"El mito de clase ha sido el más arraigado en la idea de lo que es un viñamarino"
Eso a pesar de que "hace rato la pluralidad se hizo visible" y la ciudad no está al margen de las complejidades expresadas en las demandas sociales. La escritora también acusa falta de conservación arquitectónica y puesta en valor de de ciertas zonas donde "todo es abandono".
Aunque las mitologías se renuevan con el tiempo, el mito de clase ha sido el más arraigado en la idea de lo que es un viñamarino, sostiene la escritora y diseñadora gráfica Catalina Porzio de Angelis (1979), autora de Viñamarinos. Aburridos, excéntricos y decadentes (Laurel), quien cinco años después de la aparición de su comentado libro repasa el momento de la ciudad y sus habitantes, desde una aguda percepción forjada a fuerza de años de investigación y lecturas que cristalizaron en esa obra.
Descrito como "una mirada tan cariñosa como crítica a los mitos y las habladurías de una ciudad que ha estado siempre muy orgullosa de sí misma" y como una historia freak de la ciudad, a través de perfiles de sus habitantes más famosos y controvertidos, desde Carlos Pezoa Véliz, Gustavo Wulff y Blanca Vergara hasta el veterano de Vietnam Arthur Ariztía y el Charles Bronson chileno, su autora admite que integra el coro de los que cada año se quejan molestos por la irrupción de veraneantes, pero que igual se queda en Viña, porque su relación con la ciudad "es tan ambivalente como los sentimientos que se pueden tener hacia la familia".
Las viñas no se veían y el mar estaba lejos
- A propósito de Viñamarinos. Aburridos, excéntricos y decadentes, Roberto Merino afirma que "todas las ciudades producen y reproducen su mitología". ¿Cuál sería la mitología de Viña del Mar?
- Me gusta pensar que Viña encarna una especie de mito fundacional -algo así como una primera mentira- si consideramos las observaciones jocosas que hizo Edwards Bello para explicarse el nombre de la ciudad. En esa época, a poco tiempo de haberse fundado, las viñas no se veían por ninguna parte y el mar estaba lejos de interesar como balneario, era más bien un paisaje lejano, a espaldas de las primeras casas que se levantaron. Desde entonces los sucesivos motes que le han sido impuestos en distintos períodos consignan un tipo de ciudad, un poco real un poco inventada, que se impone al imaginario colectivo: las consabidas fórmulas "ciudad-balneario" o "ciudad-jardín" rematando con el eslogan "ciudad bella", cuando la explosión inmobiliaria y el amontonamiento de centros comerciales en lo que antes eran pequeños barrios obreros, apenas deja una que otra casona siempre a punto de ser borrada. Ni hablar del último intento por convertirla en la "ciudad del deporte". O sea, todo es posible. Con respecto a la frase de Merino, es cierto que muchas ciudades conservan un acervo histórico -real y ficticio- que las caracteriza, y en el caso de Viña me imagino que la mitología se produce en las fabulosas tensiones que se han dado entre ese modelo aristocratizante y los personajes que han renegado o torcido ese destino, enriqueciendo la memoria.
- María Luisa Bombal la extrañaba en EE.UU. y tenía "fe absoluta que el Viña del Mar de mis días me alienta, vive y vivirá siempre", pero Lemebel fue caústico: "El tiempo en la ciudad jardín nunca pasa porque en ese invernadero marino nunca pasa nada". ¿La diferencia la hace pertenencia, la época?
- María Luisa Bombal en una crónica escrita a distancia, viviendo en Estados Unidos, asegura que con los ojos cerrados sabría reconocer la ciudad de su infancia y, claro, aunque sea una idealización del pasado, como tal no deja de ser genuina. La misma Bombal, cuando al final de su vida volvió a instalarse en Viña del Mar, cambió completamente su perspectiva de la ciudad en la cual "los ángeles se parecían a nuestras primas mayores", convertida "en algo tan absurdo como una novia muerta". Pero no olvidemos que la ciudad que veía perdida rimaba con el declive de su propia existencia. Ahora, la experiencia y el imaginario de Lemebel no tienen nada que ver con Viña. La ciudad chillona y arribista de la que habla en sus crónicas, con el Festival de la Canción en primera línea y "la insignia ordinaria" del Reloj de Flores en calidad de monumento internacional, era un reducto heredero de los peores años de la Dictadura. Nada más opuesto al zanjón de la aguada y a los personajes que poblaron su infancia como el Chute mojón o el Caca seca.
Historias de pitucos y extranjeros
- ¿Hay un cuestionamiento de clase cuando Lemebel dice que "la calle Valparaíso es el bulevar siempre concurrido, siempre chismoso en el cotorreo jaibón de las viejas con perro y empleadas con uniforme almidonado llevándoles los paquetes"?
