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El incierto viaje de retorno

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Una cosa era partir y la otra poder regresar. Interrogante de los grandes viajes de exploración. Fue el caso de Magallanes, que zarpó con sus cinco naves desde Sevilla, pero murió en abril de 1521 en una batalla considerada como inútil en Filipinas. Ganó la del Estrecho, pero perdió la vida y no pudo retornar al puerto desde donde zarpó. De su bien equipada flota, con 260 tripulantes, solo retornó una destartalada nave con 18 casi agonizantes marineros.

Años antes, Colón tuvo mejor suerte. Retornó tras cuatro viajes, pero cargado de problemas y en algún momento de cadenas acusado de faltar a las disposiciones reales.

Los astronautas o cosmonautas tienen más garantías de retorno que aquellos aventureros del pasado, y de un pasado no muy lejano.

Ahí tenemos a nuestro teniente Bello, Alejandro Bello Silva, que inició vuelo desde Lo Espejo en su frágil avión, casi un juguete, el 9 de marzo de 1914, en dirección a Cartagena. Era un día lunes y el oficial salió por segunda vez "a cumplir con el circuito reglamentario" en dirección a Cartagena. A su regreso le esperaba el diploma de aviador, la autorización para volver a la existencia menos azarosa del regimiento", escribe la revista Pacífico Magazine en un artículo titulado "Perdido en la niebla".

El misterio de su desaparición en el centro del país se mantiene hasta hoy día y su recuerdo, en forma irreverente, sigue vivo por más de un siglo en una expresión popular: ¡Más perdido que el teniente Bello!

En 1945, el periodista Hugo Silva Endeiza, inspirado en el viaje sin retorno ni huellas del teniente Bello, escribe un exitoso libro, Pacha Pulai, sobre un piloto chileno que cae en el árido norte y en medio de variadas aventuras descubre la famosa Ciudad de los Césares, detenida en el tiempo, donde abunda el oro y encuentra además una hermosa mujer.

La obra, un original novelón, se convirtió en lectura recomendada en nuestros programas educacionales. Buena idea esa de leer. Los libros, dijo alguien, no muerden.

El principito

Otro autor, Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, escribe en 1932 Vol de Nuit, Vuelo nocturno, que relata la odisea de aquellos pilotos precursores de la línea aeropostal francesa que unía Europa con América del Sur, con escalas en África Occidental. Y ya en Buenos Aires, la incursión continuaba a Chile o a la Patagonia.

Fabien, uno de los pilotos, parte al sur cuando se hace la noche. Las señales de radio que reciben las grandes antenas de la oficina de la línea en calle Corrientes son débiles, intermitentes. Está ahí, mirando las agujas de los instrumentos, inmóviles, la esposa del piloto. Observa, impasible exteriormente, Riviere, el director de la empresa, pasa la noche junto a la radio, amanece, y ya no hay señales. El relato de Saint-Exupéry concentra todas las emociones de la tragedia indudablemente basada en algún hecho real.

El autor se convierte en protagonista en 1944, cuando como piloto de guerra al servicio de la Francia Libre desaparece en el Mediterráneo en una misión de reconocimiento. Huellas de su avión aparecen en 1998 y más adelante se encuentran otros rastros, pero nunca su cadáver.

Se esfuma también en los cielos Amelia Earhart, una entusiasta norteamericana de 39 años que intenta en 1937 dar la vuelta al mundo en un avión.

Ya no parecía tan arriesgado. Diez años antes, Charles Lindberg había unido Long Island, costa este de los Estados Unidos, con París en un vuelo solitario de 33 horas.

Amelia quería en cierto modo repetir el proyecto de Magallanes, sin buscar las islas de las especies, pero sí buscando un récord para superar sus propias marcas como pionera femenina de los cielos.

El intentó se esfumó en las traidoras soledades del océano Pacífico y Amelia se convirtió, sin pretenderlo, en un ícono del feminismo. Solo quedaron por ahí, en algún libro de guardia, los restos de sus últimos comunicados radiales, tal ocurre en el relato de Vol de Nuit.

Arriesgado rescate

El "Endurance", uno de los dos barcos de la expedición antártica de Ernest Shackleton, quedó atrapado e inutilizado en medio de los mares y los hielos australes. La incursión en 1914 a uno de pocos lugares del mundo donde quedaba algo por descubrir estaba amenazada por la muerte.

Los tripulantes del "Endurance" se mantuvieron por largos meses en un campamento levantado sobre una masa de hielo que caprichosa navegaba a la deriva. Cuando fatalmente el hielo se derritió abordaron dos pequeñas embarcaciones con el fin de llegar a la isla Decepción, pero las corrientes marinas los arrojaron a la isla Elefante. Desde allí, Shackleton y cinco tripulantes navegaron en un precario bote durante 15 días hasta la isla Georgia del Sur, habitada, desde donde pidieron ayuda para rescatar al resto de la expedición que parecía condenada a muerte.

Buenas intenciones y promesas de Australia, Uruguay y Argentina, además de balleneros noruegos que no lograron llegar hasta el grupo que estaba aislado. Los residentes británicos de Punta Arenas dispusieron una goleta, "Emma", que no logró superar la barrera de mares furiosos.

Finalmente, Shackleton pide ayuda al Gobierno de Chile, que acoge la petición y pone a su disposición una precaria unidad naval, la "Yelcho", antiguo ballenero que opera de escampavías y es comandada por un arriesgado marino conocedor de las amenazas de las aguas australes, el piloto segundo Luis Pardo Villalón. La embarcación, 270 toneladas, máquina a vapor, no tenía electricidad y menos radio. Podía partir, pero la vuelta era incierta. Zarpa el 25 de agosto de 1916 desde Punta Arenas en medio del mal tiempo y con aguas sembradas de masas de hielo que podrían dañar el frágil casco. El piloto Pardo, alerta, va esquivando los obstáculos en medio de un panorama amenazante y, finalmente, llega con su nave hasta donde los hambrientos y enfermos expedicionarios que ven en esa pequeña embarcación una esperanza de salvación. Encuentro feliz y urgente retorno con la amenaza presente de los traidores témpanos. El 2 de septiembre de 1916, hace poco más de 105 años, la "Yelcho" recala en Puerto Seco. Desde el único teléfono de la localidad, Pardo da cuenta a sus superiores. "Misión cumplida". Luego, Punta Arena recibe con aplausos a los sobrevivientes y a sus salvadores. La euforia tras un rescate que parecía imposible se traslada a Valparaíso con la llegada de la "Yelcho" y su arriesgado comandante. Honores y medalla para Pardo, actualmente con un monumento y un barco de la Armada que lleva su nombre.

Y quizás sin quererlo, en este país descuidado de su soberanía, el arriesgado viaje del piloto Pardo se convierte en la primera expedición oficial de Chile al ahora codiciado continente antártico que rozó Magallanes en su ruta tras las Islas de las Especies. Pavoroso viaje, pero con feliz retorno.

el angloirlandés Ernest shackleton (izquierda) y el piloto chileno luis pardo villalón (derecha), dueños de toda una época de aventuras.

por segismundo