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Quórum 2/3: ¿oportunidad o fatalidad?

Profesor Escuela de Derecho Universidad de Valparaíso "El diseño del proceso introduce elementos que alteran la igualdad de condiciones de negociación entre las facciones de la Convención". "Las próximas elecciones de abril estarán marcadas por una serie de aspectos inéditos que pueden inclinar la balanza inesperadamente". Pedro Fierro Director de Estudios de P!ensa y Académico UAI
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Al proceso constituyente, desde su concepción en el denominado Acuerdo por la Paz Social y Nueva Constitución del 15 de noviembre del 2019, le acompaña una polémica: el quórum del voto de 2/3 de convencionales para la aprobación de las normas de la nueva y futura Constitución. Sus detractores esgrimen que aquello otorga un poder de veto a la minoría, la cual normalmente coincidiría con aquella que desea mantener el orden establecido, por lo que habría incentivos al bloqueo antes que al avance constitucional. Siendo, por consecuencia, una regla profundamente antidemocrática ya que impediría a una amplia mayoría social plasmar sus acuerdos y consensos.

Sin embargo, sus defensores retrucan señalando que, tratándose de la creación de las nuevas bases fundamentales de la instituciones políticas y económicas de la República, es del todo necesario que el pacto social goce de la estabilidad suficiente para soportar las inclemencias del clima político y social, que, naturalmente, acompaña a la discusión pública legislativa. Y solo una Constitución que nace de un amplio consenso es capaz de convertirse en un referente de unidad política y social con suficiente fuerza centrípeta.

De otra parte, algunos han morigerado la crítica al quórum, señalando que aquella lógica de bloqueo tendría un efecto distinto dentro del espacio del debate para un nuevo texto constitucional, pues, el proceso se desarrollaría desde una hoja en blanco. Por lo que, en caso de no haber acuerdo para incluir una materia en la Constitución el efecto propio sería que aquella pasaría a ser discutida dentro del proceso de formación de la ley y, por ende, sujeta a la regla de la mayoría. De forma tal que no sería útil mantener una actitud de trinchera en el debate constitucional.

La razón sobre esta discusión no se encuentra completamente en ninguna de las posiciones. Se trata de un asunto poliédrico integrado por cada una de las aparentes posiciones contradictorias. Dicho en forma más prosaica: cada una aporta una parte de la verdad.

Sin embargo, esa afirmación funciona solo en la teoría porque llevada al contexto de las reglas del juego aprobadas para el proceso constituyente, por reforma constitucional a la Constitución vigente, el quórum genera algunos problemas serios.

Efectivamente, el diseño del proceso introduce elementos que alteran la igualdad de condiciones de negociación entre las facciones que se formarán en la Convención constitucional. Uno de aquellos, del cual se ha comentado muy poco de cara a la ciudadanía, es que en el último inciso del artículo 142 se indica que si en el plebiscito de salida la ciudadanía rechaza el proyecto de constitución presentado por la Convención seguirá vigente la Constitución de 1980. Dicho precepto, claramente, echa por tierra, o, por lo menos, relativiza bastante la idea de que el proceso constituyente comience desde una hoja en blanco, pues tras bambalina está omnipresente la Constitución actual, lo que juega a favor de aquella minoría, o tercio conservador ya que tendrán incentivos para bloquear o entorpecer al trabajo de forma tal que lo presentado a la ciudadanía se halle lejos de sus expectativas.

A lo anterior se suma el que las facciones socialdemócratas y de progresismo social no lograron superar sus diferencias para ir en listas únicas electorales, a diferencia de la derecha política, haciendo altamente probable que esta obtenga una sobre representación de escaños, incluyendo grupos reacios a cualquier cambio.

Frente a un escenario de ese tipo y si realmente hay un genuino sentido de llevar a buen puerto el proceso se requerirá del abandono de los maximalismos y de ciertos discursos de fantasía constitucional, encaminando el proceso hacia acuerdos sobre temas medulares (organización del Estado y derechos fundamentales), dejando para la discusión legislativa aquellos otros más divisivos como son los relacionados con la justicia distributiva de los recursos sociales sin perjuicio de que se puedan incluir principios rectores del orden económico-social.

Transitar por esa senda abre la oportunidad para la regeneración de las condiciones del diálogo y entendimiento democrático. De lo contrario, el atrincheramiento y los maximalismos, ante un escenario en que nadie tendrá asegurado los dos tercios, puede transformarse en una verdadera fatalidad para nuestra ya bastante maltrecha institucionalidad.


