Comenzando el año con los vinos Vircan
Por Marcelo Beltrand Opazo
Es inevitable pensar en este inicio de año y querer que sea distinto, más aún cuando seguimos viviendo la pandemia, seguimos con restricciones y limitaciones de todo tipo. Es inevitable desear que este año podamos hacer la vida, quizá no como antes, pero sí con todos los aprendizajes que hemos hecho. Porque, sin duda, hoy tenemos un saber que antes no teníamos. Poseemos un conocimiento de nuestro entorno y de nosotros mismos que antes no teníamos. El saber como práctica de los quehaceres. El saber como fuente y motor del avance del hombre. Escribo esto y pienso en el filósofo Michel Foucault, que dice en uno de sus libros que lo propio del saber no es ni ver ni demostrar, sino interpretar. ¿Pero cómo interpretamos y con qué herramientas y capitales culturales? Me pregunto y pienso en ello y su aplicación al mundo sensorial, y en particular al mundo del vino, en el conocimiento acumulado en la elaboración de vinos, sobre las cepas, sobre los aromas y sobre el consumo. Entonces, interpretamos y evaluamos con la información que tenemos. Por lo mismo, entre más información, entre más conocimiento se tenga, mejor se interpreta.
Desde allí, no puedo dejar de preguntarme sobre el redescubrimiento de la cepa Carménère en Chile. Conocemos su origen y su historia; conocemos algunos resultados de vinificación y cultivo en distintas zonas de Chile; y conocemos, también, la valoración que de ella hacen los propios consumidores.
Por tanto, podemos interpretar todo este saber como una oportunidad, oportunidad de instalar nuevos conocimientos en torno a esta cepa singular y que aún tiene tanto que decirnos. Oportunidad de disfrutar de vinos originales y distintos. Más aún, cuando fue la casualidad la que nos llevó al Carménère. La casualidad, ese componente casi mágico que ha estado presente a lo largo de la historia.
Entonces, de la cepa Carménère sabemos que es una cepa francesa muy antigua y se cree que muchas otras cepas provienen de ella. Los orígenes están en la región del Médoc, en Burdeos, donde ya no quedan vides de Carménère producto de la plaga de filoxera entre 1860 y 1897. En Chile, la cepa fue descubierta en 1994, por el ampelógrafo francés J.M. Boursiquot, acompañado del enólogo chileno Philippo Pszczolkowski, en los viñedos de la Viña del Carmen, en Alto Jahuel. Desde ese día, la cepa ha tenido diversas versiones en su resultado final. Al inicio se podían encontrar vinos con notas muy verdes. Luego, al ser plantadas en suelos diversos, se descubrieron aromas más complejos y se evitó la nota piracínica, dando paso a una paleta aromática más cercana al chocolate, trufa y tierra seca.
Como ejemplo de lo que digo, quisiera recomendar el Carménère del año 2015, del Valle del Maipo, de la Viña Vircan, viña boutique. Este vino es de un rojo rubí con tonos violeta, intenso. Al hacer la olfacción encontramos unas notas sutiles a caramelo, violeta, fruto negro y ciruela, unos aromas secundarios a plátano y algo de aromas terciarios, como cacao y humo. Un vino complejo en nariz. Y en boca es atractivo, de taninos sedosos, redondo, muy bien estructurado. Un vino persistente en boca con un largo final. En fin, un vino que hoy es un excelente representante de la cepa. Un vino gastronómico que puede ser el maridaje perfecto para carnes, pero también para guisos bien sazonados.
Si el saber no es ni ver ni demostrar, sino interpretar, como dice Foucault, hoy podemos hacer una interpretación de esta cepa con conocimientos y saberes que se han acumulado durante estos años, podemos hacer interpretaciones distintas a las que se hacían hace 20 años. Por lo mismo, hoy podemos disfrutar de un buen Carménère sabiendo que ya ha evolucionado, que ya ha sido probado en distintos terroir.
"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos", dice Jorge Luis Borges. Y es a ese museo que cada uno posee al que tenemos que recurrir para interpretar, para comprender el mundo, hoy más que nunca.