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120 días

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En un país donde el 50% de sus habitantes admite que no lee absolutamente nada y un porcentaje similar no entiende lo que lee, la posibilidad de que los chilenos y chilenas realmente lean en profundidad ese tremendo articulado es bien lejana".

"Para que el plebiscito de septiembre se desarrolle de forma limpia e informada, es imprescindible que quienes pretenden valerse de sus conocimientos técnicos sustenten sus afirmaciones", afirmó esta semana un grupo de abogados y abogadas que respondieron así a una misiva que pocos días antes había publicado un equipo similar pero que pensaba muy distinto y que mostraba las deficiencias que -a su juicio- tenía hasta ahora el trabajo de la convención.

Lo cierto es que el plebiscito será un momento fundamental para la vida democrática del país. Y su resultado marcará el devenir de los chilenos y chilenas durante mucho tiempo. E incluso la fecha definida para la realización de la consulta tendrá un simbolismo propio: el 4 de septiembre era tradicionalmente el día en que se llevaban a cabo las elecciones presidenciales hasta el golpe de Estado. El último presidente electo así fue Salvador Allende.

Para esta jornada eleccionaria solo faltan cuatro meses. Y mientras algunos consideran positivo que la convención termine cuanto antes su trabajo y de esa manera volver a generar certezas institucionales en el país, para otros, el poco tiempo que queda es preocupante. Ambas posturas tienen asidero.

Porque la división que se ha generado en la opinión pública respecto del trabajo de los constituyentes y la falta de seguridad en ámbitos en los que hasta ahora sabíamos dónde pisábamos, efectivamente genera efectos. No tener claro qué sucederá con el sistema judicial, cuáles serán los órganos que, en definitiva, se encargarán de legislar o qué nuevas reglas habrá para las inversiones, no son cuestiones banales. Tampoco qué pasará con los fondos de pensión o el sistema de salud, por nombrar algunos asuntos.

Pero la pugna pública entre estos reconocidos abogados mostró una vez más lo divididos que estamos los chilenos frente al tema. Porque argumentos a favor y en contra de la nueva Constitución hay por montones. Y las encuestas ya han comenzado a visibilizar que esa poca claridad está afectando la evaluación al trabajo realizado. El problema es que aún no conocemos el nuevo texto y ni siquiera los propios convencionales saben a ciencia cierta qué tipo de Frankenstein están armando. A cuatro meses del "Día D", todo está todavía muy líquido.

Y eso atenta contra uno de los requisitos fundamentales para que la Constitución sea considerada legítima y democrática: que la ciudadanía, ese 4 de septiembre, realmente sepa qué está votando.

Considerando que ya la cantidad de artículos alcanza casi los 300 -lo cual lo convierte en un texto mucho más largo que el actual y se dice que sería comparable con las cartas fundamentales de Bolivia y Ecuador-, lo maximalista de esta propuesta será un enemigo palpable del voto en conciencia. Porque seamos claros, en un país donde el 50% de sus habitantes admite que no lee absolutamente nada (como afirmó un estudio de 2019 realizado por la Universidad de Chile) y un porcentaje similar no entiende lo que lee, la posibilidad de que los chilenos y chilenas realmente se lean en profundidad ese tremendo articulado es bien lejana.

Entonces, mucho dependerá de la forma en que la convención y los distintos sectores políticos sean capaces de transmitir lo más relevante. Pero, además, tendrá que ver con el "cómo" se comunica, una temática que hasta hoy está al debe.

¿Cómo se logra que efectivamente el voto ante esta nueva -y larga- Constitución sea informado y no una lucha de eslóganes? Difícil misión, pero además en extremo relevante, pues la desinformación -que abunda hoy, sobre todo en redes sociales- será la peor enemiga de la legitimidad del nuevo texto fundamental. Si bien los medios de comunicación -tradicionales y nuevos- han intentado revertir esta situación, hasta ahora el debate se concentra en las élites intelectuales y no chorrea al ciudadano de a pie.

Cuando ya la discusión se concentra a priori en un "apruebo" o "rechazo" meramente ideológico -sin haber todavía siquiera pispado el proyecto que deberemos evaluar-, entonces el fondo de la argumentación se desvanece y terminamos arriesgándonos a votar a partir de la propaganda y del mejor "showman o showgirl" en vez de concentrarnos en lo fundante del texto que estaremos valorando.

