El Samurái de LOS LIBROS
POR ROSABETTY MUÑOZ (EXTRACTO DE MAREA ROJA, CONTENIDO EN TÉCNICAS PARA CEGAR A LOS PECES) POR SHOGUN POR ROSABETTY MUÑOZ (EXTRACTO DE MAREA ROJA, CONTENIDO EN TÉCNICAS PARA CEGAR A LOS PECES) POR SHOGUN
Ahora la ciudad tiene otro orden. Bajo un cielo sucio las micros desechadas por la capital, circulan tragando turnos de obreros que van a las pesqueras.
Se abren choperías, cafés con pierna, en los nuevos night clubs las vecinas bailan, sin ningún tipo de miramientos.
(El mar, en oleadas, vomita medusas muertas y envases plásticos)
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Se ha producido el temido desembarco y dejamos los gualatos, las cosechas de manzanas, el cuidado de las gallinas rendidos a la humillación del salario mínimo.
Nuestros muchachos dejaron su escafandra en el fondo del mar y subieron zumbando las cabezas, saltados los ojos o tullidos.
Sabíamos que algo se estaba gestando allá, en lo profundo.
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Como un cuchillo rasgando lado a lado el paisaje, la luz del día ilumina un colchón manchado de orines.
Bolsas de basura esparcen su contenido aquí y allá.
Las olas golpean contra la Piedra del Run, violentas.
Son las mismas desde los inicios de los tiempos.
A pesar de todo, las flores silvestres mantienen vivos sus colores y se aferran a las laderas esparciendo el crudo aroma de su carne.
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Hay días así.
Caminando por el centro del pueblo, ves la tristeza de las vitrinas.
Sientes el aire atormentado del pantalón, su borde descolorido, la falda que languidece en el perchero.
Adornos polvorientos.
El rostro de la vendedora que mira con avidez hacia la puerta.
Tienes la certeza que en unos días más su mercadería ordenada en cajas de cartón esperará con ella un colectivo mientras empieza -otra vez- a llover.
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El curso pachorro de los días.
Se levanta uno y hace arder las astillas del alma.
El picante olor a ulmo impregna las tablas.
Afuera hasta el camino se esfuerza rebajando sus baches, suavizando las curvas, ocultando los cadáveres nocturnos.
En ocasiones hay una neblina tan espesa que nadie puede reconocer sus propias manos.
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(Ahí están todas esas medusas agonizando.
Enlazados sus tentáculos ambarinos cubren playas y campos.)
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Esta casa está perdiendo a los suyos.
Ya lo decíamos.
No retiene ni los sucesos recientes, se filtra.
A menudo se confunden sombras que -uno sabe- son los amigos muertos.
Vergonzoso es sentir que andan por aquí y observan.
Lo que permanece se esfuerza por mantener unida su materia.
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No fuimos dignos de dormir cerca del altar.
Nuestros mayores, sí.
Ellos vieron ciudades brillando en las lomas de la isla como ardientes reflejos del deseo.
Y también un barco que se llevaba a algunos -para escarmiento de todos- una sola noche de fiesta con manjares y excesos (todo el que volvía estaba viejo y alucinado).
Soñaban con remolinos que se tragaban botes.
Y sabían cuándo no era día de pesca aunque el sol brillara.
Y que galopan caballos alrededor de la casa del moribundo.
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Y se convierte en perro aquel que odia.
El año en que florece la quila habrá desgracias y los animales sienten cuando alguien arrastra una pena.
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Supieron los antiguos todas estas cosas y otras muchas que callaban el silencio está cargado de destellos.
A veces, todavía, la hermosura nos hace enmudecer.
Hay calles amables bajando con dulzura hacia el mar.
Dos chicas se trenzan el pelo en los escalones de una casa con cortinas de crochet.
Un hombre cruza de una vereda a otra sin mirar, seguro.
Señoras con la compra conversan en una esquina.
Un sol delicado alumbra el tránsito de los que vamos sin apuro a ninguna parte.
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Se contempla el movimiento de las fuerzas naturales frágiles ramas de los ciruelillos jóvenes, sus hojas, asidas a toda nervadura para resistir el viento.
Nubes y nubes se funden en la densa materia que cubre el cielo.
Y ese manto nos envuelve con su ternura aguada.
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Nuestros ángeles son niños con alas de papel celofán y ululan a toda hora penando por sus madres.
Las ataviadas ánimas que se perderán para siempre porque este territorio ha sido ocupado.
No reconocerán sus mapas no encontrarán un claro donde bajar su gracia.
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La pena se vuelve óxido se pega en la ropa mancha los edificios públicos.
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(Si uno se refiere también al incesto, vuelve a ese chico con los hombros hacia dentro, pálido y perdido que da vueltas por el pueblo.
Todos murmuran porque lo saben.
Todos sabemos que su propio padre.)
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(en marejadas, el mar sigue vomitando medusas muertas).
Título: Técnicas para cegar a los peces Autor: Rosabetty Muñoz Editorial: Universidad de Valparaíso Extensión: 93 páginas Precio: $ 7.000 Premio: Obra ganadora del Premio Municipal de Literatura de Santiago en el género de Poesía