Urgencia para nuevo hospital porteño
Los usuarios, reunidos en la Unión Comunal de Salud, temen que el proyecto que renueva el edificio del Carlos van Buren demore diez años. Valparaíso no puede esperar una década para ver mejoras en su principal recinto de salud. De ello depende el éxito de otros planes, como el tan soñado repoblamiento del Barrio Almendral.
Pese a la situación cuasi permanente de colapso que vive el Hospital Carlos van Buren, de Valparaíso, las autoridades del Ministerio de Salud no han dado luces de que tienen una voluntad decisiva para sacar adelante el proyecto de nuevo recinto hospitalario. El temor que existe entre los usuarios, representados por la Unión Comunal de Salud, es que la iniciativa en estudio -en etapa de diseño preinversional aún- demore unos diez años en concretarse, un tiempo demasiado largo para las condiciones en las cuales se encuentra el actual edificio, cuya última gran remodelación data de los años 80, con varias unidades que presentan problemas de capacidad evidentes, como Urgencias y el Consultorio de Especialidades.
Implementado en 1772, por iniciativa del entonces administrador colonial en Chile, y administrado en principio por los hermanos hospitalarios de San Juan de Dios, el principal centro de atención de salud en la capital regional ha vivido antes tiempos de zozobra, como a principios del siglo XIX, cuando los enfermos debían ser llevados a la fuerza para internarse en un recinto que se encontraba en deplorables condiciones. Si bien el hospital no vive las mismas precariedades de hace dos siglos, su infraestructura está lejos del nivel que exigen los tiempos presentes y muy distante del nivel profesional de sus funcionarios y médicos, cuya excelencia pone al recinto como un referente nacional, por ejemplo, en el tratamiento de especialidades neurológicas. Las esperas por una cama y un pabellón son largas, al punto de la desesperación, y los porteños que acuden diariamente por razones de salud deben sufrir continuas humillaciones que afectan seriamente su dignidad como pacientes.
Pese a todo ello, las autoridades nacionales de Salud parecen haber normalizado el colapso hospitalario en regiones como alguna vez normalizaron las listas de espera. Es decir, el desborde permanente de las salas de atención no moviliza sus voluntades en orden a adoptar las soluciones que, a todas luces, exceden la capacidad de decisión regional. Una lección que es posible sacar de casos como el nuevo Fricke o los hospitales de Marga Marga y Biprovincial Quillota-Petorca, es el extenso periodo de tiempo que demora una iniciativa de estas características desde su concepción hasta su apertura. Valparaíso no puede darse el lujo de esperar diez años por un nuevo recinto hospitalario; la atención de algo tan esencial para la calidad de vida de las personas como la salud debe ser puesta como una prioridad de cualquier gestión política, en todo ámbito.
Como lúcidamente expuso el subdirector médico (s) del HCVB, Rodrigo Riveros, la normalización de la infraestructura sanitaria en Valparaíso requiere de un sentido de urgencia. De otra forma, todas las amables intenciones de repoblar el Barrio Almendral y mejorar la calidad de vida de los porteños caerán en el saco lleno de las ideas interminables.