Rubias de Nueva York
Pongo un disco de Gardel y, después de la primera melodía, "Mi Buenos Aires Querido", una especie de canción nacional, aparece, sorprendente, un fox-trot, cantado por el gran cultor del tango, "Rubias de Nueva York". El tema es parte de la cinta musical "El tango en Broadway", de 1934, filmada en los Estados Unidos.
Como muchos de mi generación, bastante posterior a la muerte de Carlos Gardel en Colombia en 1935, llego al legendario cantante después de haber pasado, sin haberlo abandonado, por el classic pop y así acumulo discos, vinilos incluidos, casetes y CDs. Por cierto Gardel también debe estar en Spotify, pero con lo que tengo basta y, para algunos irreverentes, sobra.
Volviendo a las rubias aquellas, Gardel canta:
"Cabecitas adoradas que
vierten amor
dan envidia a las estrellas
yo no viviría sin ellas
Mary, Peggy, Betty, Julie de labios en flor".
Gardel, en esas grabaciones analógicas ante enormes micrófonos que hoy figuran en el Museo de la Fama, se escucha con voz un tanto nasal cantando a las "rubias de neu york", tal cual.
Escarbando por aquí y por acá en algunos libros y revistas parte del culto, encuentro entretelones del filme. Las rubias, que salían en el filme en blanco y negro, habían sido contratadas entre las cientos de chicas que buscaban un espacio en los escenarios de Broadway y se les pagó un dólar diario, más una botella de whisky.
Verdad o mentira, eran los años 30 del siglo pasado, posteriores a la Gran Depresión, y el hecho resulta verosímil cuando se ha leído Tipos y tipas (Guys and dolls) un entretenido librito sobre esos años del periodista Damon Runyon, "sabrosa rebanada" de Broadway, según la crítica. Uno de los episodios del libro llegó al cine, ahora en colores, con Marlon Brando, Jean Simmons y Frank Sinatra.
Amigos peligrosos
Hace décadas conocí de cerca un episodio donde las protagonistas de fondo fueron rubias de Nueva York. Integraba un pequeño grupo de periodistas de países en desarrollo becados para asistir al periodo ordinario de sesiones de las Naciones Unidas.
Un etíope, un paquistaní, otro de las Islas Fiji y este chileno. Fácil fue la integración plurinacional, palabra de moda, a partir de la comunidad profesional.
Pasaje, alojamiento en un hotel de la Calle 42, cercano al edificio de la ONU, además de la entrega de un viático para gastos diversos.
Nueva York, mil panoramas, mil tentaciones, desde cultura hasta comercio, pasando por construcciones de todos los estilos y gustos, además de espectáculos y tours por el río y las cercanías de la ciudad. Todo esto en un entorno urbano y humano claramente marcado por la diversidad y con rincones de segregación.
Cada uno de nosotros hacía su vida además de escribir para sus medios en la experiencia de un centro internacional de decisiones. Tras la jornada de trabajo, panoramas diversos y un trago de cierre a veces en el bar del hotel o en el mismo edificio de Naciones Unidas.
Un domingo invernal, temprano, quizás octubre, uno de nuestros anfitriones nos despierta. El colega de las Islas Fiji estaba preso.
El caso se origina en el bar del hotel donde nuestro colega, cordial, que dominaba perfectamente el inglés norteamericano, se había hecho de algunos de esos amigos siempre dispuestos a aceptar un trago, pero nunca entusiastas para pagar. Ingenuidad de un buen tipo llegado, sin escalas, de una pequeña comunidad sana al devorador Nueva York.
Tras varios martinis, manhattans o algo peor, invitación a conocer a unas cariñosas rubias. Son dos esos amigos que lo llevan por calles luminosas y se desvían a otras más oscuras y flanquean a nuestro generoso colega. En un momento intentan inmovilizarlo, sin duda para robarle un fajo de billetes que, imprudente, exhibió al pagar la cuenta.
El tipo, alto, usa un faldón típico de su país, reacciona rápido. Es fuerte y a codazos se libera de uno de sus asaltantes, que huye. Otro pierde el equilibrio, cae de espaldas y se golpea la cabeza en un borde metálico de la acera. Muere.
Llega la Policía. Declaraciones del caso en la Comisaría. Aparece un fiscal entusiasta y se comienza a dudar de la defensa propia. Finalmente, el mundo al revés, se acusa a la víctima de "assault", que podría traducirse como "asalto" o "ataque". En esa condición el colega es recluido para comparecer en juicio y, supuestamente, ser condenado.
La entidad que nos ha invitado, United Nations Correspondents Association, es muy influyente y se mueve por el lado judicial y el extrajudicial. La maquinaría, tal ocurre con la justicia en Chile, es lenta. Finalmente las cosas se aclaran, lo obvio toma su lugar, y después de varios días de prisión preventiva nuestro amigo sale libre.
Oficialmente queda bajo la protección de la embajada de su pequeño país. Cenamos sobriamente en celebración.
Pero la historia no termina ahí. En forma confidencial la Policía de Nueva York advierte a nuestros anfitriones que el colega ahora en libertad debe dejar Estados Unidos a la brevedad: la mafia irlandesa a la que pertenecía el asaltante muerto había anunciado que mataría a nuestro colega.
Lo despedimos en el aeropuerto rumbo a su tranquila isla del Pacífico. Había ganado amigos y una penosa experiencia.
por segismundo