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RECUERDOS DE UN FUNCIONARIO 1972 (parte 2)

POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
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A medida que transcurría el año 1972, la situación política se iba tornando cada día más complicada. Las disputas entre el Gobierno y la oposición escalaban en forma alarmante y las presiones sobre el Presidente ejercidas por los grupos cercanos para que dirigiera el proceso en un sentido o en otro eran feroces. Allende tenía durante todo el día la influencia del MIR, pues se había decidido que su seguridad personal no estuviera a cargo de Carabineros como era tradicional en Chile, sino que fuera responsabilidad de un grupo de miristas de confianza de dicho movimiento que manejaba armas y que no lo dejaba ni de día ni de noche. Este fue el famoso GAP (Grupo de Amigos Personales, como lo denominó el propio Allende). Eran ellos los que lo acompañaban en los autos escoltas e incluso vivían en dependencias especiales de la casa de la calle Tomás Moro. Sabían en detalle lo que hacía el Presidente, con quién se veía, qué era lo que conversaba con los diferentes visitantes y estaban al tanto incluso de los movimientos de la familia. Eran muy cercanos a la "Payita", la "secretaria especial" que tenía Allende y la persona que manejaba la casa del Cañaveral, en los faldeos cordilleranos de Santiago. Asimismo, contaban con el respaldo de su hija mayor, Beatriz, la más cercana y política de todas sus hijas. Para quienes tenían claro que era difícil "apurar el ganado flaco" y que era mejor no pensar en una revolución a la cubana, era tarea difícil neutralizar la influencia del GAP, de Beatriz y de la Payita. Cabe recordar que en la casa del Cañaveral era donde Allende recibía a sus amigos, se relajaba e incluso hacía ejercicios con ametralladoras.

Las diferencias entre tiros y troyanos en la opinión pública escalaba día a día y mientras en las concentraciones de la UP se gritaba a voz en cuello "los momios al paredón y las momias al colchón", en las citas de la oposición se vociferaba "el único comunista bueno es el comunista muerto". Los diarios "avivaban la cueca". Un día uno de ellos partidario del Gobierno (no recuerdo si fue El Siglo, el Puro Chile o el Clarín) escribió un editorial titulado "Fuentealba, hijo de puta" y las brigadas izquierdistas llenaron con esa misma leyenda la pequeña muralla que separa la avenida Costanera de Santiago con la ribera del río Mapocho. Renán Fuentealba era un senador DC de muy antigua data y en ese instante era el presidente del Partido. Ese día hubo sesión en el Senado y todos los comités que eran de oposición hicieron encendidas intervenciones rechazando dicho editorial. La respuesta de aquel diario al día siguiente fue "A pedido de un gran número de nuestros lectores repetimos el editorial de ayer" y volvieron a publicarlo. Por otra parte, el Tribuna, el diario más beligerante de la oposición y que no se quedaba atrás en las formas, un día que se había autorizado por decreto el alza del precio del pisco, trajo destacadamente un artículo titulado "En todas las casas subió la ponchera, menos en Tomás Moro. Subió el pisco". Para los más jóvenes acoto que "la ponchera" era un gran tiesto de vidrio que existía en todos los prostíbulos de Chile y que contenía una bebida como ponche, pero en base a pisco. El mensaje era claro, pero no había cómo reclamar. Efectivamente, la ponchera había subido de precio y nadie podría haber afirmado que en la calle Tomás Moro no hubiera un sitio en que se vendiera pisco. El problema era que en esa calle estaba la casa del Presidente. Clarito el mensaje.

En el mes de octubre el país se vio enfrentado a un problema realmente alarmante. Se acordó por los gremios un paro nacional de todos los sectores, incluyendo el transporte. Durante ese mes todos los establecimientos estuvieron cerrados y recuerdo que era una especie de película de fantasmas transitar por la calle Ahumada de Santiago y ver a las doce del día todas las tiendas con sus cortinas abajo. El Gobierno nombró un interventor de apellido vinoso que pretendió abrir por la fuerza algunos comercios, lo que lógicamente fue un fracaso total. Por otra parte, la huelga de los camioneros produjo un daño inmenso en todo el país. No había medio de trasladar productos de un punto a otro, incluyendo, lógicamente, los alimentos. Se ha dicho que los camioneros fueron financiados por la CIA. No tengo idea si los directivos de ese gremio recibieron algún tipo de ayuda, pero tengo la experiencia personal de un tío mío que vivía en Viña del Mar y que poseía dos camiones. Llevó ambas máquinas junto a otros colegas y las enterraron en las dunas de Reñaca. Me consta que el hombre nunca recibió un peso y que ese mes lo pasó económicamente muy mal.

Como si todo lo anterior fuera poco, los trabajadores de la mina de cobre El Teniente habían decretado antes del 1 de octubre una huelga que duraba varias semanas. Allende apeló a todas sus influencias y a su oratoria para intentar poner fin a dicho conflicto, pero fue imposible persuadir a los mineros. Resulta que al Presidente se le había dado "vuelta la tortilla". Durante años había predicado el argumento que era justo que los trabajadores de las grandes minas del cobre ganaran más que el resto de los chilenos, pues laboraban en condiciones difíciles. Ellos merecían lo que pedían. Pues bien, ahora se olvidaba de aquello y reclamaba con vehemencia a los cupríferos que ganaban mucho y que su postura era en contra del movimiento popular. A su vez, los otros sindicatos de las grandes minas de cobre amenazaron con solidarizar con sus colegas de El Teniente, lo que ponía al país en una situación absolutamente imposible de resistir. Con huelga general en todo el territorio y paradas las grandes minas de cobre -"el sueldo de Chile" como lo llamó el propio Allende-, el caso no podía ser más desesperado. Entonces, el Presidente recurrió al único grupo social chileno que no estaba involucrado en la contienda que tenía al país totalmente dividido: las Fuerzas Armadas.

La oposición hacía tiempo que venía pidiendo el ingreso de los militares a los Ministerios como un modo de detener la profunda crisis. Los partidos de Gobierno no eran partidarios de aquellos. Pero, como dice el viejo proverbio, "la necesidad tiene cara de hereje". Fue así como el 2 de noviembre ingresó al gabinete como ministro del Interior el general Carlos Prats, comandante en jefe del Ejército, el contralmirante Ismael Huerta como ministro de Obras Públicas y Transportes, y el general de brigada aérea Claudio Sepúlveda como ministro de Minería. Como comandante en jefe del Ejército subrogante asumió el general de división Augusto Pinochet.

Como se verá más adelante, esta solución de parche ayudó a descomprimir momentáneamente el ambiente nacional y a aquietar transitoriamente los ánimos. Sin embargo, el puro y simple ingreso a los ministerios de los uniformados señalados poco ayudó a la larga, pues los mandos superiores y medios siguieron en manos de la UP y la autoridad de los uniformados poco podía hacer para modificar de raíz el rumbo equivocado que se llevaba.