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Y agrega: "En esa misma histórica edición hay una entrevista sobre las obras del Camino Plano (avenida España), otro proyecto importantísimo para facilitar la unión entre Valparaíso y Viña, extensamente retrasado. Y así, si avanzamos en las décadas, volvemos a ver una y otra vez noticias sobre problemas endémicos de la ciudad: basura, perros callejeros, etcétera. Resulta preocupante, eso sí, que hoy, en pleno siglo XXI, sigamos viendo obras importantes detenidas, como los estacionamientos subterráneos de plaza O'Higgins, la restauración de la escuela Barros Luco, la construcción del centro de neurociencia en Barrio Puerto y otras más. En otras épocas, las grandes obras públicas convirtieron a Valparaíso en la principal ciudad del país y una de las más importantes del continente. Hoy, tristemente, brillan por su ausencia.

- Incluso en su trigésimo aniversario, en enero de 1951, una nota de opinión afirmaba que Valparaíso era "una ciudad en decadencia". Visto hoy, ¿es un proceso que no tiene vuelta?

- Tiene, a mi juicio, idas y retrocesos. Para mediados del siglo XX Valparaíso aún sufría la pérdida de la supremacía portuaria y aquello solo se acentuaría en las décadas siguientes, arrastrando toda una forma de vida ligada al Puerto. Pero también Valparaíso ha vivido importantes recuperaciones. Nadie puede negar que el Valparaíso del 2000 era más limpio, más desarrollado y probablemente más seguro que el de los '80, y que gracias a la nominación de la Unesco la ciudad vivió un auge interesante, con un importante desarrollo turístico, cultural y educacional. También que en los '90 se inició un proceso para mejorar las condiciones de vida en los cerros que, con sus bemoles, dotó de mejores condiciones básicas a los habitantes. Sin embargo, es innegable que hoy la ciudad pasa por uno de sus momentos más oscuros y preocupantes. El plan de la ciudad está en un estado francamente lamentable; el comercio, trama social esencial de este puerto, está desintegrado y sobreviviendo a duras penas; el narcotráfico acecha a los vecinos honestos en nuestros cerros; y la delincuencia y el desamor por la ciudad y sus habitantes se perciben con mucha nitidez. ¿Tiene vuelta? Yo diría que sí, quiero creer que sí, aún hay mucha gente, instituciones, que sienten (sentimos) un amor profundo y leal por Valparaíso y quieren sacarlo adelante. Pero detener la decadencia requiere algo más que puro voluntarismo. La Estrella desde siempre ha tomado posición en favor de Valparaíso, en distintos temas, y en esto también estamos convencidos de que hay que sacar a la ciudad de esta decadencia y reencauzarla en una senda más positiva.

FORJADORES DE UN SELLO

-De las personas que han formado parte de la vida de La Estrella, y sabiendo de antemano que alguna omisión puede constituir una injusticia, ¿a quiénes destacaría por su aporte y sello indeleble en la misión del diario?

- Hablaré "de oídas" y de mi propia experiencia. Nunca lo alcancé a conocer, pero me dedico mucho a hablar con los periodistas de antaño y todos coinciden en destacar a Leopoldo Tassara como un gran director, un hombre creativo y bajo cuya dirección La Estrella vivió una época de esplendor, con la creación de numerosos suplementos y productos que fueron sumamente exitosos. Tassara, además, era un gran columnista y desde que tengo memoria leía sus textos firmados como Tizio en La Estrella. A Tassara no alcancé a conocerlo, pero sí a Julio Hurtado, quien fue director entre el '79 y el '86. En años difíciles, don Julio reforzó en La Estrella su carácter noticioso, de primicia, que lo hacía un producto casi necesario para los lectores. La circulación se elevó a niveles notables y, al igual que su antecesor, innovó con productos, suplementos, secciones, columnistas, etcétera. De mi época en el diario, no puedo dejar de nombrar a Alfonso Castagneto, uno de los últimos directores de "antaño", con quien alcancé a trabajar cuando ingresé al diario. Un hombre culto y amante del arte que tenía claro que ser un diario popular no significaba dejar de lado la cultura. Por el contrario, bajo su dirección florecieron la crítica de arte y las maravillosas crónicas de Sara Vial, Carlos Lastarria y otros, muy valoradas por nuestros lectores. Y por último, mi gran maestro de periodismo, mi padrino profesional y amigo, Jayme González Frey, exjefe de Informaciones de La Estrella, quien pulió mi carrera. Una gran combinación de "chispeza", como diría Gary Medel, objetividad, coraje y sapiencia que transmitió a todos los equipos que se formaron bajo su liderazgo en La Estrella.

- Estos han sido meses duros y exigentes para todas las actividades. ¿Cuáles han sido en su opinión los momentos más difíciles del diario y cómo han logrado superarlos?

