Han fracasado, pero insisten
La generación que está en el poder envejeció y perdió de muy mala manera. Todo eso, mientras buscaba la fuente de la eterna juventud.
La tónica oficialista de separar aguas y mantener una poco creíble distancia con los días del estallido social, aquellos en que se validaba toda forma de violencia, pareciera tener más que ver con la inminencia de las próximas elecciones y las esmirriadas cifras en las encuestas antes que con un legítimo convencimiento de que enarbolar símbolos como el "perro matapacos", acusar a Carabineros de torturas clandestinas en la estación Baquedano del Metro de Santiago, incentivar el descontrol ciudadano, obligar a bailar a los automovilistas, propiciar la destitución del Presidente o guardar cobarde silencio ante el saqueo y la destrucción de las ciudades, fuera un error.
La lucha contra el capital, estimulada por el progresismo internacional y la izquierda local llegó a permear no sólo a los hijos de los tan vilipendiados treinta años, sino que también a las incautas nuevas generaciones procedentes del ABC1 nacional, en lo que recordó los patéticos días del Manual del Poder Joven siloísta en las postrimerías del gobierno de Frei Montalva, cuando la consigna de destruir todo lo establecido y de "matar" a los padres acabó cuando los mismos jóvenes revolucionarios pintaban más canas y gustos burgueses que ganas de seguir con su lucha. Los de ayer terminaron como directores en grandes empresas. Los de hoy, con pasantías en Londres o Barcelona, en tanto su tan alabada primera línea continúa con su aguerrida y perdida vida, tal como ese soldado japonés que encontraron escondido en la isla de Guam tres décadas después del fin de la Segunda Guerra Mundial y que no se rindió sólo porque nunca se enteró de la capitulación alemana.
"¡Hemos fracasado, pero insistimos!", dijo el propio Silo, el mendocino Mario Rodríguez Cobos, para el revival de Punta de Vacas ("La curación del sufrimiento") del año 2004, un cuarto de siglo después de que amenazaran con comerse el mundo y terminaran institucionalizados en el Partido Humanista y convertidos en algo más parecido al diputado Tomás Hirsch, expulsado de su propia tienda por haber invitado a participar de ella a la impredecible Pamela Jiles.
Y ese parece ser el punto: es cierto, el octubrismo llevó a decenas de muchachos al poder antes de tiempo, no sólo al nivel del gobierno central, sino que también en el Parlamento, la Justicia, los municipios y tantos otros espacios. Pero, lastimosamente, hoy comienzan a darse cuenta de su fracaso, lo que en sí no es un pecado, sino hasta una apreciada cicatriz en sus currículos. El problema es que insisten. E insisten porque convencieron a toda una generación de la validez de la rebelión sin sentido y hoy ellos son los que les pasan la cuenta y los desprecian hasta por renegar del "perro matapacos". Todo eso es visible hoy en los espacios más gramscianos posibles, desde el Parque Cultural de Valparaíso, la narrativa y las cuentas públicas oficialistas, pasando por las revueltas de los liceos y universidades. Buscando la fuente de la eterna juventud, terminaron por envejecer antes de tiempo. Y de la peor manera posible.