La violencia en Valparaíso se ha convertido en un "tema ciudad". La violencia avanza por las calles, llega al estadio, sube por las escalas y se instala en locales públicos, muchas veces clandestinos. El último de los casos, una víctima fatal en el cerro Placeres, lo que podría estar ligado con la reyerta en el estadio Elías Figueroa, se suma a episodios anteriores en que la oscuridad se tiñe de rojo.
La violencia tiene como escenario más frecuente noches de desenfreno, consumo de drogas y alcohol y pasiones, como la deportiva, mal encausadas.
Y la violencia también se instala en los patrimoniales muros de la ciudad con odiosas consignas o rayados que ahogan los intentos de recuperación urbana y que terminan desalentando a vecinos y comerciantes amenazados por el desmadre nocturno o, derechamente, por la delincuencia.
Y cuando hablamos de patrimonio, el discurso no se puede quedar únicamente en respetables construcciones o espacios públicos, pues el principal patrimonio de la ciudad son las personas que tienen derecho a calidad de vida, respeto, seguridad y dignidad.
Los episodios de violencia con víctimas fatales ya no son una excepción. Son una triste constante que llama a una consistente reacción social, constante, dejando de lado diferencias y cálculos políticos.
Hay que acometer tareas concretas en que junto a la necesidad prevención y represión, con las inversiones necesarias, es fundamental un proceso educativo que llame a la armonía y al respeto al derecho humano básico que es la vida. Porque la violación a derechos humanos no es un condenable tema del pasado. Es un derecho que se juega día a día, noche a noche, en terreno, en las calles y plazas de Valparaíso.
Esta recuperación de la seguridad, la dignidad y el respeto en Valparaíso es una tarea concreta, de todos, que está por sobre respetables diferencias puntuales.
En esta labor de rescate, con múltiples facetas, es necesario un liderazgo, voluntad política y un reconocimiento a la gravedad del problema que está socavando el cimiento humano de la ciudad y que en concreto aleja personas y actividades y da lugar a quienes van cercando, arrinconando espacios que en algún momento fueron seguros y valiosos para la vivienda, el comercio o el esparcimiento.
Valparaíso no puede ser la capital del "haga lo que quiera"; desde rayar, ensuciar y hasta matar.
Se podría decir, con autocomplacencia, que exageramos, pero la letal suma de casos, su reiteración, justifica algo más que un llamado de alerta.
Nada se pierde, quizás mucho se gana, con una mesa de trabajo franca, abierta y ejecutiva ante esta corriente de violencia en la que hay responsabilidades por acción, omisión y hasta por indiferencia.