- El incendio del edificio de calle Esmeralda fue un golpe fuerte para nuestro equipo y para todos los trabajadores de la empresa El Mercurio de Valparaíso. El día del ataque hubo personas en peligro y perdimos nuestro lugar de trabajo, y eso nos afectó sobre todo emocionalmente, pues los diarios igualmente salieron a circulación y se siguieron haciendo por todos estos meses, bajo distintas condiciones. La pandemia significó un proceso de adaptación al teletrabajo, pero creo que no ha afectado nuestros contenidos ni a nuestros lectores. Eso sí, el confinamiento obligatorio nos pegó muy fuerte en algo que nosotros valoramos mucho, que es la venta de ejemplares en las calles. La Estrella no es un diario de suscripción, es un diario que se elige y se compra día a día, y tener a nuestros lectores confinados en casa, y a muchos suplementeros sin trabajar, nos afectó significativamente. Nuestra circulación hoy se ha recuperado, pero la crisis económica de la pandemia ha dejado heridas y cicatrices profundas. Al igual que muchas empresas del área periodística, hemos debido afrontar dolorosas desvinculaciones en los últimos meses. El tremendo compromiso del equipo con La Estrella es nuestra fortaleza.

Los hitos de un siglo

- Ahora que La Estrella cumple cien años, ¿cuáles diría que son sus grandes hitos?

-A vuelo de pájaro, debería mencionar tres hitos importantes en su historia: la adopción del tamaño tabloide, que es su característica, en 1925 (antes circulaba en tamaño estándar, como un Mercurio de Santiago actual); la incorporación de las mujeres a inicios de los '70, con el cambio de sistema de impresión; y el cambio de vespertino a matutino, en 2006, que representó una nueva forma de trabajar. Desde el punto de vista noticioso, hay algunos hitos importantes también. Por ejemplo, la cobertura del fusilamiento de los sicópatas de Viña en 1985 -la última ejecución de la pena de muerte en Chile-, cuando La Estrella sacó una doble edición, una temprano en la mañana y otra en el horario vespertino. Esta última incluía las históricas ilustraciones de Rubén Bastías, quien dibujó todo el proceso, pues no estaban permitidas las cámaras fotográficas ni de televisión. También recuerdo el terremoto del 2010, cuando la edición de La Estrella del 27 de febrero, que llevaba una portada de Arjona en el Festival, no pudo ser impresa. Ese sábado llegamos en la mañana un grupo de periodistas y armamos una edición improvisada, de solo 16 páginas y con un tiraje reducido, pues la rotativa había tenido problemas. Se agotó en minutos. Más dramática fue la cobertura del megaincendio de abril del 2014, que nos marcó mucho desde el punto de vista humano. Titulamos por semanas seguidas con esa noticia dantesca, pero día a día los periodistas volvían a la redacción demolidos de ver tanto sufrimiento en terreno. Con Carlos Vergara, entonces director de La Estrella y actual director de El Mercurio de Valparaíso, conocimos a una señora en Las Cañas que lo había perdido todo, su casa y las de otros familiares. Lo que más lamentaba era haber perdido su colección de Genovevas. Nos dolió mucho esa vivencia, pues nos hizo ver de forma dramática lo importante que era el diario para nuestra comunidad y la altura y responsabilidad que nos imponía nuestra tarea de informar.

- ¿Y sus principales desafíos de cara al futuro?

- El desafío principal, creo, será buscar la fórmula de llegar las nuevas audiencias, aquellas que ya no tienen tan internalizado el hábito de informarse a través de los medios de comunicación. Yo tengo la tranquilidad de que La Estrella ha cimentado una comunidad lectora muy extensa y fiel a lo largo de la historia, pero incorporar nuevos lectores a esa comunidad es una tarea particularmente compleja hoy, cuando los medios enfrentan una enorme competencia en el ámbito de la circulación de información. ¿Qué haremos para que jóvenes que no están habituados a leer diarios, o a informarse por la radio o la televisión, elijan nuestros medios en el futuro?

"Es innegable que hoy Valparaíso pasa por uno de sus momentos más oscuros y preocupantes. ¿Tiene vuelta? Yo diría que sí, quiero creer que sí".

" La Estrella es un diario que se compra día a día, y tener a nuestros lectores confinados en casa y a muchos suplementeros sin trabajar, nos afectó significativamente".

Divulgación cultural e histórica

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- ¿Qué la impulsó a formar equipo con Carlos Lastarria para emprender sus dos libros sobre pintores porteños ? -Con Carlos Lastarria compartíamos intereses y las ganas de sacar a la luz historias que se iban diluyendo en el tiempo. El primer libro, sobre Jim Mendoza McRay, estuvo motivado por nuestra extrema curiosidad acerca de la particular historia de este pintor genial y marginado, y también por la mutua admiración por su obra casi olvidada, pero que retrataba un Valparaíso que también se perdía en el tiempo. De allí vino, La Generación Porteña. Queríamos de alguna forma hacer justicia con una generación entera de artistas injustamente olvidada. - ¿Y a indagar la historia de la Ballenera de Quintay para plasmarla en otro libro? - El libro salió de las largas conversaciones que teníamos con Lastarria. Llegamos a la conclusión de que la historia que conocíamos no hacía justicia con una época breve, pero singular de nuestra historia. A muchos les pasa lo que a nosotros: que uno llega, recorre la caleta, el museo y se va con la sensación de que algo se escapa. Así, empezamos a investigar y pronto nos dimos cuenta de que la ballenera de Quintay, culturalmente, era lo más parecido que teníamos a los campamentos del salitre o del carbón; que había una inmigración olvidada en esa zona; que su historia se relacionaba con pretéritos conceptos de progreso en un país en pleno derrollo, a mediados del siglo XX.