Armas, muertos, heridos, drogas y amenazas es la brutal realidad que marca, lamentablemente, la agenda regional en estos días. Dos personas asesinadas en una rotonda junto al Camino Internacional en Viña del Mar, cuatro heridos a bala en la población Forestal de la misma ciudad y dos dirigentes sociales también baleados en el cerro Polanco de Valparaíso, son hechos donde aparece, siniestra y dominadora, la droga.
Y por otro lado, en un caso que se acerca al ataque perpetrado por un adolescente en Puerto Montt, un exestudiante de Quilpué amenazó a una profesora y a los alumnos de un colegio a través de redes sociales, exhibiendo un arma de fuego.
En los primeros casos, en que la droga aparece como eventual protagonista, más allá de las muertes, es especialmente grave el ataque contra dirigentes sociales que han luchado, dando la cara, contra el tráfico. El hecho es delicado, pues encierra una advertencia a otros dirigentes para que "no se metan en problemas". Y son precisamente los líderes sociales -más allá de las autoridades respectivas- quienes deben contribuir con su capacidad al combate a la droga, que tiene mil frentes.
También la Policía debe seguir la pista de los baleados en Forestal, pero fatalmente chocará con aquella ley no escrita del hampa que dispone el silencio.
Ante todos estos casos se anuncia una intensificación de la labor policial, una intervención de tres días en sectores conflictivos con nuevos medios, incluyendo un helicóptero especial para vigilancia nocturna. Esta reacción oficial es oportuna, pero insuficiente no sólo en el tiempo, sino que también en cuanto al espacio. El tráfico tiene una amplia y flexible cobertura, sin horarios, en plan y cerros, cerca de establecimientos educacionales y en el entorno de lugares de carrete nocturno. Para la droga, el mercado está en todas partes y no tiene barreras sociales o económicas.
En cuanto al caso de Quilpué -broma para el abogado defensor- el protagonista es mayor de edad y proceden medidas cautelares junto a consideraciones sobre su salud mental. A la vez, es importante examinar la reacción del colegio donde se centra el episodio, buscando, más que sanciones, sacar enseñanzas del episodio estableciendo protocolos -palabra de moda- aplicables a toda la educación pues, dado el instinto casi animal a la imitación, es posible que estas situaciones se repitan.
Pero con una mirada general ante estos casos, tenemos que asumir que nos enfrentamos como sociedad a una envolvente espiral de violencia, ante la cual no podemos ni debemos acostumbrarnos, adoptando posiciones de indiferencia o resignación. Así, la reacción debe ser colectiva, coordinada y permanente.