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POR WINSTON

LA PELOTA NO SE MANCHA

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Diego estaba radiante, pues, aunque siempre es una alegría recibir a un conocido, esta vez se trataba del querido negro. Sí, el negro, y es que aquí no existen los lenguajes políticamente correctos. Las personas se tratan con cariño, sin ninguna maldad, por eso es que, al mismo Freddy, no le importó que le dijera así. Pese a la diferencia de tamaño, se dieron un fuerte abrazo, aunque Rincón todavía estaba un poco confundido, pues no entendía bien a qué cancha había arribado.

Lo que es claro es que desde que llegó Maradona, los recibimientos han cambiado. Aunque sin ser frío, Johan Cruyff se preocupaba más de explicarles dónde estaban que de darles cariño. Con el 10, por el contrario, todo es distinto, él los abraza, los besa y comienza a preparar el partido de bienvenida.

Y es que aquí el Barrilete es más cósmico que nunca: está en su mejor forma, como en el ´86, sin un gramo de grasa y completamente limpio. Uno pensaría que ocupa la albiceleste con que levantó la Copa del Mundo en México, pero prefiere la azul, la misma con la que hizo el gol con la mano y con la que se pasó a los ingleses. La verdad es que la usa para molestar a Bobby Moore. El inglés, que cada vez que lo ve, pide una hora con Dios para reclamar por ese tanto. La respuesta del Creador siempre es la misma y con la misma picardía: la mano fue mía y aquí ya no hay culpas que cargar.

Aunque Maradona nunca jugó con Rincón, lo admiraba. Ambos jugaron el Mundial de Italia y el argentino sufrió al "Coloso" cuando los colombianos les "pintaron la cara" en el Monumental de River. Sin esa goleada, en la que Rincón hizo dos de los cinco goles, Maradona no habría sentido la presión de volver a la selección. Fue esa humillación la que provocó el regreso del 10 y la posibilidad de jugar su cuarto y último mundial.

La extroversión que manifiesta el capitán argentino, se contrapone -también- a la timidez de otro recién llegado: Leonel Sánchez. Aunque bastante más antiguo, Diego estaba al tanto de todo lo que el emblema azul había logrado. Tanto sabía que le tenía preparada una broma: cuando lo recibió, lo hizo junto a Mario David. Sí, el mismo defensor italiano al que Leonel había golpeado en el Mundial del '62. El delantero azul lo reconoció inmediatamente y se puso a la defensiva. Bastó que Maradona le mirara la cara de sorpresa para explotar de la risa y el chileno se diera cuenta de que se trataba de una broma, una de las tantas que hace "El Pelusa" todos los días. Y es que arriba, los rasgos se intensifican y la vida se vive de forma más intensa. No existe el aburrimiento.

De hecho, con Freddy y Leonel más ambientados, estaban listos para hacer lo que más le gusta a este grupo: jugar a la pelota. El campo los espera eternamente impecable y las tribunas atiborradas de hinchas. No esos que están todo el tiempo de pie, cantando, creyendo que son lo más importante, sino los de verdad, esos que van a ver a sus ídolos, pero están dispuestos a aplaudir una buena jugada del rival.

Los encargados de hacer los equipos son, casi siempre, Rinus Michel, el genio tras la naranja mecánica, y Vittorio Pozo, campeón con Italia el 34 y 38, pero esta vez Pozzo le cedió el lugar a Fernando Riera que dirigió a Sánchez en 1962. Y es que la generosidad es la característica de cada encuentro. Así, además, cumplían con la petición de Diego: jugar un América contra el resto del Mundo (siempre pide lo mismo).

El equipo del resto del mundo parte con Lev Yashin en el arco, el invitado especial Mario David, el inglés Bobby Moore, el español Luis Aragonés, Eusébio, Sindelar, Di Stéfano, Puskas, Müller, Rossi y, por supuesto, Cruyff. Casi sin defensas, la justificación es que Michel los hace correr a todos.

Los americanos son Diego y diez más. Las estrellas especiales de este domingo de resurrección son Leonel Sánchez y Freddy Rincón, a quienes Maradona les prometió colmarlos de pases. Tras ellos varios invitados para la ocasión: Armando Tobar, Carlos Campos, David Arellano, el Mumo Tupper y Raúl Sánchez. El equipo lo refuerza el rey del pueblo, Garrincha; el Tata Brown, protegido del 10 argentino, y Andrés Escobar, que se emocionó con la llegada de su compatriota Rincón. En el arco, aunque estaba considerado Sergio Livingstone, éste le cedió el puesto a Misael Escuti, portero de la selección que fue tercera el '62. El sapito prefirió comentar a jugar, lo mismo que Tito Fouilloux, quienes no quieren perderse la oportunidad de compartir con Julio Martínez en la caseta de prensa.

El resultado: 10-9 para los americanos, aunque Moore insiste que el gol de diferencia nuevamente fue con la mano, Diego y el resto se ríen, mientras Jules Rimet les entrega un balón de oro a Leonel y Freddy por haber marcado tres goles cada uno. Después se van a los camarines, para preparase para el gran banquete de insospechados manjares, donde celebrarán las mejores jugadas y los años de amistad. Mañana domingo vuelven a jugar otro partido, pues aquí todos los días son domingo, gracias a Dios. Por eso tampoco hay días de entrenamiento, tardes de gimnasio, ni suspendidos, ni tampoco hay lesiones, menos presiones económicas o rivalidades políticas. Solo existe un mismo sueño: ser eternamente felices en una cancha de fútbol.


Pascua de Resurrección