¿Quién ganará las elecciones?

Sea cual sea el momento, esta es la gran pregunta que se repite sistemáticamente en cada uno de los comicios que se celebran en nuestro país. Algunos analistas-desde siempre-se han atrevido a sugerir porcentajes y ganadores, apostando por coaliciones en función de encuestas y datos previos. Para otros, sin embargo, resulta bastante arriesgado siquiera esbozar una respuesta.

Independiente de la postura que se tome frente al fenómeno, la "política ficción"-por llamar de algún modo al ejercicio de predecir estos eventos electorales-se ha transformado en un área tan atractiva como peligrosa. Atractiva porque la incertidumbre es alta y lo que está en juego es esencial. Y peligrosa porque las consecuencias democráticas de la actividad pueden ser más que relevantes. Por más erradas que resulten las predicciones de los distintos expertos, lo cierto es que todas ellas pueden impactar de manera significativa en el resultado final del proceso. Esto no es para nada nuevo, ningún candidato cree en las encuestas, pero todos quieren aparecer en ellas. No necesariamente para confirmar diagnósticos, sino que también por los efectos políticos y electorales que se desprenden de "estar en la carrera". En este sentido, los estudios demoscópicos y los análisis electorales no funcionan solo como fotografías de la realidad, sino que también como herramientas y acciones de campaña. Las declaraciones de los analistas, por tanto, no solo deben ser entendidas en su dimensión predictiva, sino que también en su función generativa (la realidad que van creando).

Pero aceptar la dificultad técnica y política de predecir resultados no significa que no podamos constatar ciertos hechos. El primero de estos se relaciona con que la derecha parece haber entendido mejor el sistema con el que se escogerán a los futuros constituyentes (para ser sinceros, quizás la izquierda lo entendió igual de bien, pero sus luchas internas y sus individualismos le impidieron aprovecharlo). En base a esto, uno intuiría que el conglomerado oficialista corre con ventaja, lo que podría transformarse en un verdadero balde de agua fría para aquellos que siguen viviendo en la ilusión de que el 78% del apruebo implicaba un voto de oposición a la coalición gobernante.

Un segundo hecho cierto es que las listas de independientes fuera de pacto entendieron poco o nada de las reglas del juego. ¿Eso quiere decir que les va a ir mal? Pues no, pero sí que sus probabilidades de éxito se equiparan a la de aquel entusiasta velocista que pretende ganar el mundial de atletismo compitiendo con traje y mocasines. ¿Imposible que lo logre? No, aunque bastante improbable.

Pero aún cuando conozcamos (y compartamos) estos hechos ciertos, sigue siendo difícil aventurarse con resultados. De modo especial, las próximas elecciones de abril estarán marcadas por una serie de aspectos inéditos que pueden inclinar la balanza inesperadamente. Las correcciones al sistema proporcional-por paridad de género y por pueblos originarios-son solo un ejemplo de los elementos novedosos en la ecuación. Así mismo, por primera vez mezclaremos de forma tan evidente cargos locales (alcaldes y gobernadores) con cargos nacionales (convencionales), lo que podría afectar de forma sorpresiva en la participación. A esto debemos sumar el efecto pandemia, la vacunación y la fragmentación de la elección en dos días. ¿Votarán los mayores igual que siempre? ¿Influirá el miedo al contagio en las semanas más críticas desde que empezamos con la crisis sanitaria? ¿Tendrá algún rol la sensación de seguridad que provoca el proceso de vacunación exitoso? Ninguna de estas preguntas es de fácil respuesta, y todas ellas resultan relevantes a la hora de predecir o comprender lo que sucederá.

Entonces, ¿quién ganará las próximas elecciones? La respuesta es la que todos queremos dar, pero la que nadie quiere escuchar: Imposible saberlo. Siendo conservador, uno podría sugerir que la participación será similar a la de los últimos años (en torno al 40%) y que las fuerzas políticas debiesen estar más o menos equilibradas (con la derecha en torno a un 40%). Todo lo demás sería una sorpresa. En esa línea, no queda más que celebrar y valorar los esfuerzos que se han realizado a la hora de comprender y predecir lo que se nos viene. Pero al mismo tiempo, se hace necesario que leamos estas propuestas con cautela y beneficio de inventario. Después de todo, el único análisis interesante será el que se haga con el diario del lunes.

Dr. Carlos Dorn Garrido