles que se vean los tiempos, la ciudad siempre se sobrepone a todo e incluso a todos. Que nunca nos falte Valparaíso, eso es todo lo que espero.