LA PELOTA NO SE MANCHA Campo de sueños
POR WINSTON POR WINSTON
Antes de que se acabe el mes de Wanderers, quisiera dedicar unas palabras a este equipo centenario. En sus 131 años, el decano del fútbol chileno ha ganado tres títulos profesionales, cinco, dicen ahora. Esto da un promedio de un título cada 25 años o uno cada 43, si nos ponemos puristas.
Es un cálculo mentiroso, porque el profesionalismo comenzó bastante tarde. Sin embargo, el punto que me interesa destacar es otro. Aunque la consecución de campeonatos inyecta nuevos hinchas a los clubes, no son las copas las que hacen que un equipo sea más grande y quizás el club porteño, que desde 1978 tienen un tránsito permanente entre las dos divisiones profesionales, sea un buen ejemplo.
Hay algo que genera Wanderers que lo hace cada día más popular, no sé qué es, pero tengo algunas teorías.
Esta semana, por ejemplo, como parte de las actividades por el aniversario 131, el plantel fue a conocer en vivo y en directo, la insignia gigante que se construyó hace poco en el cerro La Cruz.
Así y de un día para otro, los habitantes del plan vieron que, en la ladera del cerro, había aparecido una "S" y "W" gigantes. Se trata de una especie de "batiseñal", pero que no llamaba al caballero de la noche, sino que recuerda a los habitantes del puerto que su equipo, no debería ser otro que el decano.
Recabando más en esta historia, supe que su autor, Mauricio Lillo, es un profesor de religión que se le ocurrió hacer esto en homenaje a su fallecido padre. No tengo más antecedentes, pero veo ahí una de las claves que ha hecho que este club se convierta en algo tan popular. Para muchas familias, el decano puede ser el punto de encuentro, quizás el único.
Y es que muchos han adoptado este club por sus padres. Siendo el puerto un lugar humilde, a veces, la wanderinidad es lo único que le pueden heredar los progenitores a sus hijos, un regalo mucho más perenne que un auto o un departamento. No aporta al bolsillo, pero sí al espíritu.
Cuando conocí la historia del profesor, autor de la insignia, pensé en Kevin Costner y "Campo de Sueños". La película relata la historia de un granjero que se ve impulsado a destruir parte de su cosecha de maíz para construir una cancha de beisbol en medio de la nada, impulsado por el llamado de una voz que le repetía incesantemente: "Si lo construyes, él vendrá".
De igual forma, el profesor Lillo no solo logró conectarse con su padre, tal como lo debió haberlo hecho miles de veces hablando de Wanderers, sino que consiguió lo que parecía imposible: que los jugadores del decano llegaran hasta esa ladera para admirar una obra que partió como una locura, similar a la de Costner.
Hoy en día, varios están pensando en transformar esa marca de cal en algo permanente y que podría ser, con el paso del tiempo, algo distintivo de la ciudad. No sería extraño que, en 20 años más, los turistas quieran ir a sacarse fotos con la insignia, como sucede con el Cristo Redentor de Brasil, el obelisco de Buenos Aires o el reloj de flores de la Ciudad Jardín.
El emblema gigante no solo conectó a un hijo con su fallecido padre, con su hermano y su propio hijo, sino que ha unido a una ciudad y ha transformado la identidad inmaterial en algo concreto, que genera orgullo en los porteños.
¿Quién podría haber imaginado que esa voz que llevaba al profesor Lillo a levantarse y marcar la insignia con cal iba a generar todo esto? Ninguno, excepto Lillo. Por eso, mañana podrá decirle a sus hijos y alumnos, lo mismo que Kevin Costner en Campo de Sueños: "A veces cuando crees en lo imposible, se convierte en realidad".