Así, estos 120 días son en extremo relevantes. No solo respecto de los últimos consensos a los que llegue la convención y la forma en que termine organizando el articulado, sino también, en la necesidad de llegar a un acuerdo como país de realizar una campaña informativa, seria y educativa, que permita a los chilenos y chilenas votar en conciencia y no a partir del mejor jingle. 2

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Hitler y Putin

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Putin pareciera haber ingresado a un laberinto con pocas opciones de salida que no sea la de terminar en un tribunal de guerra, ser boicoteado por sus propios compatriotas o iniciar una tercera guerra mundial. Tal como sucedió en 1939, el panorama se torna cada vez más sombrío".

Aunque la versión oficial de la segunda guerra mundial marque la invasión alemana a Polonia, el 1 de septiembre de 1939, como el inicio de este conflicto, la historia de este enfrentamiento se inició bastante antes. Por ejemplo, podríamos remontarnos a la guerra franco-prusiana de 1870-71 como una causa mediata. O a la Gran Guerra de 1914 y el Tratado de Versalles de 1919 como hechos más directos. Sin embargo, prefiero concentrarme en dos acciones más concretas que fueron el paso previo a la ocupación de Polonia. Me refiero a la anexión de Austria y la invasión de Checoslovaquia.

En ambas operaciones, el resto de las potencias europeas y Estados Unidos prefirieron observar con cautela los acontecimientos bajo la ilusión de que, cumplidas esas metas, Adolf Hitler iba a saciar su sed de revancha respecto a las condiciones impuestas contra Alemania en Versalles.

El resultado fue diferente. Hitler consideró la postura de sus pares como una señal de debilidad, una invitación para seguir ejecutando su plan de expansión sobre el resto de Europa.

Así lo advirtieron sus contemporáneos. Los diarios de la época pusieron en alerta al mundo de que lo que estaba haciendo el líder alemán eran los primeros pasos de un largo camino de conquistas.

El diario La Nación, por ejemplo, el 12 de marzo de 1938, destacaba, a través de un mapa en la portada, el avance de las tropas alemanas sobre Austria. El columnista Raúl Marín comparaba el poder de Hitler al de los antiguos emperadores del Sacro-Imperio Romano-Germánico, en contraposición a las acciones de Francia y Gran Bretaña que se limitaban a protestar.

En el análisis semanal de los sucesos mundiales, otro columnista, que firmaba como E.M., llamaba la atención sobre Hitler, su capacidad para sorprender continuamente a Europa y se preguntaba respecto a cuál sería su siguiente paso: "Ahora el Anschluss (Unión de Alemania y Austria) como un hecho consumado (…) mañana probablemente la reivindicación de minorías de lengua alemana de Checoslovaquia, de Rumania y acaso de Polonia y Ucrania".

El columnista acertó en su pronóstico. El 15 de marzo de 1939, el ejército alemán ocupaba Bohemia, Moravia y Eslovaquia provocando la desmembración de Checoslovaquia. A costa de este país, el resto de las potencias llegó a un acuerdo con Hitler. Lo que parecía saciar su apetito, no era más que un tiempo valioso para que Alemania se siguiera preparando para el gran ataque. A propósito de esta agresión, la editorial de La Nación insinuaba que la guerra europea sería la muerte de la civilización y justificaba el hecho de que el resto de los países hiciese cuanto estuviese a su alcance para evitar el enfrentamiento.

Lamentablemente, Austria y Checoslovaquia fueron los primeros pasos de un plan mayor que desencadenó la segunda y más mortífera de las guerras. Pienso en esto a propósito de Putin y la invasión a Ucrania que ya cumplió dos meses. Hasta el momento, las potencias europeas y Estados Unidos han limitado su actuar a una condena económica, política y moral, pero no están dispuestos a ir más allá, bajo el supuesto de que sacrificar a Ucrania nos evita un mal mayor.

La situación es muy compleja si consideramos que, por el potencial nuclear de las naciones implicadas, el costo del inicio de una guerra, esta vez sí podría significar la muerte de una parte de la civilización, tal como lo presagiaba la editorial de 1939.

Aun cuando las potencias se inhiban de actuar directamente contra Rusia, lo que resulta todavía más preocupante son los reveses de Putin en la invasión. El mandatario ruso se asemeja al apostador que, luego de ver que su jugada principal falló, intenta, de forma desesperada, comenzar a agotar los recursos con la esperanza de revertir su mala fortuna. Mientras más tiempo pasa, más se hunde, haciendo que sus determinaciones para salir de esta crisis se tornen cada vez más arriesgadas y, por ende, peligrosas.

Putin, en definitiva, pareciera haber ingresado a un laberinto con pocas opciones de salida que no sea la de terminar en un tribunal de guerra, ser boicoteado por sus propios compatriotas o iniciar una tercera guerra mundial. Tal como sucedió en 1939, el panorama se torna cada vez más sombrío. 2

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