Entre el dolor y la esperanza
"Debemos mejorar -y mucho- lo que tenemos. Hay, entre otras cosas, que perfeccionar la red de protección social y los servicios públicos en general y asegurar un acceso más equitativo a las oportunidades" Claudio Oliva Ekelund, Profesor de Derecho de Universidad de Valparaíso
No es imposible que de lo que hemos vivido en estos días terminen saliendo buenas cosas y debemos poner nuestros mejores esfuerzos en ello. Hoy, sin embargo, Chile -y ni qué decir Valparaíso- está peor que antes. Uno de los servicios públicos que mejor funcionaban, el Metro de Santiago, clave para la calidad de vida de millones, fue severamente dañado por obra de una violencia que en democracia no puede ser jamás justificada. Muchos negocios, oficinas públicas y hasta hogares han sido saqueados y a veces incendiados, perturbando gravemente la existencia de nuestros compatriotas. En los empeños por contener todo ello, se han vulnerado derechos fundamentales.
Estoy seguro que la enorme mayoría de nuestra población ha sentido, de distintos modos, inquietantes ecos de lo que no quiere ver repetido de nuestro pasado. Se han generado rencores y temores que probablemente nos acompañarán por mucho tiempo y que darán a los extremos políticos material del que alimentarse. La capacidad de crecimiento de nuestra economía, y con ella la de crear empleos, subir las remuneraciones y financiar las políticas sociales que tanto necesitamos mejorar, es hoy menor. Y oiremos defender muchas políticas públicas que solo empeorarían la situación de las mayorías apelando a que la calle supuestamente las ha exigido.
Restablecer el imperio del Derecho es hoy una de las indudables prioridades. Organismos públicos y privados de derechos humanos, abogados, fiscales y jueces, como también las fuerzas armadas y de orden y las autoridades civiles a las que están subordinadas, tienen un papel fundamental en ello. Enseguida, junto con seguir perfeccionando nuestras instituciones democráticas, debemos respaldarlas sin titubeos. Debe reconocerse que la conducción política del país corresponde al gobierno que fue elegido con pulcro respeto a las reglas de nuestra democracia y que, aunque sin duda hay que escuchar a tantos como sea posible en los debates que se vienen, el centro de la deliberación pública es el Congreso Nacional, por muchas críticas que nos merezcan.
Por último, es necesario que los muchos políticos serios que hay en nuestro país resistan las tentaciones populistas y defiendan con claridad las políticas públicas que honestamente crean mejores para el bien común. Escucharemos un conjunto de demandas imposibles de satisfacer a la vez. Priorizar entre ellas y seleccionar los medios más apropiados para abordarlas será decisivo. Hay que recordar que, aunque en nuestro país hay muchas carencias e inequidades por resolver, Chile ha progresado en las últimas décadas como nunca antes en nuestra historia y como ningún otro país de Latinoamérica ha hecho en época reciente, incluyendo una drástica reducción de la pobreza y un generalizado aumento de la esperanza de vida. Debemos mejorar -y mucho- lo que tenemos. Hay, entre otras cosas, que perfeccionar la red de protección social y los servicios públicos en general y asegurar un acceso más equitativo a las oportunidades. Pero hay que hacerlo sin tirar por la borda lo que tanto nos ha hecho avanzar.
Aún el estiércol sirve de abono para producir los frutos más deliciosos. Y eso es lo que debemos comprometernos a intentar.