Elemental, mi querido Watson
Casi junto con el silabario comencé a leer novelas policiales. Por darle algún nombre, pues se trataba de cómics, algunos de Walt Disney, donde el ratón Mickey oficiaba de detective.
Avanzando en los años no me perdía Dick Tracy, vieja tira que publicaba los domingos un suplemento en colores del fenecido diario La Unión de Valparaíso. La tira, creada en los años 30 en Estados Unidos, mostraba a un detective de rostro anguloso que perseguía a los gánsteres de Chicago o de Nueva York.
La novedad que presentaba, años 40 del siglo pasado, era una radio incorporada en el reloj pulsera del detective. La antena era un alambre pegado al brazo. Gran avance en la lucha contra el crimen.
Pero entrando a la parte seria del cuento policial cayó en mis manos un libro de Edgard Allan Poe, el creador del género, lo supe años después. Ahí leí "El doble asesinato de la calle Morgue", hecho que se ubicaba en una calle parisina de siniestro nombre, ciudad que el autor nunca visitó.
El libro era inconveniente para niños, opinión familiar, pues los asustaba y podía provocar pesadillas. Poe, además poeta, era también el maestro del terror y, como tal, padre de la novela negra. Compruébelo usted con los títulos de sus cuentos, clásicos del género. Pero más allá del miedo y sus aficionados que son muchos, lo cierto es que los libros siempre son una interesante tentación, más que algunos tremebundos espacios de televisión de esos vedados para los menores después de las 22 horas. Los libros atienden a toda hora y, claro está, no siempre hay casas con muchos libros que hasta pueden resultar incómodos, sobre todo si se ha perdido ese viejo vicio de la lectura.
Poe, el creador
En el señalado cuento de Poe encontramos un trabajo de deducción para resolver el caso que desarrolla exitosamente Augusto Dupin, detective aficionado. La misma modalidad que aplica Sherlock Holmes, el personaje creado por Arthur Conan Doyle, a fines del siglo antepasado.
El autor, médico, conoció durante sus estudios en la Universidad de Edimburgo a un profesor, el doctor Joseph Bell, dotado de un extraordinario sentido de observación que desarrollaba examinando pacientes durante sus clases. Con solo verlos definía sus características ante los asombrados estudiantes que, inicialmente, pensaban se trataba de un montaje pedagógico. Pero las dudas se despejaban cuando el profesor explicaba su técnica deductiva aplicada en cada caso.
Así, Conan Doyle, también observador, crea a Sherlock Holmes, personaje que le resultó muy rentable en dinero y fama.
Holmes tenía como compañero al doctor Watson, una especie de Sancho Panza que nunca terminaba de asombrarse por el sistema deductivo y sus resultados. Tal como aquel profesor de medicina, el sistema de Holmes se basaba en observación profunda y lógica llevada al extremo, a veces con petulancia.
Así, Holmes ofende a su fiel compañero de Baker Street, describiendo al hermano de Watson a partir de un reloj que le perteneciera. El tal hermano había tenido una existencia atormentada que revelaba el objeto personal con leves señales de maltrato e incluso el paso por una casa de préstamos. Deducción penosa, pero basada en pura observación de un objeto.
Este personaje del Londres victoriano inspiró a otros detectives seguidores de su ruta deductiva, entre ellos Román Calvo, el Sherlock Holmes chileno, creado por Alberto Edwards, autor de la clásica "Fronda aristocrática". Sus relatos están sepultados en viejas colecciones de Pacífico Magazine y confirman aquello que "nunca segundas partes fueron buenas".
Agatha, trabajadora
Destacado y pintoresco detective de ficción es Hércules Poirot, un belga de gran capacidad deductiva creado por la escritora británica Agatha Christie en los años 20 del siglo pasado. Exitosos los primeros cuentos, la señora, trabajadora, escribió un total de 66.
En Estados Unidos, donde surgió el género con Poe, los investigadores de ficción son muchos y de diversas características y métodos de trabajo, pero entre esos muchos destaca Perry Mason, un abogado que resuelve complejos casos y libera a inocentes que estaban a pasos de la silla eléctrica. El personaje es hijo de un abogado penalista, Erle Stanley Gardner. Exitoso en el papel, en las ondas radiales y en la TV, escribió unas 50 novelas.
Original en el rubro, aparece en la pantalla otro detective: el Comisario Rex, un perro, pastor alemán, que descubre a los malandrines en Austria. Alguien por ahí quiere vetar a los perros en el trabajo policial en circunstancias que hacen muy bien la pega en la lucha contra la droga… Güen dar!, como dicen en el campo.
El cura y el comisario
Otro detective original es el Padre Brown, un sacerdote católico que aplica sus conocimientos del ser humano a la investigación. "Tú que sabes tanto y tanto has oído…", dice la vieja tonada Cura de mi pueblo. El personaje fue creado por el escritor también católico Gilbert K. Chesterton.
Sin dejar de lado la deducción, pero más bien llevado por la intuición y también por el conocimiento del ser humano es el comisario Maigret, hijo del escritor belga Georges Simenon.
El comisario de la Policía Judicial francesa es famoso por sus largos interrogatorios en el cuartel del Quai des Orfèbres que acompaña con unos bocadillos y cañas de cerveza que pide a la cercana Brasserie Dauphine.
Es un tipo aparentemente lento, pero implacable tras el culpable que puede terminar en la guillotina. Las historias de Simenon se sitúan en los años 30 con pena capital vigente.
Maigret no solo debe perseguir a malvados, también debe rendir cuentas a Coméliau, un insoportable juez de instrucción, ambicioso por escalar en el Poder Judicial.
- Sobre todo, no digan nada a los periodistas, era su principal recomendación.
Infinitos son los autores y protagonistas del cuento policial, considerado tal vez en el "género chico" de la literatura, lo que es falso, pues tenemos la presencia de grandes autores como Edgard Allan Poe o, reciente, Umberto Eco con su Nombre de la Rosa, obra ambientada en un convento del siglo XIV con un monje que oficia de investigador. El género, sigue vigente, ahora con nuevos creadores y buenas ventas.
Su atractivo reside en que al relato se suma un desafío intelectual al lector, identificado con el detective: descubrir al criminal, desafío que obliga a poner las neuronas en movimiento, ejercicio necesario que nos ubica en la categoría, cada vez más limitada, de seres pensantes y hasta lógicos. ¡Elemental, mi querido Watson!
por segismundo