Hace un par de semanas, en una clara y marcada señal política, la alcaldesa UDI Virginia Reginato fue acompañada en su mesa durante la cena anual del Refugio de Cristo en el Sporting Club por los concejales de su partido y los tres candidatos "favoritizados" por su entorno: Carlos Briceño, quien iba a la reelección como consejero regional; Osvaldo Urrutia, aspirante a un nuevo periodo en la Cámara Baja; la diputada Andrea Molina, que asomaba como potente apuesta en el Senado, y el compañero de lista de esta última, Francisco Bartolucci.
Esa noche el exalcalde de Valparaíso y candidato a diputado, Jorge Castro, llegó un poco tarde a la cena. Un improvisado comité de recepción lo derivó a la "mesa cero", ubicada en un rincón del recinto y en la cual se sentó con otra candidata dejada de lado por el establishment municipal: la diputada María José Hoffmann. Sólo faltó el otro "exiliado premium", el incansable consejero regional Manuel Millones.
Cuento corto, Hoffmann -tras haber sido rechazada en Santiago por la dirigencia de la UDI en su frustrada apuesta por Las Condes- volvió, hizo campaña como pudo y se quedó con la primera mayoría distrital con más 34 mil votos; Urrutia las vio negras para superar a Castro por menos de 700 sufragios y Millones fue la primera mayoría en la circunscripción provincial Valparaíso 1. Molina, Bartolucci y Briceño, en tanto, quedaron fuera de carrera.
¿Qué fue lo que ocurrió? Compleja pregunta si vemos que en la presidencial Piñera marcó en Viña apenas por sobre su media nacional (37,27%), en tanto José Antonio Kast subió casi dos puntos (9,64%). Ese tremendo apoyo que muestra Kast, más los 75 mil votos regionales de la UDI en la senatorial (13,42%); los 72.905 (22,59%) del Distrito 7 y los menos de 20 mil en el Distrito 6 (5,92%), nos hablan de una derecha fracturada, que con pasmosa tranquilidad se dejó estar y hoy ve cómo el Frente Amplio levantó 3 diputados y un senador en sus propias narices y Renovación Nacional instaló dos senadores y cuatro diputados, además de 8 consejeros regionales.
No es el fin del mundo, claro está. Pero es en este punto cuando la estrategia gremialista en la zona -si es que la hay- debiera converger al trabajo de bases y al establecimiento de mecanismos que permitan, primero, dirimir entre candidatos (el caso de Francisco Orrego, quien terminó abortando su candidatura por Giovanni Calderón en el interior es decidor) y, segundo, establecer una política clara de cohesión que ponga a los dirigentes al servicio de un colectivo. Al final del día, a 26 días de la segunda vuelta, la derecha local debe dejar de mirar su reflejo y definirse entre la reivindicación pública de sus postulados y la adhesión a Piñera o la cómoda crítica en privado a la gestión política y social que se hace en Viña del Mar, en coincidencia y simpatía con Agustín Squella.
De lo contrario, como en el cuento de Alicia, corre el riesgo de quedar del otro lado del espejo, por allá en la perdida mesa cero.