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POR SEGISMUNDO

RELOJ DE ARENA

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Isabel II y el ferroviario porteño

A Juan Rodríguez López, alcalde de Valparaíso, le tocó atender a la reina Isabel II cuando visitó la ciudad en noviembre de 1968. Dentro del programa, al jefe comunal le correspondía recibirla junto al Arco Británico de la avenida Brasil, donde se había ubicado una placa que testimoniaba su visita a la ciudad.

Don Juan, obrero ferroviario, democratacristiano, nombrado alcalde por Eduardo Frei Montalva de acuerdo a las disposiciones constitucionales de 1925, esperaba atento a la comitiva.

Llegó el automóvil con la reina y Felipe, duque de Edimburgo, y la pareja descendió para acercarse al Arco. El monumento, de mármol, vandalizado periódicamente como corresponde hoy a todos los muros porteños, estaba entonces impecable, tal como cuando fue inaugurado en 1911, en una ceremonia encabezada por el Presidente Ramón Barros Luco, aquel inmortalizado por un sándwich de carne a la plancha o al sartén y con una lámina de queso caliente. Sabroso y ahora con una variedad, el "mechada luco" con carne mechada. Pero esto del sándwich da para otro tema.

Se derrumba el protocolo

Se bajan los visitantes y, muy caballero el alcalde, delicadamente, toma del brazo a la reina para guiarla hasta el Arco.

¡Pavor! A ninguno de los encargados del protocolo, equipo dirigido por don Mariano Fontecilla, se le había ocurrido advertir al alcalde que la reina no se toca y que ese gesto habitual de gentileza varonil -ahora rechazado por feministas extremas- no procedía. Dicen que en el rostro de Felipe se advirtió molestia. Incluso el mismo debía mantener el protocolo y caminar pasos atrás de su esposa Isabel.

Una pequeña falla cubierta por el entusiasmo popular con que Valparaíso recibía a la reina. Justificado interés, pues Valparaíso fue la puerta de entrada de las costumbres británicas que tanto nos han marcado y que van desde el fútbol -Wanderers, maltrecho y todo es descendiente directo de la Rubia Albión- hasta el té, el tecito, la más popular de nuestras bebidas, reparadora al cierre de la jornada, protagonista de reuniones junto a esos scones también británicos, además un recurso en caso de males intestinales o irritaciones de los ojos.

Tras la ceremonia en el Arco levantado en homenaje a nuestro primer centenario por la Colonia Británica, la reina y comitiva emprendieron viaje a la Iglesia Anglicana del cerro Concepción. En honor a los visitantes, el irregular empedrado de la subida Almirante Montt fue suavizado con una capa de asfalto que se mantiene hasta hoy con sucesivos parches.

Justificada visita al templo, hoy con patente de Catedral, el primero protestante del país levantado en 1858.

Allí, la pareja real escuchó música del órgano construido en Gran Bretaña en 1902 y dedicado a la reina Victoria, fallecida un año antes, el 22 de enero de 1901, justamente el mismo día en que nacía en Viña del Mar Alberto Hurtado Cruchaga, hoy san Alberto Hurtado. Y si usted quiere escuchar ese mismo órgano más que centenario, cada domingo hay allí un concierto. Música en las Alturas, abierto a todos los credos con interpretaciones del destacado artista Ítalo Olivares.

Pero siguiendo con los homenajes porteños a Victoria está el ascensor que lleva su nombre, cerca del templo, inaugurado el 4 de marzo de 1903, cuya estación superior da al paseo Dimalow, escenario reciente de brutales hechos criminales. Y también en pleno centro hay un hotel Reina Victoria, que lleva con dignidad su vejez.

Y por ahí cerca, calle Clave, que tenía fama de pecadora, se ubica otra institución de raíz protestante y británica, el Ejército de Salvación, precursora, desde 1909, en dar acogida a personas sin techo, en situación de calle, se dice ahora.

En la nebulosa tengo el recuerdo de una señora de severo uniforme, gorra incluida, que recorría por las noches restaurantes y bares porteños distribuyendo una discreta revista, El Grito de Guerra, solo cuatro hojas. A cambio de la modesta publicación con buenos consejos para contertulios nocturnos pedía una contribución para el Ejército de Salvación. Aparecía la dama en medio de los golpes del cacho en las mesas del "Neptun" de Willy Müller, plaza Aníbal Pinto. Nadie se negaba y, por cierto, nadie hacia mofa de su mensaje redentor. Se echa de menos el respeto en ese histórico y aporreado sector.

Volviendo a la reina Isabel, su visita a la zona se completó con un encuentro de lo más formal en los jardines del Club Naval de Campo de Las Salinas. Breve, casi un besamanos dedicado a los ingleses y sus descendientes residentes en la región.

La visita de la reina a Chile se inició el lunes 11 de noviembre de 1968. Fue recibida por el Presidente Eduardo Frei Montalva, con quien recorrió las calles de Santiago en el Ford Galaxie 500 descubierto, el vehículo presidencial.

Arde el palacio

El perfecto programa tuvo un grave tropiezo: tres días antes de la llegada de la pareja real un incendio afectó severamente el segundo piso del Palacio Cousiño, donde alojaría. Allí había estado Charles De Gaulle en su visita a Chile en octubre de 1964. Imposible reparar y la emergencia obligó a habilitar como residencia real el último piso del Hotel Carrera, hoy sede de la Cancillería. El menaje habitual, elegante y todo, fue complementado con muebles y obras de arte que en medio de la urgencia facilitaron distinguidas familias de Santiago.

Superado el problema el programa se desarrolló exitosamente: ofrenda floral en el monumento a O'Higgins, sesión del Congreso Pleno con discurso del presidente del Senado, Salvador Allende, asistencia al clásico universitario en el Estadio Nacional, sin barras bravas, banquete oficial en La Moneda, con langosta de Isla de Pascua, cena privada en la casa particular del Presidente Frei…En fin, una maratón que afrontaron con éxito, formalidad y simpatía Isabel y Felipe.

El merecido descanso llegó al cierre de la visita con un viaje a Pucón. Alojaron en el tradicional Antumalal, donde aún se recuerda el paso de la pareja real y se muestra la suite de cuatro dormitorios, con vista al lago Villarrica, en que pernoctaron. Recorrido en lancha por el lago, con la suerte de buen tiempo en el lluvioso sur, y pesca en el cercano río Trancura.

En fin, fueron siete agitados días para la real pareja visitante y también para las autoridades chilenas responsables que todo funcionara como reloj. Cero faltas y una reina que al final de la visita no mostraba signos de agotamiento.

Tenía Isabel II 42 años y Felipe 47. La Reina, recientemente viuda, acaba de cumplir 96 años y 70 de reinado, batiendo el récord de Victoria que llevó la corona durante 63. Isabel asumió de 26 y Victoria de solo 18 años.

En medio de las obligaciones y tensiones oficiales y familiares, ¿se acordará Isabel II de su visita a Chile? Dicen que en la tercera y cuarta edad la memoria lejana es certera. A lo mejor algo recuerda.

Y un detalle memorioso: Juan Rodríguez López, el obrero ferroviario, alcalde de Valparaíso, vestía correcto terno azul marino y, por supuesto, llevaba corbata, con el nudo muy bien hecho.