La construcción de un país para todos
Si la discusión constituyente comienza por la exclusión de las minorías, por Dios que no hemos aprendido nada de este Plebiscito. Ya hemos visto cómo algunos sectores, entre ellos los que incluso ni siquiera suscribieron el acuerdo del 15 de noviembre, han intentado hacer suyo el triunfo ciudadano y hoy llaman a excluir a quienes no piensan como ellos.
Una vez apagados los focos y pasada la resaca de los festejos por el triunfo de las opciones Apruebo y Convención Constitucional en el Plebiscito del último domingo, Chile y la Región de Valparaíso se encuentran en un punto de inflexión respecto del futuro largo de nuestro país, cuyos alcances parecieran no haber sido sopesados ni comprehendidos a cabalidad.
Preocupa, en primer lugar, la caricaturización y el ninguneo a aquella minoría -superior al 20% de la población- que votó por la alternativa del Rechazo. Prueba de lo primero es la clara estigmatización de tres comunas del sector oriente de la capital, donde se impuso esta opción, hoy apuntados con el dedo y acusados de ser la terquedad hecha carne de la resistencia a los cambios sociales y del acaparamiento, no solo de los recursos económicos, sino también del poder, la moral y otras garantías. Incluso ya cuenta con un eslogan ("No eran treinta pesos, sino tres comunas") y con detalles tan llamativos como el vocero de Gobierno, Jaime Bellolio, asegurando no residir en ninguna de las tres comunas en cuestión en un contacto con el matinal de Chilevisión durante el día de ayer. Para qué hablar del impresentable y racista ninguneo al cual han sido sometidos los aymaras de Colchane en redes sociales.
La democracia, como también dice el propio Bellolio, precisamente consiste en hacerse cargo y defender a las minorías, sean éstas políticas, sexuales, raciales, culturales o de cualquier disenso que pueda existir en nuestra sociedad.
Por lo mismo, la construcción de un mejor país, para todos y para todas, no puede comenzar bajo la premisa de la exclusión. Necesariamente, ciertos partidos políticos, facciones, organizaciones civiles y mentalidades de toda índole pondrán su cuota de opinión en la nueva Carta Fundamental, la cual -como ya ha sido dicho hasta el hartazgo, pero no necesariamente escuchado- no solucionará los problemas de un día para otro ni acabará con la desigualdad y la carga cultural que arrastramos.
Dicho eso, quizás un buen camino sea partir por casa, por cada una de nuestros barrios, comunas y provincias regionales. Ya hemos visto cómo diversos sectores, entre ellos los que incluso ni siquiera suscribieron el Acuerdo por la Paz del 15 de noviembre, han intentado hacer suyo el triunfo ciudadano y hoy llaman a excluir a quienes no piensen de la misma forma.
La historia nos dice que una historia similar ocurrió después de las primarias ciudadanas para las municipales de 2016, levantadas por un cúmulo de organizaciones civiles que consiguieron desafiar a los partidos políticos tradicionales y que luego debieron aceptar cómo el municipio que soñaban construir fue capturado por operadores políticos y cercanos al alcalde, mientras ellos se quedaban mirando desde el otro lado del escaparate.
Ojalá hayamos aprendido la lección.