- Por supuesto. Volviendo a la respuesta anterior, esas impresiones de Viña entre los años ochenta y noventa corresponden a un período bien decadente en que las brillantinas de la fiesta veraniega y el progreso económico titilaban a la par de un conservadurismo acérrimo. Aunque las mitologías en cierta medida se vayan renovando con el tiempo, el mito de clase ha sido el más arraigado en la idea de lo que es un viñamarino.
- ¿Por qué cree que ocurre así?
- Digamos que la ciudad en un principio tuvo dueños, los Vergara; y doña Blanca Vergara fue una especie de señora feudal que infundía tanta admiración como terror. Ellos activaron un primer asentamiento a su medida, entregando terrenos para ser ocupados en torno a la Quinta ateniéndose a ciertas normas, un barrio GCU. Después están los cientos de historias de pitucos y extranjeros que llenaron las páginas sociales de revistas como Sucesos o En Viaje en la primera mitad del siglo XX. Circulaban definiciones sobre lo que era un viñamarino o una viñamarina: un cuerpo, una actitud. Todo eso se arraigó con mucha fuerza y aunque las condiciones de vida se fueron modificando, hay un residuo de esa fantasía que no se va. Una caricatura -simplista pero nada lejos de la percepción a la que me refiero- la hicieron en la teleserie Cerro Alegre, separando alevosamente las clases sociales: lo popular acontecía en Valparaíso y lo cuico en Viña.
Una relacióm ambivalente
- Al parecer, la aproximación de amor-odio a la ciudad es de larga data. Usted misma admite haber pasado veranos quejándose mientras las playas bullen de gente, pero siempre se queda, cosa más frecuente aún en los vecinos del borde costero…
- Bueno, un amigo se reía de mí diciendo que en mi adolescencia fui precursora de los emo, así que mis quejas en esa época probablemente trascendían el lugar que habitaba. Pero sí sostengo que la relación que se da con la ciudad que uno ocupa -y en mi caso a la que pertenezco por insistencia- es tan ambivalente como los sentimientos que se pueden tener hacia la familia. A pesar de las contradicciones sentimentales yo no sabría vivir en otro lugar.
- En esa línea, en su libro "Lugares sagrados" Agustín Squella se declara hombre de dos ciudades: Viña del Mar donde habita, y Valparaíso, donde vive. Y desde hace cinco años ha sido uno de los más duros críticos del estado de la primera.
- No conozco bien a lo que apunta Squella en su libro, pero sigue existiendo esa concepción dual entre Viña y Valparaíso que alguna vez se determinaron como "ciudad dormitorio" y "ciudad escritorio", respectivamente. En las mañanas el taco en la avenida España es hacia Valparaíso y en las tardes es justo al revés, entonces algo de esa diferencia en las maneras de ocupar las dos ciudades sigue vigente. Personalmente no sería capaz de hacer ese distingo, básicamente porque vivo y habito en Viña. De todas maneras, tiendo a pensar que radicalizar una postura -a favor o en contra- frente a cualquiera de las dos ciudades es un poco cliché. Las dos tienen tantas gracias como desgracias.
- Bombal de nuevo: "Esparcidos por el ancho mundo, gente de Viña del Mar, nativos como yo, sienten el perfume lejano, oyen su melodía nocturna y cultivan en secreto su nostalgia". ¿Es lo que califica como solemnidad y autocomplacencia en la revisión que se hace de Viña?
- He oído a rosarinos (Argentina) extrañar con suma nostalgia los bichitos de luz, la humedad del verano y el olor a hojas quemadas o el asado y la conversación nocturna, y no me parece que ese tipo de recuerdos o añoranzas sean solemnes ni orondas. La mirada autocomplaciente de la que podría quejarme -o reírme- sería la de insistir en perpetuar una suerte de pedigrí social, eso que por ejemplo han llamado la belle époque; pero han pasado muchas otras voces que amplían la perspectiva, la desarman y complejizan. La bibliografía con que armé Viñamarinos es una muestra de ello.
La revisión que se hace de Viña del Mar apegada a los ritos y costumbres elitistas empezó a resquebrajarse mucho antes del año pasado, y a enriquecerse también. La enorme cantidad de personas que marcharon llenando la Avenida España es un signo que no puede perderse de vista".
Aunque las condiciones de vida se fueron modificando, hay un residuo de fantasía que no se va. Una caricatura -simplista pero nada lejos de la percepción a la que me refiero- la hicieron en la teleserie Cerro Alegre, separando alevosamente las clases sociales: lo popular acontecía en Valparaíso y lo cuico en Viña".
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