Violencia en el puerto del paraíso
La agresión y robo sufrido por la concejala Zuliana Araya y el tiroteo que hirió a una niña en Playa Ancha reflejan la inacción de la autoridad. "Cuando el Estado falla en la construcción de espacios seguros de convivencia cívica, deja campo abierto al malestar y provoca una devaluación de la interacción social. Eso es parte de lo que ocurre en Valparaíso".
Dos hechos con pocas horas de diferencia exigen hacer una reflexión más profunda sobre el crecimiento de la delincuencia en Valparaíso. Tanto en los puntos que concentran negocios comerciales, como en aquellas situaciones vinculadas al narcotráfico, cada vez existe mayor violencia y menor temor a la autoridad. En el primer caso, la concejala Zuliana Araya tuvo que defenderse con valentía de un intento de robo, en el momento en que salía de un supermercado ubicado en el eje de calle Bellavista. En la mañana del sábado, dos sujetos intentaron robarle la cartera y el celular a la edil, quien se defendió al punto de hacer arrancar a uno y retener al otro a la espera de que alguien hiciera el llamado a Carabineros. Pero nadie hizo ese llamado. "Nadie quiso involucrarse, por el miedo que existe a la delincuencia", escribió en su página de Facebook Zuliana Araya, cuya figura es conocida en Valparaíso. Con 7.707 votos, Araya es la primera mayoría del Concejo Municipal y su larga trayectoria como dirigenta porteña hacen improbable que nadie la reconociera. Sin embargo, ni su calidad de figura conocida ni su investidura de autoridad movilizaron a los testigos del lanzazo y la agresión a estampar una denuncia, tal vez porque saben que las bandas que han hecho del robo reiterado en el centro porteño su negocio habitual trabajan en grupo y son capaces de amedrentar y aplicar violencia sobre aquellos que actúan decididamente contra el fenómeno.
El segundo hecho ocurrió el domingo, en el barrio de Montedónico, sector alto de Playa Ancha. Pasadas las 23 horas, cuando una mujer y sus dos hijas llegaban a su vivienda, sufrieron un violento tiroteo, que hirió de bala a una menor, que hoy se encuentra grave pero estable. El ataque fue una mera equivocación, ya que los delincuentes confundieron el auto de la familia con el de un narcotraficante que opera en el sector. Una vez más, el brazo violento de la droga afecta a los vecinos inocentes y se muestra como una realidad avasalladora, que puede volcar una vida por el simple azar de caminar por la calle equivocada en el momento equivocado.
No es necesario plantear la inacción de las autoridades encargadas de la seguridad, porque es tan evidente y desoladora que los propios delincuentes se sienten con el poder de avasallar a plena luz del día a una autoridad conocida y electa. Tampoco es necesario explicar la impotencia que siente un porteño sin cargo ni reconocimiento cuando se da cuenta de su propia vulnerabilidad de una forma tan sorpresiva y rotunda. Cada día con más claridad, Valparaíso refleja las consecuencias de un Estado que decide ausentarse de sus tareas primordiales, la primera de ellas, garantizar la seguridad de sus ciudadanos.