Política y Religión: ¿Juntas nuevamente?
Juan Daniel Escobar Soriano , Académico de la Facultad Eclesiástica de Teología, PUCV
La religión y la política, casi indisolublemente unidas, comenzaron a ser un fenómeno recurrente en Latinoamérica y pareciese ser que llegó al país y a nuestra región. Esta práctica -casi abandonada- se le consideraba un ámbito de estudio de una época antigua y juntas son bastante peligrosas en la sociedad actual.
Recordemos que la separación absoluta entre política y religión encuentra su fundamento en el proceso que hoy se conoce como "secularización" y que tiene sus raíces en la Ilustración y empieza a ganar mucha fuerza en las décadas de los 60 y 70 del siglo XX.
Si bien es cierto la secularización tiene muchas definiciones, algunas no se encuentran exentas de ambigüedad. En el caso que nos ocupa la podemos entender como el proceso por el cual la sociedad se libera del control y de la tutela de lo religioso, apareciendo la autonomía de las ciencias, las artes, la política, etc. De aquí en adelante, la religión dejará de mandar, controlar e imponer para pasar a convencer, dialogar, opinar o criticar. Este proceso es considerado por la actual teología de las religiones como justo y deseable.
De todas formas, no podemos confundir la secularización, en el sentido que le hemos dado, con secularismo, que es una cosmovisión que funciona muy parecido a la religión y está en contra de esta.
En la actualidad pareciera que algunos grupos religiosos en América Latina quieren resucitar a la antigua Teología Política, la que era definida en 1871 como la "abrazada principalmente por los príncipes, los magistrados, los sacerdotes y los cuerpos de los pueblos como la ciencia más útil y más necesaria para la seguridad, la tranquilidad y la prosperidad".
En otras palabras, era una teología útil, al servicio del orden establecido donde un Presidente, ministro, intendente o alcalde encuentra una justificación teológica de la "razón de Estado" con una función ideológica de legitimar el statu quo.
En tiempos de grandes crisis, como los que estamos viviendo hoy, se eclipsa la razón y los mesianismos, oportunistas y aprovechadores comienzan a ganar dividendos. Ahora bien, esto no significa que la religión (cualquiera sea), deba privatizarse y alejarse de lo público. Con la misma firmeza que criticamos la intromisión de la religión en la política, nos oponemos a que la política se inmiscuya en la religión, tratando de ahogarla. La religión tiene derecho a presentar sus ideas, a aplaudir o criticar el sistema político imperante y que en el caso del cristianismo será desde el Evangelio.
Lo que no puede hacer la religión es identificarse con un proyecto político determinado. Ya hemos visto que cuando cae un proyecto político, el grupo religioso se hunde con la misma fuerza. Para los políticos en Chile el problema está a la vuelta de la esquina, pero la solución dependerá en gran parte de ellos y cómo aborden este fenómeno que paulatinamente está apareciendo.